El impedido
Discapacidad
Y por muchas barreras arquitectónicas que desaparezcan, todavía nos quedan algunas generaciones para eliminar las barreras mentales l Fui al espectáculo buscando fallos, pero la atención fue buena
LO reconozco, fui buscando fallos. Se que no está bien, que no debería hacerlo así, pero soy humano, qué le vamos a hacer.
Hace un par de años viví una experiencia de la que aprendí mucho. Reconozco que el miedo al ridículo hizo que meditase bastante si debiese acudir o no.
Visualizaba el entorno, como he hecho mil veces, imaginaba la entrada, y deseaba que no hubiese obstáculos.
Y de pronto, ya me veía dentro. Empiezo a mirar hacia los lados y creo que todo el mundo me mira, dudo sobre la ubicación de los baños, y ante la más que posible nula accesibilidad de los mismos, suplico que mi vejiga aumente de capacidad de forma exponencial y que me permita aguantar mientras dura el espectáculo.
Pero como otras muchas veces, la costumbre me jugó una mala pasada. Perdí un tiempo importante de mi vida imaginándome cómo podría salvar las barreras que habitualmente existen en los actos de cualquier ciudad y de cualquier evento.
Y no fue así. Cuando llegué, había aparcamientos reservados para personas con movilidad reducida, no existían obstáculos a la entrada, y los aseos eran accesibles.
Dentro nadie me miraba, y las posibles miradas que mi mente fabricara, se repartían en todo caso entre varias personas con discapacidad que estaban a mi lado.
Nuestras entradas estaban junto al escenario, lo más próximo posible a la salida de emergencia, con un espacio reservado para nuestros acompañantes.
Disfruté del espectáculo igual que el resto de personas que asistieron, y cuando terminó, pude abandonar el recinto perfectamente, sin que nadie me aplastara.
Con estos precedentes, este año, sin dudarlo ni un momento no sólo he acudido al evento, sino que lo he recomendado a todo el mundo.
Y yo, que me creo que en esto de las discapacidad ya lo he visto casi todo, reconozco que por conformista, me sorprendieron.
Fue nada más llegar, entregar la entrada para pasar a la carpa de espera, cuando un chico muy sonriente se acerca a mí para presentarse.
"¡Hola! Soy su asistente de accesibilidad, le informaré de cómo desplazarse en el interior y ante cualquier cosa que necesite".
Durante unos cuantos segundos sólo pude asentir con la cabeza, y la primera palabra que salía de mi boca fue: "Gracias".
Este señor nos acompaña hasta la entrada a la sala, nos avisó cuando se debía entrar, nos señaló los asientos, en el intermedio se acercó para acompañarnos a la salida, nos avisó cuando teníamos que entrar de nuevo y cuando el espectáculo terminó, vino a despedirse y a preguntarme qué tal lo habíamos pasado.
Imagino que cualquiera que lea esto tendrá la misma sensación que yo. Un poquito exagerado. La verdad es que sí, un poquito. Pero durante dos horas me sentí como esos VIP, que van a los eventos y no les falta de nada.
Pero el día no podía ser perfecto, algún fallo debía de haber, y hasta ahora lo he omitido porque el espectáculo merece la pena y porque no tiene nada que ver con él.
Las taquillas no son accesibles, para conseguir las entradas tuve que pedirle por favor a un señor que andaba por allí que avisara para que me atendieran, y lo hizo.
Su frase fue: "Pueden atender a un chico impedido que hay aquí".
Y me atendieron y, gracias a eso, pude disfrutar del Circo del Sol.
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