El corazón en la crisálida
El centro de Málaga juega a la sabia estrategia de la confusión: aparenta una reforma extrema de sus viejos baluartes pero es el mismo olvido el que se respira en sus maltrechas calles
Dejémonos de historias, dice un tipo con pinta de rastafari arrepentido en el Muro de San Julián: vivir en Málaga es vivir aquí. Quizá tenga razón, aunque en la Trinidad presentarían objeciones razonables. Esta misma calle corre en paralelo a Carretería y a partir de Nosquera se diluye en recodos estrechos y claroscuros sospechosos hasta Pozos Dulces. El cemento hace estragos a la hora de proteger los solares de los visitantes nocturnos, pero la vegetación salvaje logra filtrarse por las aceras. Hay algo de judería arrasada, casas en las que se intuye una coquetería decimonónica en las cortinas y macetas que asoman en los ventanales, otras abandonadas, clausuradas, escenarios dignos de apariciones y espectros dickensianos. En esta misma calle toda una generación se dejó las entrañas con la música de Tabletom y la poesía de Fernando Merlo, en los años en que beber y fumar en la calle formaba parte de la liturgia de la decadencia. Aquella generación sobrevivió, pero el derribo prometido se prolonga hasta las calles Gigantes y Viento, al otro lado de Carretería, hasta la Goleta. La antigua muralla de la ciudad amanece en varios recodos hasta Comedias, pero la impostura es decisiva, como un escenario baldío de más cemento que juega a ser Historia. Estamos en la orilla correcta del río. Esto es el centro histórico de Málaga, el corazón maltrecho de una ciudad que perdió sus señas de identidad y ha visto caer a pedazos algunas de las más hermosas piezas de su patrimonio. Caminar por aquí una mañana del otoño tardío significa ingresar en un bosque de espejismos, donde todo juega a ser lo que no es. ¿Se asiste tal vez a la gestación en el interior de una crisálida que anuncia otra ciudad futura, contraria, extraña? ¿O es simplemente la estrategia de quien sabe que aparentando su transformación podrá regodearse en su estancamiento? ¿Cabe considerar que el nuevo jardín vertical cercano a Pozos Dulces es un signo de lo que va a acontecer?
Otro vértice se desgrana en dirección contraria. El enclave que circundan Beatas y Tomás de Cózar es un cúmulo de excavadoras, andamios, obreros en la faena, empleados municipales, tuberías y otras instalaciones básicas que esperan su turno amontonadas en las aceras. Por primera vez en mucho tiempo, los solares más sangrientos del casco histórico están habitados. La reforma del centro, dicen. Una vecina sale disparada hacia Ramón Franquelo con el carrito de la compra cuando en una máquina suena la alarma de la marcha atrás. Los gatos lo husmean todo, pero las basuras continúan gobernando sus dominios, vidrios hechos añicos, excrementos de toda índole, pedazos de mobiliario en desuso, restos de batallas domésticas. Nada de esto ha sido retirado todavía, pero algunas estructuras se elevan ya en dos y tres pisos sobre viejos solares y anuncian futuros apartamentos de uno o dos dormitorios para solteros empedernidos y pobladores habituales del centro, trasnochadores de tertulia y activismo a medias, con derecho a compra. ¿Qué resultará de todo esto? ¿Una calle Beatas nueva? El olor a orina es todavía notorio, las pintadas ocupan hasta el último ladrillo visto. En Tomás de Cózar, la fachada de los baños árabes Hammam, que había recuperado su hermoso diseño original, ha quedado convertida en pizarra para vándalos. Existen otros vestigios de las fachadas antiguas en varios edificios de viviendas, algunos medio derruidos, paredes que siguen en pie con colores ocres y pinturas de ángeles y cálices. Málaga fue una vez una ciudad de colores, antes de convertirse en un olvido encalado. La crisálida que ahora teje el centro no es la primera. Ni será, previsiblemente, la última.
De los balcones de Mariblanca cuelgan enredaderas y trajes de flamenca. Hay más solares en los que una vez cayeron mansiones solariegas por su propio peso. Algunas casas han sido recientemente reformadas y lucen espléndidas sus mamposterías a la luz del sol de diciembre. Algunos comercios han abierto en los últimos años, como la librería esotérica Cinco Anillos; otros, como el viejo puesto de shawarmas Aladdin, cerró ya sus puertas cuando a su joven clientela no le quedó nada que hacer en la calle, pero muchos recuerdan el sabor de aquellos enormes bocadillos en las madrugadas de bordillo duro y suelo pegajoso. Mariblanca es una de esas calles del centro que pasa incomprensiblemente inadvertida: hermosa a pesar de sus contrastes entre recuperación y estrago, nada queda en sus límites que relate historias pasadas. Y éste es el peor pecado del centro: la manera impúdica en que se ha desecho de sus historias, y así de su Historia. En la Plaza de San Pedro, rodeada por la valla que hace de frontera en el mismo Muro de San Julián para evitar entradas indeseables en las obras, al menos queda el azulejo que recuerda la preeminencia de la antigua tienda de antigüedades. Hoy, sólo los clientes del Laboratorio componen el paisaje humano de la plaza mientras degustan sus delicias de trattoria. La pobreza, porque ésta es la palabra, campa de cualquier modo a sus anchas, como en un nido del que volaron las aves. De la iglesia de los Mártires salen las beatas que un día más han cumplido con sus santos. Parece que sólo en estas mujeres calladas y de discreción fugaz descansa la memoria, gobernada por un entorno que ya no reconoce. ¿Es la estrecha calle Andrés Pérez, sucia y arrabalera en suelo, aspirante a la estética en las citas literarias que engalanan sus paredes, la misma que frecuentaron ellas en su infancia de pan duro y respeto a la Guardia Civil?
La paradoja definitiva se asienta en la terraza del Hotel Málaga Palacio. Sólo desde aquí puede contemplarse una imagen fidedigna del centro histórico como tal: un amasijo de tejados que regalan al cielo un rojo hecho de trazos vivos y erosión perpetua, que sólo disfrutan los pájaros. Debajo de este parapeto, el escenario es cambiante, o tal vez no. Lo más triste de todo es admitir que la reforma culminará algún día y los ojos de quien escribe no reconocerán ya la calle Beatas, ni Tomás de Cózar, ni Comedias, donde una vez hubo un teatro. Todo será un centro moderno, hecho de viviendas modernas y de calles modernas, donde más de uno asegure que Málaga no tiene más de un siglo. Habrá que seguir subiendo para ver. Ver y recordar.
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