La hija de Lucía Garrido, en el juicio por su crimen, manifiesta creer que su padre tuvo algo que ver
"Le dijo que saldría de la casa por las buenas, las malas o en una bolsa de basura", ha declarado durante la tercera sesión del pleito por el asesinato de la mujer hace más de 15 años
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Era 30 de abril de 2008. La hija de Lucía Garrido esperaba, como cada día, que su madre la recogiese al terminar el colegio. Recuerda que los minutos pasaban y, a su alrededor, "la gente empezaba a estar inquieta". Entonces llegó al centro escolar el padre de una amiga, habló con la directora y esta la llevó a su casa. Unas dos horas después, su tía Rosa le contó lo acaecido. La víctima fue hallada flotando en la piscina de su recinto con golpes y un corte en la yugular. Entonces solo tenía 12 años. Ahora tiene 27, pero hay recuerdos que no se olvidan y cree que su padre tuvo algo que ver en su muerte, así lo ha afirmado este miércoles -tras un biombo- en la tercera sesión del juicio por el crimen.
Su infancia y los primeros años de su adolescencia la pasó en la finca Los Naranjos, ubicada en Alhaurín de la Torre, que años más tarde se convertiría en el epicentro de diversas investigaciones relacionadas con tráfico ilícito de animales, droga y hasta un asesinato. Ha relatado que tuvo muchos perros y siempre convivió con animales exóticos, entre los que se encontraban leones y tigres, encerrados en jaulas. Su padre -acusado de idear y facilitar el plan de su muerte, por lo que se enfrenta a una petición fiscal de 25 años de prisión- regentaba el negocio y su madre le ayudaba con la documentación, limpieza así como con el cuidado y la venta de animales, entre otras funciones, ha explicado.
En ese momento, tenían dinero y lo guardaban en efectivo en su domicilio. La hija que ambos compartían en común ha detallado que había billetes en una caja fuerte, en un mueble en el comedor y en un zulo. "Él decía que debajo de las jaulas de los leones guardaba dinero", ha explicado ante un jurado popular que será el encargado de dictar si este hombre tuvo alguna responsabilidad en la muerte de Lucía Garrido. También ha contado que en aquel tiempo "hablaba libremente" sobre que conocía a muchos guardias civiles y que algunos de ellos trabajaban en Los Naranjos, reconociendo incluso que llegó a conocer a uno de ellos.
En 2006, la pareja comenzó su separación al parecer porque el hombre comenzó una nueva relación sentimental con otra mujer. El juez le atribuyó a Lucía la guarda y custodia de la menor, así como el uso de la vivienda familiar en la finca; el hombre, por su parte, conservó el derecho de acceso al recinto donde podía continuar haciendo uso de las edificaciones no destinadas a vivir y al resto de las instalaciones de la parcela. La hija ha asegurado que su padre continuó, hasta que su madre fue asesinada, explotando el negocio relacionado con la cría de animales de compañía y con la custodia de especies salvajes o exóticos que eran allí acogidos tras su decomiso en aduanas, inspecciones veterinarias o intervenciones policiales.
Sin embargo, fue dos años del crimen cuando comenzaron los problemas. La única hija de Lucía ha afirmado ser testigo de las presiones, amenazas, coacciones y malos tratos que su padre ejercía sobre su madre supuestamente para que ambas abandonaran la vivienda. Para ello, ha garantizado que las dejó sin luz ni agua, y les quitó temporalmente el vehículo en el que su madre se desplazaba y la llevaba al colegio. Ha asegurado que estaba al tanto de que ella lo había denunciado porque "la escuchaba hablar" del tema, conversaciones en la que supuestamente también se quejaba de que en la Guardia Civil no la creían y los servicios sociales no la ayudaban.
Meses previos a su muerte, ha declarado que hubo un episodio en el que su padre la advirtió de que saldría de la casa "por las buenas, las malas o en una bolsa de basura". "Estaba muy muy asustada", ha lamentado. Por las mañanas, antes de llevar a su pequeña al colegio, esta misma ha señalado que Lucía "echaba un vistazo por si había dejado alguna jaula abierta" de las fieras que habitaban en la finca.
Su situación económica entonces tampoco era buena. Su hija ha garantizado que pasaron "muchísimas estrecheces", que la llevaron a recurrir a familiares y amigos para pedir ayuda con comida. "Estaba muy mal". Si bien, especialmente "inquieta" y "nerviosa" -siempre según su versión- se mostró días antes de su muerte cuando los dos perros guardianes de raza grande que supuestamente custodiaban la finca desparecieron. "Llamó a mi tía y le comentó que si le pasaba cualquier cosa que se quedara conmigo y que lo apuntarán a él", ha dicho refiriéndose a su padre. A ella misma, ha contado, que también la sentó un día para prevenirle de que "podría pasar cualquier cosa".
Pero, no son los dos únicas que han reconocido saber la situación que atravesaba Lucía antes de ser golpeada, acuchillada y ahogada. Una vecina, que más tarde se convertiría en amiga debido al vínculo que forjaron sus hijas en el colegio, se habría convertido en su gran confidente. A ella le confesaba las supuestas amenazas de muerte de su expareja, le pedía que la acompañara a denunciarlo por malos tratos y recurría cuando no tenía ni para comer, de acuerdo también con la declaración prestada por esta testigo, que se ha desplazado desde Noruega, donde se fue a vivir poco después del crimen por sentirse "seguida" y "controlada".
El motivo, ha expuesto esta mujer, "que Lucía sabía demasiado y no quería que ella siguiera viendo todo lo que estaba pasando en esa finca". Ha garantizado que la víctima mortal le contó los presuntos "trapicheos" con el tráfico ilícito de animales y que, en una ocasión en la que se desplazó hasta Los Naranjos, ella misma pudo observar a través de la ventana de una de las naves lo que "parecían fardos". "Me dijo que nos fuéramos. Ella siempre quería protegerme porque sabía que si me enteraba demasiado de ese tipo de negocios podría causarme un problema tremendo".
Si bien, ha confesado ser conocedora de una carpeta con documentación comprometida que Lucía definía como su "seguro de vida" -misma expresión que empleó una de las hermanas de la víctima durante su declaración en el anterior juicio, celebrado en 2019, y declarado finalmente nulo-. Ha detallado que la mujer sacaba fotocopias de facturas, recibos y fotos de cacerías ilegales -entre otros archivos, ha subrayado-. Aunque ha dicho que no llegó a ver todos, "se podían llenar dos cajas". Todo ello supuestamente habría sido entregado al que era su abogado en aquel entonces que, según ha afirmado su amiga, salió corriendo de Málaga cuando la asesinaron.
Lucía tenía "mucho miedo" porque "me dijo que estaba tramando algo muy gordo", ha contado. Días antes del crimen, su amiga también la recuerda especialmente "destrozada" tanto física como psicológicamente. "Era una sombra, pesaba de 30 kilos para abajo. Ya no era la Lucía que yo conocía, estaba demacrada, no comía porque todo se lo daba a su hija, era lo más importante de su vida", ha lamentado.
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