Feria de Málaga: Llegó la hora del folclore… y de la juerga

Calles repletas el primer día de fiesta en la capital, con bailes tradicionales, diversión y alcohol en cada esquina

Romería de castañuelas y emoción en la Feria de Málaga

Un grupo de jóvenes 'muy malagueños' disfrutando de la fiesta en el Centro.
Un grupo de jóvenes 'muy malagueños' disfrutando de la fiesta en el Centro. / CARLOS GUERRERO

Dos ancianas, más cerca de los ochenta que de los setenta, ademanes cansados incluidos, avanzaban esta mañana por la Alameda, ambas vestidas de faralaes, para internarse después con ánimo en las calles del Centro de Málaga mucho antes de lo que lo haría cualquier asistente promedio. Puesta la pica en Larios tras todo un año de espera, no hay que olvidarlo, cualquiera era el que se atrevía a echarle el aliento a los integrantes del sector más tradicional, al que pertenecían estas buenas señoras, que tomaba la calle al peso dispuesto a aguantar hasta que el dolor llegase a la última pestaña, o perdiesen efecto todos los Nolotiles. Colocados los floripondios, anudados los lazos y a buen recaudo en el frigorífico el tupper de puchero para prevenir desvanecimientos tontos a la vuelta, se daban a la fiesta, y de lo lindo, en las inmediaciones de la portada; donde se había volcado el tarro de las esencias musicales de la Feria. Escapaban de él malagueñas, sevillanas y verdiales, presentes todavía después de tanto tiempo por aclamación popular, que se mezclaban con el flamenqueo de los espontáneos, sostenedores del duende que aún le queda a este festejo. Las pandas, tan puestas de arte como de contumacia, trasuntos de Los Últimos de Filipinas, rasgaban sin descanso guitarras y bandurrias en exaltación del rito campesino; mientras el resto de agrupaciones y coros, representando que la marcha no tiene edad con muestrarios de rocines flacos y galgos corredores, daban rienda suelta a la alegría de vivir. Portando ropas tradicionales impolutas, o con aires de naftalina disimulada, según qué casos, las perspectivas eran meridianas nada más incorporarse a la fiesta: se daba todo en este día de la Patrona

Varias mujeres se dan al baile en la calle Larios.
Varias mujeres se dan al baile en la calle Larios. / Carlos Guerrero

Con la totalidad de sus integrantes con un vasito fucsia en la mano, un grupo de treintañeros quitaba con ganas el precinto a la celebración, además de a una botella de vino dulce, casi con la misma ilusión que aparentaba el perro salchicha al que llevaban de un lado para otro en un carrito de bebé y al que abanicaban de cuando en cuando. Había que entenderlo: las ganas de juerga en esta jornada inaugural eran mayúsculas. Tantas, que muchos, como suelen, decidieron afrontarla a tragos. En los bares y terrazas más céntricos no es que cupiera un alfiler: en algunos quedaban más localidades libres que para ver a los bomberos toreros, pero todo el que se aposentaba pedía una caña o un tinto para ir calentando motores. También se pueden explicar esos huecos porque hace bastantes ediciones, se diga lo que se diga, que el público prefiere beber en la calle tras comprar el correspondiente pirriaque en un bazar chino a dejarse el parné y estar sentado en una terraza. Buen ejemplo de ello fue una muchacha extranjera que, víctima del alpiste, se afanaba en pintarse los labios de color rojo con el mismo resultado que si lo hiciera la mona Chita. Las mismas capacidades motoras demostraba un descamisado, de unos veinte años, que levantaba el dedo antes de proceder a su muerte etílica fruto de cualquier cicuta, contando su biógrafo (yo mismo) que antes de expeler su último suspiro dijo a uno de sus colegas: “Debemos un gallo a Asclepio, así que págaselo y no te descuides”. 

Vecinos de la Vega de Mestanza, también reinvidicativos en la Feria.
Vecinos de la Vega de Mestanza, también reinvidicativos en la Feria. / L. V.

En medio del percal resultó agradable encontrar una cara conocida luchando por un fin humano: vistiendo camisetas amarillas a juego, se colaba en la Feria una delegación de la Vega de Mestanza, con Mari Carmen a la cabeza. “No es la primera vez que venimos”, recordaba. La parte negativa es que quizá fueron de los pocos. Pasado el mediodía, cruzar Larios, tal y como advertía el semblante y las maniobras de un padre en apuros que empujaba un carrito, era ya una tarea digna de epopeya; así que como para querer hacerlo por un perro. Y bien consciente de ello que eran algunos, como un hombre de mediana edad que se enfurruñaba con su mujer por haber tenido que venir hasta aquí, con este calor y estos apretujones: “¡Si te parece nos vamos ya, que no hemos ni llegado!”, le respondía ella con retranca y a grito pelado. Lo siguiente quizá sorprenda a quienes no anduvieron por aquí este sábado, sobre todo porque en los últimos años la práctica decayó bastante con el endurecimiento de la ordenanza, pero volvieron a dejarse ver las nada agraciadas despedidas de soltero. Hasta cinco en apenas unos metros, en concreto, en la confluencia de la calle Granada con la plaza de la Constitución, y una de ellas con un dichoso megáfono. Pero que nadie se lleve a equívoco: esto no ha hecho más que empezar

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