"El mar era elegir una carta; podía salir vida o muerte y nos salió vida"

Testimonios de inmigrantes llegados en patera

Algunos llevan dos años viajando y pagaron hasta 4.000 euros a las mafias por cruzar el Mediterráneo

Inmigrantes juegan al fútbol en el polideportivo de Tiro de Pichón. Hace cuatro días se jugaban la vida en una patera.
Inmigrantes juegan al fútbol en el polideportivo de Tiro de Pichón. Hace cuatro días se jugaban la vida en una patera. / Fotografías: Javier Albiñana
Leonor García

27 de junio 2018 - 01:36

Málaga/"El mar era como un juego. Tenías que elegir una carta. Te podía salir vida o muerte. Tuvimos suerte y nos salió vida". Así de claro con apenas 25 años lo tiene Alazan, un guineano rescatado el sábado de una patera. Ahora está alojado en el polideportivo de Tiro de Pichón. Planea seguir su camino hacia Madrid. "¿Que si tuve miedo en la patera? Sí, claro que tuve miedo, pero la supervivencia en mi país es muy difícil", explicaba. Le gusta el fútbol, no tiene amigos en Madrid, pero confía en que allí podrá labrarse un futuro mejor que en Guinea.

Es su historia. Apenas una de las 315 que tiene cada uno de los inmigrantes rescatados el sábado. Algunos llevan dos años viajando desde que salieron de su país para cumplir su sueño europeo y confiesan que han pagado 4.000 euros a las mafias en Marruecos para cruzar el Mediterráneo en patera.

Llega un camión de Limasa a recoger los residuos de las instalaciones. Los inmigrantes colaboran con la limpieza y echan las bolsas al triturador del vehículo. Una red los separa del campo de fútbol contiguo en el que un puñado de adolescentes españoles juegan un partido. Los subsaharianos se quedan extasiados disfrutando del juego. Tres niños se dan cuenta de los espectadores tan singulares que tienen y le prestan una pelota. En cuestión de segundos, sin tener campo delimitado, ni portería, los inmigrantes montan su propio partido. Ríen, son felices. Hace cuatro días estaban en el mar sin saber si morirían o vivirían. La carta fue vida. Así que viven cada momento. Les basta una pelota prestada para un rato de felicidad.

Usman, de 20 años, procede de Guinea Conakry. "Pasé miedo en el mar, pero mi madre y mi padre murieron y allí no me queda familia. En la patera venían 50 personas, entre ellas siete mujeres y dos niños". También va hacia Madrid y quiere se jugador de fútbol.

De algún sitio aparece una segunda pelota y en un periquete otro grupo de inmigrantes monta otra fiesta deportiva. Hay cabezazos, golpes de tacón y malabarismos con el balón.

Samuel Linares, representante de Cruz Roja en el dispositivo de acogida, explica que los jóvenes colaboran con las tareas de distribución de alimentos, reparto de agua y recogida de residuos. Otro trabajador de la ONG comenta que esa participación en las tareas cotidianas del centro les viene bien porque los entretiene y les hace sentirse útiles. Un total de 171 inmigrantes permanece en el polideportivo.

Otros ya lo han abandonado. Ayer por la tarde salió un autobús rumbo a Sevilla, donde serán alojados en centros de la Comisión Española de Ayuda al Refugiado. Otros grupos más pequeños se fueron repartiendo en pisos de ONG. Trabajadores y voluntarios de Cruz Roja trabajaban denodadamente para agilizar la salida hacia sus destinos.

Ya fuera del pabellón, apoyados sobre una de las tapias, una decena de inmigrantes esperaban que los recogiera una ONG. Mamadi, de 27 años, iba hacia París donde está su madre. Yacuba, de 31, a Las Palmas, donde confía en el apoyo de algunos amigos. Ismael, de 22, a Alemania. "Sabíamos que estábamos en peligro en el mar, pero en mi país hay una lucha constante y no se puede vivir", decía este joven. Algunos tenían una mirada triste que no se correspondía con su juventud. Las historias se iban desgranando en francés, inglés y gestos. Con mímicas, Mamadi explicaba que las olas eran grandes y tenían miedo. Una trabajadora de una ONG ayudaba con la traducción para darle voz a estas personas a veces invisibles.

Dentro, el pabellón es aún un improvisado dormitorio para 171 personas. Las camas de campaña se suceden una tras otra sobre la pista. El alcalde, Francisco de la Torre, y el concejal de Derechos Sociales, Raúl Jiménez, se pasan a última hora de la tarde para ver con sus propios ojos el dispositivo y agradecer la labor de Cruz Roja.

Un pastor evangélico espera a las puertas del complejo para darles apoyo espiritual a los que quieran escucharle. Poco después de las 19:00, pasadas las 72 horas en las que los inmigrantes están bajo custodia policial, los agentes se retiran. La organización humanitaria queda por completo a cargo de estas personas, casi todas por debajo de los 30 años.

La trabajadora de una ONG se lleva a un puñado de inmigrantes hacia un destino que ellos todavía no tienen claro. Pero ella se despide con una frase categórica: "Vamos a intentar que tengan una buena vida".

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