Fascinante Croacia: Zagreb (I)

La historia de la capital no es tan antigua. Quizá fuese, en sus inicios, una guarnición romana que después estuvo en manos de distintas tribus bárbaras hasta que se asentaron los croatas

Zagreb fue anexionada al imperio austro-húngaro en 1815 y en 1850, con la unificación administrativa de Gradec y Kaptol

Fascinante Croacia: En un principio fue Salona

Iglesia de San Marcos de Zagreb.
Iglesia de San Marcos de Zagreb. / M. H.

Después del largo y fascinante paseo por los lagos cené uno de mis platos preferidos que por esta zona de Croacia lo preparan exquisitamente: el revuelto de espárragos trigueros. Como segundo tomé pavo asado acompañado con purica s mlincima (pasta ácida) y de postre un medimurska gibanica, un pastel hecho a base de nueces, amapolas, manzanas y queso. Todo ello acompañado de un vino tinto de la zona tipo frankovka que resultó ser excelente. Y después a dormir. Esa mañana estaríamos en Zagreb, la capital de Croacia. No sé por qué, cogí el sueño con los acordes de la canción “Croatio iz duše te ljubim” (Croacia, te amo desde el fondo de mi corazón), de Tomislav Bralić, interpretada por el grupo Klapa Intrade, que escuché en You Tube cuando preparaba este viaje.

La historia de la capital no es tan antigua. Quizá fuese, en sus inicios, una guarnición romana que después estuvo en manos de distintas tribus bárbaras hasta que, en el siglo VII, se asentaron de forma estable los croatas, pero no tenemos constancia histórica de Zagreb hasta el amanecer del segundo milenio, cuando su nombre aparece en el documento que declara diócesis a la iglesia de Kaptol, alrededor de la cual se había extendido la ciudad. Sin embargo sabemos que el rey croata Tomislav se coronó en dicha iglesia el año 925. Por esa fecha se alzó en sus alrededores la fortaleza de Gradec y pronto comenzó una lucha por el poder entre la fortaleza y la iglesia, bueno, por el poder y el dinero, o sea, por la posesión de las tierras y la recaudación de los tributos. Nada nuevo bajo el sol. 

Bela IV (Gabriel IV en español), duque de Transilvania (aunque nada tiene que ver con el conde Drácula que nació seis siglos después de la pluma del irlandés Bram Stoker), y después rey de Hungría y Croacia, en 1242 tuvo que refugiarse en la fortaleza de Gradec cuando los mongoles invadieron y arrasaron el país, para salvar su vida. Se salvó y, en agradecimiento, le concedió la llamada “Bula de oro” que conllevaba ser ciudad libre con ciertos privilegios.

En el siglo XVI, calmadas las rencillas por el poder, es cuando adoptó el nombre de Zagreb, cuyo origen cuentan sus habitantes en una extraña leyenda popular. Dicen que la zona donde se asienta la ciudad era un desierto y que un día acampó allí un gran general con sus tropas cansadas y sedientas. Clavó su espada en la tierra reseca y milagrosamente brotó un manantial de agua. Le acompañaba una bella jovencita que se llamaba Manda (Magdalena), a la que el general sediento le ordenó: “Manda, alma, saca (coge o agarra) un poco de agua”. Por ello la tropa bautizó al manantial como Mandusevac que deriva de la combinación de las palabras Manda y alma. Y de la palabra sacar (o agarrar) que en croata es zgrabiti, nació en nombre de Zagreb. El manantial Mandusevac fue enterrado en 1898, pero después, en 1986, volvió a su lugar cuando se remodeló la plaza principal de la capital que es la Josip Jelacic, un general del Imperio Austriaco, ban (gobernador) por entonces de Croacia, que abolió la servidumbre y es considerado héroe nacional . El murmullo de las aguas del manantial es el susurro del alma de la ciudad para los zagrebíes.

Zagreb fue anexionada al imperio austro-húngaro en 1815 y en 1850, con la unificación administrativa de Gradec y Kaptol, se convirtió en la capital de Croacia. Desde entonces la ciudad ha tenido un desarrollo económico, social y cultural que ha hecho de ella una de las ciudades, de más de un millón de habitantes, que conserva el encanto de su origen medieval, la unión de dos ciudades nacidas con el primer milenio, además de todo lo que durante más de mil años ha ido atesorando y manteniendo. Por eso Zagreb es mágica, apacible, romántica y acogedora, envuelta en cierta atmósfera vienesa. Y su gente, quizá por su hábitat o por el ambiente, es amable y educada. Cuando visité por primera vez Zagreb, iba obsesionado por adquirir una pluma estilográfica Penkala. Fue éste un ingeniero croata zagrebí que inventó en 1906 un “lápiz mecánico” (lo que hoy llamamos un portaminas), y un año después patentó una pluma estilográfica que permitía que la tinta fluyera de manera uniforme y consistente, mejorando con ello significativamente la calidad de la escritura de las estilográficas existentes. Su diseño se extendió rápidamente por todo el mundo. Siendo coleccionista de estilográficas, no podía pasar por Zagreb sin traerme para mi colección una Penkala. Pero ¡Oh dolor!, recorrí todas las tiendas de objetos de escritura sin encontrar ninguna. Opté por ir a la Oficina de Información y Turismo y contarles mi problema para ver qué me aconsejaban. Me trataron como jamás me han tratado en sitio alguno en mis viajes. No solo me atendieron con una amabilidad excepcional, casi agradeciéndome el hecho de que conociese a Slavoljub Eduard Penkala y su pluma, sino que removieron Roma con Santiago, llamaron, fueron y vinieron, hasta que me trajeron en su caja una flamante pluma Penkala. Jamás olvidaré tanta gentileza y cortesanía, ni tanto interés por dejar bien alto el pabellón patrio y su natural caballerosidad. Aquello me dijo mucho de Zagreb, los zagrebíes y los croatas. Y, como curiosidad para los amantes de la tinta, les diré que Penkala consiguió que, en el primer cuarto del siglo XX, su fábrica de estilográficas de Zagreb fuera la más importante y reconocida del mundo.

Zagreb fascina nada más comenzar a recorrer la ciudad alta, en la que se encuentra lo que fue la ciudad medieval de Kaptol, en la que la mayoría de las edificaciones son casas del siglo XVIII donde vivían los canónigos y clérigos en general. Desde la medieval Torre Lotrskac se tienen unas maravillosas vistas de la ciudad y, curiosamente, desde ella resuena lo que llaman sus habitantes “el trueno de Zagreb” que marca diariamente, desde 1877, el mediodía. El trueno es un disparo del famoso cañón Gric. Según cuenta la leyenda, a finales del siglo XVI, las tropas del poderoso sultán turco Hasan-Pasha Predojevic cercaron Zagreb y se dispusieron a tomarla pensando que no tenían artillería para defenderse. Pero los zagrebíes consiguieron subir a la torre un enorme cañón que se había fundido en Viena. Un día que las tropas turcas estaban relajadas divirtiéndose, les pegaron un cañonazo que las aterrorizó. Ahí se acabó el asedio, los turcos se retiraron y no volvieron más. Hoy, la torre alberga una galería de arte, pero su mayor atractivo, además de la torre en sí misma, es la vista que ofrece del precioso tejado de la iglesia de San Marcos, de tejas de brillantes colores, rojos, azules y blancos, representando el escudo de armas de Zagreb y el escudo del reino de Croacia. Y, por descontado, la panorámica de los parques y edificios de la capital.

En los alrededores se encuentra la iglesia de San Francisco (Sv. Franjo), del siglo XVI, rehabilitada en el XIX en estilo neogótico. Pero de inmediato nos encontramos con la catedral de San Esteban (Katedrala Sv. Stjepana), construida y reconstruida numerosas veces a través de los siglos. La fundó el rey Ladislao de Hungría en 1094, pero en 1242 fue destruida por los mongoles. Se volvió a reconstruir pronto en estilo gótico, modificándose en el devenir de los tiempos hasta acabar en el barroco-neoclásico con una aguja neogótica que hoy contemplamos. O sea, en una mezcla de estilos armónicamente simpática.

Junto a ella se encuentra el Arzobispado. Un edificio barroco del siglo XVIII construido sobre la muralla del XVI que tiene la capilla de San Esteban en su patio. Callejeando por los alrededores de la catedral nos encontramos con algunos edificios curiosos, como la torre Prislinova, una edificación rústica del siglo XVII, o la casa más antigua, Lektorova kurija, del siglo XV. Pero sobre todo lo que no se puede uno perder, porque es increíblemente fascinante, es el ambiente alegre y amable en las calles. Bares y cafeterías con sus terrazas, gente bebiendo, charlando y divirtiéndose con su copa en la mano. ¡Qué ganas de vivir se respira en Zagreb!

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