De cómo la escritura se confundió con la vida

Malagueños de hoy | Manuel Alcántara

El poeta y periodista mantiene en el siglo XXI su calidad de emblema fértil de la columna literaria

La intervención de Manuel Alcántara
Pablo Bujalance

31 de diciembre 2017 - 06:30

Málaga/La vida, propiamente dicha, empezó en la calle Agua, el 10 de enero de 1928. Allí, en lo que una vez fue arrabal y necrópolis, como para que de antemano todo estuviera bien atado, en aquella Málaga de gatos por liebres en la que se vendía tabaco de colillas, la pobreza albergaba rango de ciudadanía. La literatura dio sus primeros pasos en el 51, en el Café Varela, donde aquel malagueño escribía sus versos casi de manera furtiva mientras cultivaba la conversación con Antonio Mingote y subía de vez en cuando a la tarima para hacer de aedo ante aquel Madrid decadente y ensimismado. A partir de entonces, la vida y la literatura se confundieron para hacerse prácticamente lo mismo, realidades idénticas, reflejos subordinados a iguales espejos. Aquella utopía de una escritura impresa en la existencia, por la que Borges entregó sus ojos y Kafka la cordura, habría de tener su manifestación más natural, sencilla y evidente en este hombre llamado Manuel Alcántara. Primero, en la poesía: su libro Manera de silencio obtuvo el Premio Antonio Machado en 1955 y en 1963 recibió el Premio Nacional por Ciudad de entonces. Después, en el periodismo, al que sigue unido en la servidumbre de su columna diaria para dejar bien claro que escritura y vida son, casi noventa años después de aquel alumbramiento en la calle Agua, la misma forma de ser en el mundo.

Alcántara no dejó nunca de escribir poesía; y mucho menos de serlo, entregado sin reservas a la costumbre del ave solitaria que encuentra su hogar en el silencio y por ello celebra cada día la excepcional conquista de la amistad. Pero, como admite el mismo autor, “escribir poesía es muy de juventud, de descubrimiento del mundo. Lo milagroso es seguir escribiéndola con ochenta años. Mientras tanto, el periodismo se lo traga todo. Si tienes una pequeña idea, se va en el artículo”. Cabe imaginar la cantidad de ideas, grandes y pequeñas, que se han ido en los más de 22.000 artículos publicados por Manuel Alcántara. Allí, en la espesura enfermiza de una redacción, en su oficio de corresponsal, ya fuera en una crónica pugilística o en cualquiera de sus columnas, nuestro hombre siguió dando a la literatura lo que es suyo en aquella extraña rutina que, ciertamente, lo fagocitaba todo en un pulso ininterrumpido:“Como decía Julio Camba, la sección diaria es lo más atractivo. Pero hasta que no tienes el título del artículo, no te quedas tranquilo. Y además llega un momento en que ya has escrito de todo. Camba, que era muy cínico, decía: ‘ Yo me levanto preocupado con el artículo, si voy en el tren y veo una vaca pienso que ya tengo el artículo, si estoy de viaje y algo llama mi atención pienso que ahí está el artículo. Y qué pasa: que si un amigo íntimo se muere, me pongo muy contento porque ya tengo el artículo de mañana”. Precisamente, Alcántara recibió en la redacción de Arriba la mejor tradición del periodismo literario español, la que se había fraguado en los periódicos de laGeneración del 98 como mecanismos idóneos para la expresión del pensamiento en una España demasiado consciente de su cariz trágico, la que habían esculpido a fuego lento Chaves Nogales y el mismo Camba, para convertirla en otra cosa y, al mismo tiempo, mantenerla intacta en sus alcances. Así de íntegra ha llegado esta misma tradición al siglo XXI gracias al puente preclaro que ha significado Manuel Alcántara. Si la prensa, aun sometida a la convulsión digital, ha resucitado en gran medida el interés del artículo periodístico como ejercicio inequívocamente literario en España, semejante hallazgo (tal vez, paradoja) se debe, en gran medida, a que Alcántara traía la mecha prendida desde mucho antes. Hoy sabemos bien en qué consiste ser periodista y en qué consiste no serlo. Tenemos a mano al mejor modelo posible.

Y así se hizo Manuel Alcántara un escritor indispensable para sus lectores, categoría que muy pocos autores han podido compartir en el último siglo. La misma España que no lograba zafarse de sus pesadillas acudía cada mañana al periódico para leer a Alcántara y burlar así un tanto a aquel buitre nefasto, preñado de leyendas negras, que se empeñaba en devorar sus tripas. Alcántara fue ya un periodista admirado, aprendido e imitado en Arriba, y siguió siéndolo después de los años 80 en la prensa malagueña, como hoy en los diarios del grupo Vocento. Ahora que sus noventa están a la vuelta de la esquina, las ideas fluyen, la escritura permanece. La puñetera vaca de Julio Camba se sigue apareciendo al otro lado de la ventanilla del tren todos los santos días.

Afirmaba Cicerón que quien tiene una biblioteca y un jardín lo tiene absolutamente todo. Pues bien, justo esto es lo que ofrece Manuel Alcántara en cada columna: una biblioteca y un jardín. Lo leído y lo vivido, bajo el mimo de un artesano dispuesto a extraer la belleza del último detalle. Su contemplación de la realidad, su templanza, su querencia humanista y su adscripción estoica siguen convirtiendo sus columnas en un abrazo. El gusto es nuestro.

Razones para admirar, motivos para aprender

En el homenaje celebrado recientemente a Manuel Alcántara en el Ayuntamiento de Málaga, el periodista Ignacio Camacho otorgó a Alcántara el título de “hermano mayor de la Archicofradía de la Sagrada Columna” y apuntó tres motivos para admirar al autor: la continuidad, “que no depende tanto de la longevidad sino de la disciplina y el esfuerzo. Un columnista es una cadencia y Manolo es imbatible en la persistencia, quizá sea el único que escribe todos los días del año en España”; la pureza del lenguaje, que hace de Alcántara un articulista “culto sin afectación, inteligente sin pedantería: en él la persuasión es una seducción, con una prosa muy difícil de imitar”; y la compasión, “el humanismo, la serenidad. Alcántara es un estoico que ejerce de ensayista urgente. La ironía es en su trabajo una forma sutil de la piedad”. En aquel mismo encuentro afirmóTeodoro León Gross: “He tenido el lujo de ver cómo el tiempo ha puesto en su sitio a uno de los más grandes”.

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