Diario de una intensivista: "Es una situación de medicina de guerra y somos los soldados de batalla"
Coronavirus en Málaga
Cristina Salazar trabaja en el Virgen de la Victoria y cuenta en un blog cómo vive esta situación
Junto a otros compañeros, ha puesto en marcha una plataforma para vincular particulares o empresas que quieran realizar donaciones con gente que las necesita
Cristina Salazar es médica especialista en cuidados intensivos. Lleva desde 2004 trabajando en el Hospital Virgen de la Victoria, en la capital malagueña, pero “nunca”, dice, ha vivido una situación parecida a la de estos días. “No he visto nada igual”, relata en su día de descanso.
Ella, como todos sus compañeros sanitarios, lleva semanas con guardias que incluso sobrepasan las 24 horas, turnos que se alargan hasta consumir todas las energías que guardan sus cuerpos. Trabajan, en tiempo y forma, como nunca antes: se uniforman con trajes incómodos, gorros, mascarillas que aprietan hasta dejar marcas y gafas. Y, pese a todo, “con lo que aún tiemblo y a lo que no me acostumbro es a que a la hora de la visitas no pueda darles la mano a los familiares”. “No puedes ayudar con gestos humanos a darles sosiego, les informas y observas que lloran solos sin ningún acompañante y sin poder pasar a ver a sus seres queridos porque están infectados”, relata.
El gélido distanciamiento, la deshumanización social, es un daño colateral más de la pandemia: en los centros sanitarios, los familiares ya no pueden arropar a los enfermos ni, en los casos más extremos, acompañarles en sus últimos momentos. “Ahora nosotros, los sanitarios, somos su única familia”, asevera esta médica malagueña.
“Hay un aislamiento total para los pacientes que entran. Ahora, más que nunca, tenemos que mirarles a los ojos, porque eso les tranquiliza y les ayuda a liberar la angustia que sienten. Tengo claro que si alguno muere durante una de mis guardias, le voy a estar cogiendo la mano”, cuenta.
Durante estos días, en los pasillos de los módulos hospitalarios la gente no deja de caminar rápido de un lado a otro, se trabaja sin descanso, tal y como relata esta intensivista en su blog: “Prácticamente no hay bromas, las hacemos cuando paramos para desayunar, el mejor momento del día. Allí dejamos de lado toda la desolación que nos rodea y nos animamos unos a otros”.
A pesar de la frialdad, “sentimos que estamos más unidos que nunca”, explica, aunque este sentimiento aliento no solo emerge entre compañeros. Cada día, a las 20.00, los malagueños, y como ellos en cada punto del país, salen a sus ventanas, balcones o terrazas a aplaudir a todas las personas que están librando la batalla contra el virus. Para los que los escuchan desde los centros sanitarios, “cada aplauso nos hace ver que merece la pena lo que hacemos”, asegura esta intensivista.
La reacción social de las últimas semanas ha provocado que los sanitarios sean un reflejo de la situación: “La gente quiere saber cómo estamos, creen en lo que hacemos y se está dando cuenta de que el colectivo hay que tenerlo protegido. Es una situación de medicina de guerra y somos los soldados de batalla”.
Las mayores trincheras están en los hospitales, “un territorio que es muy difícil que no esté contaminado”, pero también en los centros de mayores. “Los sanitarios estamos en el foco, los hospitales hacen llamamientos particulares pero las residencias están desamparadas y son el foco más susceptible en esta pandemia”, asevera, al tiempo que reconoce que la situación es “difícil planificar” y que cree que “cada uno intenta hacerlo lo mejor”. “No podemos echarnos cosas en cara ahora, todos estamos trabajando al 200% y todo suma”, afirma.
Para personas como Cristina, la situación es muy difícil en el campo de batalla, pero también fuera de él. Los esfuerzos de esta corredora de montaña se reparten en los módulos de cuidados intensivos, pero también en el plano persona. Al llegar a casa la esperan sus dos hijas, a las que ni siquiera puede abrazar, y su pareja, con quien ya no comparte cama. La intensivista reconoce la carga emocional que esto supone y se queda con anécdotas que comparte cada día en su blog: “Noto un rechazo físico de mi hija hacia mí. Me dice que no le toque sus bolígrafos ni su libro y me pregunta si me voy a morir si voy más al hospital. Le digo que yo no, pero que hay mucha gente que podría morirse si yo no voy. Se calla y prosigue su tarea”.
Pese a todo, al llegar a casa, Cristina y sus compañeros no pueden desvincularse de la situación y, por ello, han creado una plataforma que buscar ser vínculo entre “tanta gente con necesidad” y “empresas o particulares que quieran hacer donaciones”. A este “gabinete de crisis” lo han llamado Social COVID y está abierto para cubrir necesidades de comida, ropa, productos de telefonía o cualquier elemento de primera necesidad que “contribuya a paliar la catástrofe”.
“España es el país líder en trasplantes de órganos, ¿cómo no vamos a ser el país más solidario del mundo ahora?”, apela esta malagueña.
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