El hijo del maestro toma el mando
Vivir verano
Pablo López, hijo y sucesor de Jesús al frente del Pimpi Florida, se siente "orgulloso por seguir su legado". Dirige la barra del bar desde el primer infarto de su padre en 2008.
El reloj apunta las nueve. Comienza la función. Pablo López se mueve detrás de la barra, con diligencia y certeza, pero sobre todo, con una sonrisa en la boca, tal y como aprendió de su padre. Actúa con la entereza de haber interpretado ese papel miles de veces, pues desde los 16 años formando parte del espectáculo del Pimpi Florida. Un espectáculo sin guión, ni actores, ni teatro. Primero, a las órdenes de su progenitor, Jesús López, emblema, capitán, precursor, artista del Pimpi Florida, y después, ya batuta en mano, pero bajo su atenta mirada y cómplice ayuda.
Para desdicha de toda Málaga, Jesús falleció hace siete meses. Desde entonces, Pablo, el mediano de tres hijos , se enfrenta -más bien, oficia- todas las noches la comunión de la copla y el vino; de los amigos con los desconocidos; de su padre con él mismo.
"Ni un día ha pasado sin que recibamos una muestra de cariño", confiesa. Y la imagen del joven hiperactivo, del hombre que al mismo tiempo recibe a proveedores, limpia la arena de las almejas y atiende al periodista es devorada por la visión corpórea de un niño castigado detrás de la barra del bar por no querer estudiar. Sus hasta entonces fluidas respuestas resbalan en fútiles intentos por guardarse la emoción y continuar con la entrevista. Son siete meses de: "¡Qué grande era tu padre!", explica orgulloso Pablo.
¿Quién en Málaga no conocía a Jesús López? ¿Quién no conoce el Pimpi Florida? Eran casi un mismo ser, una dualidad cuyas partes no hubieran sido posibles sin su mitad. Sobre ellos se han escrito ríos de tinta. El hombre transformó el bar. Bajo el ceño fruncido de Gregorio, el fundador de La Florida y padre de Jesús, el joven comenzó a llenar de coplas, ópera y flamenco esa pequeña marisquería de El Palo. Un acto que cambió todo. Décadas después, el bar salvó al hombre en un gesto de agradecimiento casi fabulesco. En agosto de 2008, su corazón le avisó por primera vez. Ocurrió en el propio bar y de entre el gentío salieron a ayudar un médico y un enfermero.
"Después de aquello él comenzó a vivir de verdad. Empezó a viajar, a disfrutar, a conocer. Antes sólo tenía tiempo para el bar". Su hijo tomó el relevo como líder de la barra. Por aquel entonces ya llevaba nueve años aprendiendo de su padre, desde que a los 16 decidiera dejar los estudios por otra cosa que le gustaba más: Ser parte de la magia del Pimpi Florida.
Pablo siempre conoció el bar tal y como es ahora. Cuando era pequeño ya veía las rutinarias colas que se formaban antes de abrir. "Es difícil de explicar lo que ocurre aquí. Tienes que venir a vivirlo". "Yo iba a muchos restaurantes y te atendían muy bien y se comía de escándalo. Pero el trato tan personal que daba mi padre no lo veía nunca. Él disfrutaba viendo a la gente pasárselo bien".
El Pimpi Florida sigue triunfando en la hostelería destrozando todos los convencionalismos. "Tiene todo para no venir: no hay sitio para aparcar, es pequeño, incómodo, en verano te asas de calor", dijo Jesús antes de dejar huérfanos a los amantes de la copla y el flamenco. "Él hizo en el bar lo que a él le gustaba. Y a la gente le encantó. Estaba orgulloso de esto y yo estoy orgulloso de seguir lo que él ha hecho". Pablo se muestra seguro de sí mismo y de los valores que Jesús le inculcó. Sin embargo, un halo de incertidumbre nace en su rostro. "Nunca sabes lo que puede ocurrir. Mi padre tenía a tanta gente conocida, que lo quería a él, pero ya no está". Pablo se equivoca. Sigue estando en el Pimpi Florida. En su bar.
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