Su ex la estranguló y la creyó muerta, pero sobrevivió: “No quiero que vuelva a Málaga, no quiero pasar miedo si voy sola”
El TSJA ha condenado a su agresor a diez años de prisión por tentativa de homicidio, malos tratos y amenazas
Ella sólo quiere seguir viviendo en el mismo sitio con tranquilidad, "le perdoné por mí, por no sentir odio todos los días de mi vida"
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El calendario acababa de cambiar de domingo a lunes, pasaban treinta minutos de la medianoche. L. G. Estaba en su habitación cuando su ex pareja, Jorge C., irrumpió, la agarró del cuello y la estranguló hasta que perdió el conocimiento y dejó de respirar. Él creyó haberla matado y cogió el coche de ella para desaparecer. Pero L. logró sobrevivir: “Sólo quiero que no vuelva a Málaga, no quiero pasar miedo si voy sola”.
En parte, puede decir que sigue viva gracias a él. Cinco horas más tarde, volvió al lugar, cargado con bridas y cinta de embalar. Cuando se percató de que respiraba, intentó avisar a la madre de ella por su teléfono móvil con varios mensajes y llamadas.También probó con uno de los amigos de ella. En plena madrugada, no obtuvo respuesta. Una, dos y tres llamadas a la ambulancia mantuvo el silencio cuando alguien descolgó al otro lado. A la cuarta avisó: “He discutido con mi mujer y la he estrangulado”.
Ahora ha sido condenado en firme por el Tribunal Superior de Justicia de Andalucía (TSJA) a ocho años y seis meses por un delito de homicidio en grado de tentativa. A esto se suman otros nueve meses por malos tratos en el ámbito familiar y otros nueve más por amenazas; además tiene prohibidas las comunicaciones y acercarse a 800 metros de la víctima, a la que debe indemnizar con 44.373 euros.
L. ahora tiene 28 años y un hijo en edad escolar. Ese día, “por suerte”, le había dejado con el padre del niño. Es justamente su retoño quien le ha devuelto a la vida: “Tenía que seguir hacia delante por mi hijo”, dice, mientras lamenta el estado en el que la tuvo que ver el primer mes y medio tras el suceso, “tenía los ojos ensangrentados y depresión”.
Su coche lo limpiaron su hermana y su mejor amigo. Para volver a poder pisar su casa, tuvieron que fregarla sus padres. “Mi cuarto parecía un matadero”, al perder el conocimiento había excretado heces, vómitos y sangre, que quedaron repartidos por toda la habitación. L. sigue viviendo en el mismo piso: “No me quiero ir, no quiero cambiar mi vida, no tengo por qué hacerlo. Empecé a recuperarme cuando volví a vivir aquí sola”.
Pero no todo ha vuelto a ser lo mismo, desde entonces, para poder pegar ojo L. tiene que echar mano del Lorazepam –una benzodiazepina–, “me he vuelto dependiente”, lamenta, a la vez que asegura que ya ha tenido que doblar la dosis para que le haga el mismo efecto que en un primer momento. Sus defensas tampoco son las mismas, “ahora enfermo cada poco, tengo muchas infecciones y placas en la garganta cada poco”.
Cuando todo esto sucedió, L. tenía 26 años, terminaba un segundo ciclo formativo y estaba empezando a trabajar, mientras estudiaba, en una empresa en la que ahora se ha hecho fija, “mi trabajo me encanta, no quiero perderlo por nada del mundo. Sólo preguntaba cuándo podía volver, me quería reincorporar antes”. También terminó el ciclo, “con muy buena nota”, a pesar de que la primera convocatoria de exámenes estuvo convaleciente. “No quería que la baja parara mi vida, tenía que salir adelante por mi hijo”.
Ahora, vuelve a tener pareja, “pensaba que nunca iba a pasar”. Él le ayudó, asegura, a pasar la depresión que tenía. Afirma que no ha vuelto a tener miedo en pareja. Sí lo mantiene hacia su agresor, 16 años mayor que ella y que, parece, actuó en un ataque de celos, ella no recuerda nada de esa noche. No era el primer episodio que había tenido. Todos ellos, con un mismo desencadenante, él volvía a consumir cocaína, a la que había sido adicto.
“Pude contactar con él a través de uno de sus familiares. Me pidió perdón a mí y a mi familia, le perdoné por mí, por no sentir odio todos los días de mi vida”, afirma con rotundidad.
“Mi miedo era que volviese y me matase o le hiciera algo me hijo”. Él tiene la tarjeta de residencia, me gustaría que cuando volviera le mandaran de vuelta, no puedo volver a verle, no quiero ni pulseras ni nada de eso, lo único que quiero es no tener miedo cuando voy sola por la calle".
“Yo no quiero irme de Málaga, no quiero cambiar mi vida. Si él se queda en Málaga yo me voy a tener que ir, pido por favor que se vaya a su país de origen”. “No quiero tener que dejar de vivir”, añade. “Una vez él se vaya podré vivir tranquila y en paz”.
Aún, todos los 21 de febrero, asegura, se levanta “con 42 de fiebre”. El primero intentó celebrar su primer año de vida, a partir del segundo desistió. La enfermedad viene a recordarle, como un fantasma, que ese día se salvó. Ahora sólo quiere seguir tranquila, y no tener que mudarse: “A mí me encanta la vida que tengo, soy feliz. En el momento que él salga, si vuelve, voy a tener que irme y no quiero, me encanta mi casa, aquí soy muy feliz”.
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