La crisis del coronavirus: "Lo que me da miedo es no poder dar de comer a mis hijos"

La crisis del coronavirus ha dejado a miles de familias malagueñas en situaciones de extrema precariedad como a Cristina Caro, madre de seis niños

Crecen en un 250% las personas atendidas por Cruz Roja con respecto a 2019

Reparto de comida y productos de primera necesidad de Cruz Roja.

Málaga/Para Cuando la nevera está vacía y poder dar de comer a los niños supone tener que salir a pedir ayuda, el miedo al virus es casi lo de menos. “Miedo a contagiarme no tengo ninguno, más me da que mis hijos me digan que tienen hambre y no tenga para darles de comer”, dice Cristina Caro, madre de seis pequeños con edades comprendidas entre los 14 años y los 12 meses.

La suya es una gesta de supervivencia, la hazaña de la multiplicación, el éxito de hacer posible el más difícil todavía. “Tuvimos una tarjeta de 200 euros para comprar en Maskom que nos dio el Ayuntamiento y otros 200 de Cruz Roja, hemos tenido 400 euros en todo este tiempo para 8 personas, mucha impotencia y tragando mucho orgullo, con eso hemos comido todos”, declara Cristina. Y cuando veía que otros compraban patatas fritas, refrescos y dulces, ella intentaba llenar el carro de legumbres, pasta, verdura y algo de carne. “El pescado no lo hemos ni olido en estos meses”, apunta.

En el colegio dos de sus hijos ha podido conseguir los menús, pero los que estudian Primaria, otros dos están en el instituto y los pequeños en la escuela infantil. Para los bebés ha conseguido pañales y leche gracias a la ONG Corazones Malagueños. También recibieron un par de lotes de comida y productos de higiene y limpieza, pero con tantos en casa las existencias duraban unos días.

Cristina y su marido estaban en paro cuando estalló la crisis. Ella limpiaba casas por hora, él buscaba chatarra, limpiaba naves industriales, cogía todo lo que le salía. Pero ni contrato ni prestaciones. “Llevamos 14 meses esperando la renta mínima de inserción social”, comenta Cristina, que espera que ahora sí que llegue el ingreso mínimo vital. Cuando tuvieron que encerrarse en casa la cosa se puso muy fea.

“Yo vivo al día, no tenemos ni padres ni suegros que nos ayuden, y en las tres primeras semanas del confinamiento hemos comido gracias a los vecinos, no tenía ni pañales para las niñas, lo hemos pasado muy mal, a las tres semanas Cruz Roja nos dio el primer lote de alimentos”, apunta.

"En las tres primeras semanas comimos gracias a los vecinos, lo hemos pasado muy mal”

Tiene una ayuda del Instituto Municipal de la Vivienda para el alquiler pero debe 270 euros a su casera y acaba de llegarle un burofax reclamando el pago. Y eso, según señala, que se piso es muy pequeño, el baño está apuntalado y lleno de humedades. También debe 140 euros de internet y tres meses del seguro de la furgoneta, con lo que se ganan la vida ahora que su marido ha vuelto a salir. Ella no ha podido volver todavía a sus casas. “Entiendo que les de miedo que entren de la calle, es lógico”.

“Esto ha supuesto un palo durísimo, otras veces hemos también hemos tenido poco pero salías adelante, ahora hemos sentido mucha impotencia, llamas a todos y nadie te ayuda, nos podían haber dado la renta mínima en estos meses que hemos estado 20.000 familias encerradas sin nada”, considera Cristina, que está en programas de Arrabal AID y Secretariado Gitano en busca de empleo. “Pero está la cosa muy difícil, y más sin empleo”, agrega mientras reconoce que ha sufrido ansiedad con esta situación.

El coronavirus para Stephanie Michelle Durán ha supuesto quitarle de un plumazo la etapa más dulce desde su llegada a España. Esta venezolana de 27 años, nacida en Caracas y madre soltera de un hijo de 8 años, por fin tenía un trabajo en el que se sentía a gusto y bien remunerada, a pesar de que su contrato era a tiempo parcial. El Covid-19 la mandó a casa con un ERTE y ni siquiera cobró lo que trabajó en marzo. Hasta mediados de mayo no recibió ni un solo euro.

Lo poco que tenía guardado intentó dejarlo para el alquiler y para subsistir las primeras semanas. Su casera, voluntaria de Cáritas, le habló también de as ayudas de Cruz Roja durante la pandemia y un mes después del encierro obtuvo una tarjeta de supermercado con 50 euros. “Fue como un regalo de Dios, porque mi hijo cumplía años esa semana y le pude comprar algo rico de comer y una tarta”, comenta.

Esta higienista dental que en Málaga ha trabajado como camarera, cuidadora de niños y mayores, haciendo mudanzas, en supermercados, vendiendo coches usados y poniendo extensiones de pestañas, asegura que ha visto “el frigorífico vacío”. “No es que pasara hambre, sé lo que es eso y aquí hay muchas ayudas, pero tienes que pedirlas. Y no puedes comer proteínas todos los días, ni carne ni mucho menos pescado, me parecía que todo subía de precio”, señala Stephanie.

"Esto del Covid me pegó duro, estaba en un buen momento y suposo volver al principio, a cero”

En mayo le pagaron el ERTE y “fue un respiro, pagué la luz, internet y a mi casera, que antes no tenía cómo” y señala que, al menos en España, se siente más protegida y segura porque más o menos tienes todo lo necesario. “En Venezuela nos hubieran cortado la luz y el agua, y aquí sabes que más o menos la comida no va a faltar, que puedes ir a un médico y que tu hijo puede estudiar… Allí es el inframundo, más todavía con el coronavirus”, dice la joven venezolana que llegó con su madre y poco después pudo reagruparse con su padre y su hermana.

“Esto del Covid-19 me pegó duro porque estaba en una situación buena y supuso volver al principio, me quedé a cero, pidiendo ayuda para que el niño pudiera comer algo”, recuerda. Fue como regresar a cuando entró en el programa de refugiados de Cruz Roja, a sus primeros momentos en un país extranjero. A ellos, dice, les debe mucho y su sonrisa parece inalterable cuando lo cuenta, a pesar de todas las dificultades.

Stephanie ha comenzado a cuidar un anciano los fines de semana. No gana demasiado pero le da para ir tirando mientras encuentra otro empleo. “Creo que no voy a volver a mi trabajo anterior, creo que el dueño de la empresa está muy endeudado y quizás no vaya a abrir pronto el negocio”, apunta.

Pero es joven y le sobran las ganas de salir adelante, de poder cumplir algunas de sus expectativas. Se quiere sacar el carné de conducir y el pasaporte venezolano, que le cuesta 200 euros, para poder viajar con su hijo. Para eso tendrá que empezar de nuevo, ella y tantos de aquellos que la pandemia les ha golpeado con uno de sus látigos más duros.

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