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Cornualles: la historia continúa

EL JARDÍN DE LOS MONOS

Historia, mitos y leyendas entran en el mismo saco, en el que se mezclan celtas, britanos, romanos, sajones, anglos y normandos luchando por el dominio de Britania, Gales y Cornualles

Cornualles y su historia

La cueva del mago Merlín. / Tintagel

La densa niebla que diariamente cubre las tierras de Cornualles también ha difuminado la visión de su historia. Cuando menos desde la caída del Imperio romano hasta entrada la Edad Media, esto es, desde el siglo VI hasta el siglo IX. Historia, mitos y leyendas entran en el mismo saco, en el que se mezclan celtas, britanos, romanos, sajones, anglos y normandos luchando por el dominio de Britania, Gales y Cornualles. En los siglos V y VI se produce la invasión anglo-sajona y pudiera ser que algún caudillo militar celta-romano, o algún rey del antiguo reino de Dummonia, del que los córnicos se creían herederos, luchara y consiguiera frenar dicha invasión en el territorio de Cornualles. Ese caudillo daría lugar a la mítica figura del rey Arturo. Pero como las leyendas siempre son más bonitas que la realidad, quedémonos con una de ellas.

Reinaban en Bretaña Uther Pendragón y su esposa Igraine cuando el mago Merlín, en una visita, les dijo que iban a tener un hijo y que debían dejárselo, para su crianza, al barón Héctor. Era éste un noble muy fiel y leal al rey. Cuando nació el niño, así lo hicieron y fue bautizado con el nombre de Arturo. Unos años más tarde, estando enfermo el rey, sus enemigos aprovecharon para invadir el país. Merlín le dijo a Uther Pendragón que si quería salvar su reino debía presentarse en el campo de batalla, aunque fuese en una litera. El rey, a pesar de estar enfermo, se puso al frente de sus tropas y consiguieron la victoria. Merlín, al verle muy debilitado, le urgió a nombrar heredero a su hijo Arturo. Así lo hizo el rey Uther, pero una vez muerto, los nobles no aceptaron el testamento, lo que provocó un gran desconcierto en el reino. Merlín, de acuerdo con el arzobispo de Canterbury, reunió a todos los nobles que aspiraban al trono en torno a un gran bloque de granito, en cuyo centro había un yunque de acero que tenía plantada una singular espada conocida como Excalibur. Grabado en el bloque de piedra se podía leer: “Quién arranque esta espada, rey legítimo será y en Bretaña reinará”. Ninguno de los caballeros que lo intentaron consiguieron arrancar la espada, hasta que Arturo, casi sin querer y como el que no quiere la cosa, se acercó y sin esfuerzo la sacó. Así se convirtió en rey de todos los británicos y legendario adalid defensor de Bretaña contra los invasores sajones.

Arturo se convirtió en un personaje de la literatura europea, aunque sus primeras referencias se encuentran en la tradición celta y en poemas galeses. Su primera biografía aparece en la “Historia de los reyes de Bretaña” de Geoffrey de Monmouth, en la que se cita a Uther Pendragon como su padre, al mago Merlín como su asesor y a la espada Excalibur como símbolo de su realeza. Geoffrey sitúa en el castillo de Tintagel (al norte de Cornualles) el nacimiento de Arturo, relata cómo, en la batalla de Camlaan, mata a Mordred (que era hijo suyo y de Morgana, hada discípula de Merlín), retirándose después a la isla de Avalon. Chrétien de Troyes, poeta y novelista francés del siglo XII, retoma la leyenda y le añade algunos elementos más para aderezar el enigma, tales como la aparición de Lanzarote del Lago o el Santo Grial, en cuya búsqueda se involucraron los caballeros de la Tabla Redonda, los templarios, los cátaros, los rosacruces y hasta el mismísimo Hitler. Una leyenda tan subyugante que ha dado juego en la literatura y en el cine con obras tan famosas como La muerte de Arturo, El código Da Vinci, El péndulo de Foucault, La revelación de los templarios o El enigma sagrado y, en la música, con óperas como Parsifal o Tristán e Isolda de Wagner.

Volviendo a la historia real, sabemos cierto, porque se recoge en una inscripción que aparece en dos piezas de una cruz, conocida como de Dnyarth, que en el año 875 muere el último rey de Cornualles. Si bien los sajones se extendieron por Inglaterra, dejaron a Cornualles como un último reducto de celtas, romanos y britanos. Pasado el primer milenio se produce la conquista de los normandos con la que desapareció la jerarquía anglosajona. Los normandos, encabezados por Guillermo I, junto a sus aliados britanos, pasaron a gobernar Inglaterra que quedó sometida a la aristocracia normanda que terminó convirtiéndose en la nueva jerarquía inglesa. Al final se produjo un proceso de anglificación de toda Inglaterra a la que solo Cornualles se resistió. Lo cierto es que durante la Edad Media hubo una persistente diferenciación entre córnicos e ingleses. A comienzos del año 1300, el condado de Cornualles se convirtió en ducado siendo su duque y señor el “Principe Negro” (llamado así por el color de la armadura que portaba), que se llamaba Eduardo de Woodstock y era, hijo del rey Eduardo III de Inglaterra, príncipe de Gales y heredero al trono. Un trono que nunca llegó a ocupar al morir un año antes que su padre. Pero sí que fue el primer caballero de la “Orden de la Jarretera” (u “Orden de la Liga”) que fue creada por su padre. Por razones estéticas, se le quiere conferir cierta ascendencia en los caballeros de la Tabla Redonda, pero parece ser que su origen es bastante más frívolo. Según se cuenta, Eduardo III, mientras bailaba con la princesa de Gales, a ésta se le cayó una liga y el rey, para evitarle la vergüenza, la recogió y se la colocó pronunciando la famosa frase, lema de la Orden: “Honi soit qui mal y pense» («Que se avergüence quien de esto piense mal»). El caso curioso es que, la versión más antigua que se conoce sobre la Orden de la Jarretera, fue escrita en valenciano por Joanot Martorell (“Tirant lo Blanch”, 1490). Éste cambió el lema por “Puni soit qui mal pensé” («Castigado sea quién piense mal de esto»).

La monarquía inglesa concedió a Cornualles cierta autonomía creando, no solo el Ducado, sino también unas Cortes y un Parlamento del Estaño de Cornualles, lo que hizo creer a los córnicos que tenían un estatus especial, pero la realidad fue que gradualmente fueron perdiendo autonomía y, con la dinastía Tudor, Cornualles ya era (y se sentía) un pueblo conquistado que había perdido su identidad, su cultura y su prosperidad, hasta el punto de que se convirtió en el condado más pobre de Inglaterra, por lo que, en 1497, se sublevaron contra el rey Enrique VII. Dentro de la anglificación que se fue imponiendo a lo largo de los siglos ocurrió que, en 1549, el rey Eduardo VI impuso que se usara el “Libro de Oración Común”, escrito en inglés, en todas las iglesias del reino, suprimiéndose así los ritos en lengua celta y en latín, lo que provocó un levantamiento popular en Cornualles y Devon. La rebelión fue sofocada con la intervención de mercenarios extranjeros. El resultado fue la extinción de la lengua materna de Cornualles. A partir de este momento (siglo XVIII) la historia de Cornualles es la historia de Inglaterra.

Y dentro de la historia, ya sea córnica o inglesa, se nos hacía importante conocer los usos y costumbres con las que habríamos de convivir durante nuestras vacaciones en Cornualles. Y la más esencial fue aprender a pedir en los pubs “the drink” (“la bebida”). Por ejemplo, la cerveza. Básicamente hay dos tamaños en cuanto al volumen de las copas: la “half” (media) y la “pint” (pinta), así que si queremos un “cañonazo” pediremos: “one pint of beer, please” (una pinta de cerveza, por favor) o, si queremos una “caña” normal: “one half a pint of beer, please” (media pinta de cerveza, por favor). Pero ¡ojo! que también hay que especificar qué tipo de cerveza queremos. Veamos, en general hay cuatro tipos, a saber: la “strong” que es una cerveza fuerte de alta graduación servida sin espuma (una especie de orina de caballo); la “lager”, es una cerveza suave servida con espuma, es la más parecida a las que solemos tomar habitualmente (es la que aconsejo pedir); la “ale”, cerveza muy “light” (ligera), servida sin espuma, parece cerveza para críos, y la “guiness”, que es una cerveza negra con espuma que a unos les gusta y a otros no.

En cuanto a las bebidas destiladas, el whisky y la ginebra son “the king and queen”. Pero ¡ojo! Siempre las sirven con dosificador que, normalmente (o sea, siempre) dosifica una dosis ridícula, por lo que cualquier combinado, como un gin-tonic, por ejemplo, para que sea similar a los que estamos acostumbrados que nos sirvan en España, hay que pedir tres dosis. Pero, otro ¡ojo!, porque suelen cobrar hasta las burbujas de la tónica. Estas solo son unas normas generales, la experiencia se convierte en algo fundamental para la comprensión de los córnicos.

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