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Los otros héroes del coronavirus
Desde los basureros a los pequeños comerciantes; el sacrificio de unos es quedarse en casa y de otros trabajar a destajo para que la maquinaria siga funcionando
Por cuarto día, ayer martes, los ciudadanos salieron a sus balcones, terrazas o ventanas a aplaudir. Un homenaje convertido en ritual a los sanitarios, los conocidos como héroes del coronavirus. En la avenida Plutarco, dos minutos antes de las 20:00, comenzaron a escucharse los mensajes de apoyo y ánimo, in crescendo ante la coincidente aparición de una ambulancia de EPES desde la que salieron unas manos que siguieron sin descanso el aplauso. Un aplauso colectivo que podría ser de todos y para todos, porque si esta crisis algo está repartiendo es heroicidad. Ya lo puso por escrito en 1937 Antonio Machado: “En España, lo mejor es el pueblo. Siempre ha sido lo mismo”.
Lucía (nombre ficticio) trabaja en un hospital de la Costa del Sol. Está exhausta pero con esperanza. Dice que esto “es cuestión de tiempo” y siente que está en el lugar en el que debe estar, arrimando el hombro para que el trance pase rápido y deje las menores consecuencias posibles. Sorprende la pedagogía con la que habla, a pesar de que lleva días encadenando jornadas maratonianas de más de 10 horas: “Es la situación que tenemos, de nada nos vale quejarnos, solo podemos mirar hacia delante”.
La labor de los sanitarios está siendo esencial, pero también la de muchos otros trabajadores que, en la sombra, hacen que la ciudad siga funcionando: desde los policías y guardias civiles hasta basureros. Ellos son los otros héroes contra el coronavirus y, aunque no vistan capa ni bata blanca, su trabajo es, en estos días, más necesario que nunca.
José Luis es conductor de autobuses. A las 09:00 ya había hecho el primer trayecto Álora-Málaga. Comenta con una compañera que no entiende por qué aún no se han reducido los servicios: de los ocho viajes que dio el lunes, seis fueron vacíos. “Habría que recortarlos pero, eso sí, manteniendo las horas puntas”, indica. Entre sus pasajeras diarias están dos jóvenes que van hacia su lugar de trabajo: una residencia de ancianos. Muy probablemente, sin la labor de José Luis, ellas no podrían llegar. El conductor solventa una curiosa contradicción: mantener un servicio básico al tiempo de reducirlo a su máximo exponente porque, alega, “si nosotros no nos movemos, el virus no se mueve y ese es ahora nuestro cometido”.
Arturo, en cambio, no ve tan clara su tarea. Mantiene un kiosko en plena calle Larios. “La única explicación que encuentro es facilitar las recargas de la EMT porque sin ellas ahora no se puede subir al autobús. La cuestión del tabaco no me convence, aunque puede que para algunos sea importante para sobrellevar la reclusión, y los periódicos… Informarse es importante, pero esta no es la única vía”, argumenta. El malagueño afirma cabizbajo que el ambiente es “desolador”. Ni un domingo de invierno a primera hora se ven imágenes como la de estos días: “Acostumbrado al bullicio de esta calle, verla vacía es triste aunque hay que ser realista: haremos lo que haga falta”.
Málaga está sin gente y en un silencio que apenas rompen los vehículos, con menos saturación que de costumbre, y las obras que han decidido continuar. En la plaza de la Marina, León avanza con pico y pala en mano para terminar el parking de la zona. “Dejar esto en este estado podría poner en peligro a las personas que pasen por aquí”, argumenta. Entre sus compañeros, los hay quienes creen que la obra podría paralizarse un mes sin problemas, los que ven normal continuar y los que lo hacen porque no tienen más opción. “A lo desconocido se le tiene miedo, es normal”, justifica el operario, que cree que su trabajo no entraña demasiado peligro.
No opina igual Marta (nombre ficticio), trabajadora de Limasa. “¿Qué pasaría si nos quedamos en casa? Nos pasamos el día quitando focos de infección”, asevera. Ella no tiene duda de que el trabajo que desempeña está “infravalorado”: “La gente nos ve como los malagueños que más cobramos y ahora nos preguntan que qué hacemos por la calle. Estamos expuestos para mantener la salubridad y evitar un problema mayor y sí, estamos en la calle con un agobio constante porque cuando llegamos a casa nos esperan nuestras familias y no sé si he podido coger fuera algo”, ahonda.
Sergio es el dueño de una de las fruterías del mercado de Huelin. “Muchos seguimos por los clientes porque en determinadas circunstancias no vale la pena pero cuesta darles la espalda”, sentencia. El comerciante cree que la situación es alarmante y que la sociedad, poco a poco, ha ido tomando conciencia de ello: la avalancha del fin de semana ha dado paso al sosiego y la calma. A él acuden sus vecinos, como siempre, para abastecerse pero parece que se le ha añadido una misión más: dar la tan añorada por algunos compañía de la conversación espontánea de lo banal.
Una sensación similar tiene María, una joven farmacéutica de El Cónsul. “La gente está desconcertada, tienen miedo y somos la ayuda que tienen a pie de calle”, asegura. Ella también ha notado como el sofoco del fin de semana ha dado paso al sosiego y, sobre todo, a la concienciación. Para ella, los aplausos al atardecer también son un soplo de energía: “Estamos agotados pero la gente no para de agradecernos nuestro trabajo y eso reconforta”. Da el servicio “encantada” pero sin olvidarse de lo que puede acarrear una exposición continua.
El miedo por los demás, por quienes esperan en casa, más que por ellos mismo es causa de angustia entre todos estos otros héroes. Para ellos, el sacrificio se traduce en salir a las ocho a trabajar y hacerlo a destajo hasta caer la noche. Para otros, paradójicamente, es quedarse en casa.
Manuela, una malagueña de 82 años, salió ayer a la farmacia y comenta con resignación que el médico le tienen prescrito andar al menos una ahora al día: “Ahora, lo más que hago es bajar a comprar y recorrerme 20 veces el pasillo de casa”. Es otra heroína.
Como María Victoria, una niña de 15 años que se levanta, como cada día, temprano para hacer sus deberes y enviarlos al profesor a través de una APP. Lleva desde el viernes sin salir de casa y le ha dado tiempo a aprender a jugar a las cartas y a pasar tiempo con sus padres. Le apena no poder ver a su abuela ni a sus amigos pero “la situación es grave” y va a “aguantar y seguir las indicaciones”. “Cuando pase todo, saldré. Ahora, esto es lo mejor”.
Sí, si algo está repartiendo el coronavirus es heroicidad, de muchos colores y formas. Como continúa Machado: “En los trances duros, los señoritos invocan la patria y la venden; el pueblo no la nombra siquiera, pero la compra con su sangre y la salva”.
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