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Afirmaba el excéntrico clérigo y escritor británico Charles Caleb Colton que la imitación es la forma más sincera de adulación. Si nuestro hombre tenía razón, seguramente no ha habido persona más adulada en las últimas décadas en España que Gregorio Esteban Sánchez Fernández Chiquito de la Calzada (Málaga, 1932). De hecho, más que una legión de imitadores (lo que no siempre jugó en beneficio del artista: más de algún avispado que fue demasiado lejos le hizo pasar un mal rato), lo que consiguió Chiquito fue introducir una verdadera revolución en la lengua española (pues es ahí, en la lengua, donde confluye gran parte de su talento), de un calibre únicamente comparable a la eclosión del spanglish en EEUU; pero si éste es un fenómeno natural, consolidado después de un siglo de migraciones, Chiquito se adjudicó el tanto de hacer lo mismo con palabras inventadas: todo el mundo ha dicho alguna vez fistro, pero nadie sabe qué es eso. En esta madrugada, Chiquito de la Calzada, después de varios días de lucha en la UCI tras una caída sufrida en su domicilio, falleció a los 85 años. Mañana iba a ser objeto de un homenaje en el parque que lleva su nombre, en la Misericordia. Pero si algo no le va a faltar a su recuerdo son tributos y homenajes. Y es que, más allá de su popularidad, son muchos los motivos por los que Málaga debería tener presente sine die a uno de los últimos testigos de un tiempo y de una forma de entender la vida y el arte.
Nacer en la Calzada de la Trinidad en 1932 significaba hacerlo con un pasaporte directo al cante debajo del brazo, y el que traía Chiquito se tornó prometedor. Su infancia, eso sí, no fue precisamente fácil en aquella Málaga de la hambre, así que muy pronto la mera existencia cotidiana fue para Gregorio una cuestión de resistencia. La fortuna le sonrió por primera vez a los 16 años, cuando pasó a formar parte de un grupo de niños cantantes llamado Los Capullitos Malagueños que había impulsado el director de cine Luis Pérez de León. Entre aquella veintena de voces militaban también, según recuerda el investigador y promotor flamenco Paco Roji, Pepe Cervantes (el padre de la actriz Remedios Cervantes) y Paca Reyes (hermana de La Repompa) entre otras figuras en plena proyección (además de otras que ya contaban con una mayor veteranía y reconocimiento, como el guitarrista Morenito de Herrera). Con Los Capullitos Malagueños, Chiquito actuó en numerosos teatros de Andalucía, Madrid y Valencia y tomó la decisión de dedicarse al mundo del espectáculo, con el flamenco por bandera. Pronto comenzó a cantar para acompañar a grupos de baile, oficio al que terminaría consagrándose con tanta determinación como penuria e inestabilidad; hasta que a la explosión turística de la Costa del Sol le dio por campar a sus anchas en los años 60 para alegría y alivio de no pocos flamencos de la provincia entre los que se encontraba Chiquito. Fue Mariquilla quien lo reclamó para El Jaleo, en Torremolinos, donde arraigó en la que fue su casa durante largas décadas. También se dejaba ver por El Mañana y otros tablaos en los que era cada vez más reclamado por su eficacia a la hora de dar vuelo a los artistas del baile. Como apunta el mismo Paco Roji, "Chiquito no era un cantaor con una gran voz, pero se curtió cantando al baile y desarrolló un sentido único del compás. Ahí, haciendo lo suyo junto a los bailaores, no tenía rival". Durante los treinta años siguientes, Chiquito conoció el esplendor de Torremolinos, pero también su decadencia y la definitiva extinción de sus encantos. Hasta que la (abultada) popularidad vino por donde nadie esperaba. Ni siquiera él mismo.
Fue en El Jaleo donde Chiquito de la Calzada conoció a quien sería su compañero sobre las tablas durante cerca de cuatro décadas: el bailaor José Losada Carrete, objeto también de una reivindicación que, en los últimos años, lo ha convertido en un referente ampliamente reclamado dentro y fuera de la provincia de Málaga (el citado Paco Roji y el periodista Francis Mármol publicaron en 2010 años su biografía, Carrete al compás de la vida. Aventuras y desventuras de un bailaor diferente). Cuando Carrete y Chiquito se juntaban al compás, el mundo se paraba. Y se paró mucho más allá de Torremolinos, en el frío norte de Europa y hasta en Japón, donde causaron furor. Preguntado por Chiquito, el bailaor, en activo y en pleno apogeo de su profesión, lo tiene bien claro: "Chiquito era mi hermano. Estuvimos juntos durante cuarenta años. En todo ese tiempo lo pasamos bien y también mal. Aprendimos juntos. Estuvimos luchando todos los días; de eso se trataba, de luchar. Al final él tuvo suerte, el éxito le vino de otro lado. Pero los dos hemos seguido luchando, eso no cambió. No había más remedio".
El otro lado era la televisión. Y el éxito le llegó a Chiquito a los 62 años. Fue en 1994 cuando Tomás Summers lo fichó para el programa Genio y Figura. Resultó que era en los chistes que contaba al público entre cante y cante donde estaba la clave de la fama. Con sus posturas y gestos, su léxico imposible, su tremenda energía y su inquebrantable querencia popular, Chiquito se metió a toda España en el bolsillo hablando de la meretérica y cagándose en las muelas del primero que pasara, por la gloria de mi madre. Poco después, lo habitual era entrar a una representación de comedia en cualquier teatro y que algún actor o actriz dijera jarl sin venir a cuento. "No conozco a nadie que no lo imite", cuenta el humorista Tomás García, y añade: "Lo suyo fue un 2.0. Recuerdo aún la primera vez que lo vi en la televisión, con aquella camisa y aquellos brincos. Yo era pequeño pero ya pensé que algo así no podía ser, que se trataba de un fenómeno fuera de lo común. En el humor, Chiquito sentó un antes y un después. Ha llevado el surrealismo a donde nadie se había atrevido". Después rodó ocho películas, y la gloria. La muerte de su mujer, Pepita, en 2012, trajo la soledad a un Chiquito sin hijos en sus almuerzos en El Chinitas. Algo suyo vive en todos los pecadores.
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