El coronavirus en las residencias de mayores: entre el miedo y el sosiego
Trabajadores y sindicatos critican la falta de material de protección y recalcan que, en el caso de contagios, deberán ser los servicios sanitarios quienes presten la atención
Margaux llegó de un viaje el pasado 8 de febrero y no pudo ir a ver a su abuela a la residencia en la que se encuentra. Se llama María José, tiene 79 años y padece alzhéimer. Normalmente, recibe la visita de su nieta o de su hija, al menos, cinco veces a la semana. Pero normalmente se ha resignificado y ahora apunta al antes de la irrupción de la pandemia y del desorden en sus vidas. El pasado día 8 aún no estaba restringido el acceso a las residencias, pero Margaux pertenece a la población de riesgo y, consciente de que venía de fuera, decidió aplazar la visita. “Pensé que esto no iba a durar mucho…”. Estos días se han comunicado con ella a través de llamadas, pero María José lo está pasando “regulín”. Pregunta qué pasa, por qué ahora su nieta y su hija no van a verla. Le explican que se tiene que lavar las manos muchas veces y que hoy tampoco recibirá visitas y asiente: “Sí, por ese bichito malo”. Pero después lo olvida. Ayer fue su santo pero su familia no pudo abrazarla ni besarla; tampoco se acordó. Hablaron por teléfono (para hacerlo por Skype tienen que pedir cita) pero es reacia a las nuevas tecnologías: “Si de normal le cuesta seguir una conversación, a través de una pantalla…”.
En las residencias de mayores se libran estos días muchas batallas. Las humanas de los residentes que han perdido el nexo con el exterior; de los trabajadores, que tienen que cobijar su miedo y seguir regalando sonrisas; y de los familiares, que renuncian a ver a sus seres más queridos para no hacerles correr un riesgo que podría ser mortal. Pero también las de provoca la falta de material y el colapso de los servicios sanitarios. Trabajadores y sindicatos denuncian una escasez de equipos de protección y de pruebas de detección que provoca que estos lugares se conviertan en foco de transmisión. Pero ante todo, llaman a la calma, por los propios mayores y por sus familiares.
Gustavo García, de la Asociación de Directores y Gerentes de Servicios Sociales, afirma que “la situación es preocupante pero mucho más normal de los casos extremos que aparecen estos días en la prensa”. En todas las residencias, dice, planea el miedo propio por tratarse de una población vulnerable y de riesgo que, además, vive en un mismo espacio, lo que incrementa la probabilidad de contagios. Este experto incide en el establecimiento de protocolos de riesgos y prevención que pasen por la sectorización del centro con una zona “caliente”, de aislamiento para positivos; otra para prevención de personas con síntoma y una tercera para el resto de residentes.
Falta de material
Según Francisco Muñoz, del sindicato USTEA, las residencias públicas de Málaga están reconfigurando alguna de sus plantas para posibles infectados aunque el principal problema, ya generalizado en todos los ámbitos y en todo el país, es la escasez de instrumentos de prevención. “Sabemos que hay falta de material, pero solo pedimos lo básico: una mascarilla”, indica Mercedes López, auxiliar clínica de la residencia de El Palo. “Las administraciones están trabajando, pero necesitamos un sobresfuerzo”, añade Muñoz.
Sobre los trabajadores pesa la losa de ser ellos mismo quienes lleven el contagio a los centros pero también la sensación de no fallar a los mayores, a quienes dedican la mayor parte de su día a día. “Muchos están llorando en casa porque no pueden ir a trabajar”, destaca Gustavo García. Ellos también son población de riesgo: “La plantilla de la provincia es bastante mayor, sobre los 50-60 años, y no está habiendo reposición frente a las bajas”, apunta Marisa Rodríguez, presidenta del comité de CSIF. “Si caemos nosotros, ¿quiénes les van a cuidar? No queremos ser los responsables de que se contagien”, ahonda Mercedes López.
En las residencias, la distancia de seguridad es una falacia y solo los que trabajan sobre el terreno lo entienden: “¿Cómo van a limpiarlos, a vestirlos, a darles de comer? ¿En casa todo el mundo está respetando el metro de protección con sus hijos o parejas? Las residencias son los hogares de los mayores, no se puede olvidar”, esboza García. Precisamente, de ahí parte uno de los temores del experto: las residencias no son el lugar adecuado para atender a los posibles contagiados y los hospitales están al borde del colapso. “No somos servicios sanitarios sino sociales, lugares para vivir. La salud es competencia del sistema sanitario. Si ante el colapso deciden dejar a esta población fuera, estarían abandonando a la población más débil”, explica.
Mientras la incertidumbre y el miedo reina fuera, dentro, los trabajadores se empeñan en transmitir sosiego. “Procuramos que no estén sobreinformados, dar las noticias con cuentagotas para que no se alerten y que el día a día sea lo más normal posible”, asegura Asunción Delgado, psicóloga la residencia Bufer, en La Cala del Moral, donde atienden a una veintena de mayores.
Gustavo García subraya que el 60% de los residentes el 60% tienen algún tipo de deterioro mental y que, para ellos, el aislamiento “perjudica a la salud física y psicológica”. “Notan que no les achuchan. Están acostumbrados a un contacto cercano y ahora no podemos ni darles un beso”, asegura Mercedes. “Nos dicen llorando que no los queremos”, asevera Marisa.
Pese a las adversidades, en redes sociales circulan vídeos en los que aparecen mandando mensajes de apoyo, como los que transmiten a sus familiares los que pueden aún transmitirles algo. “Los mayores, como en 2008, están dando una lección de entereza que nos deja conmovidos. Cuando pase todo, reconoceremos que han dado la talla pero ahora somos nosotros quienes nos tenemos que esforzar para dar la talla con ellos. Yo espero que esta crisis nos haga más humanos, valorar el sistema y el personal de dependencia. Estamos viendo que es esencial y, cuando pase todo esto, deberíamos recompensarlos”, indica García.
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