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Voto de pobreza
Sarah, un nombre ficticio porque prefiere no desvelar su identidad, cobra 511 euros mensuales del ingreso mínimo vital. Le operaron una mano, tiene una vértebra desplazada y sus problemas de salud no la dejan volver a su trabajo de camarera de piso. Tiene un hijo de 16 años a su cargo y paga 430 euros de alquiler. Puede hacer frente a internet, al recibo de la luz si acaso y listo, las cuentas no dan para más. Para la compra no alcanza. Por eso es una de las usuarias del Comedor Santo Domingo, entidad en la que ha aumentado el número de familias que atienden desde este pasado verano.
La mayoría de ellas, como la de Sarah, tienen algún tipo de prestación, ayuda o ingreso económico. Sin embargo, son cantidades muy bajas en un momento en el que los precios se han disparado. La alimentación, la energía, la gasolina se han vuelto casi inasumibles para las economías más precarias y no les queda más remedio que acudir a los recursos sociales para poder comer. "El problema mayor de todos es el acceso a la vivienda para muchas de estas personas y los precios de los alquileres", comenta Damián Lampérez, director de la entidad.
En este comedor del barrio de la Trinidad, atienden a unas 130 personas a diario. Más de la mitad de ellos están en situación de calle o acuden a un recurso temporal como Calor y Café, de Cáritas Diocesana. En Santo Domingo desayunan y se apuntan para el almuerzo. A partir de las 13:00 regresan para comer en sus instalaciones el menú del día. Sarah, igual que la decena de familias usuarias habituales, se lleva la comida preparada a casa.
"Entendemos que los que tienen un hogar es preferible que almuercen en casa, con sus hijos, y se lleven productos frescos para poder cocinar, que lleven una vida lo más normalizada posible y que sus niños no tengan que estar en contacto directo con esta realidad", indica Lampérez. Sarah intenta organizar tan bien su carro que siempre tiene algo en el congelador por si un día tiene médico o no puede acudir al comedor por cualquier problema.
Aunque para ella, más que el alimento, lo que encontró en Santo Domingo fue el calor y el apoyo de su personal. Cuando su pareja regresó a Bélgica, ella se quedó sola con su hijo, sin trabajo y sin un euro en el bolsillo. "Una trabajadora social me habló del comedor y me costó mucho venir, pero no hubo otro remedio", recuerda Sarah. "Cuando llegué aquí me quedé sorprendida del trato, me dieron muchos ánimos, me limpiaron las lágrimas", relata.
La ayudaron a conseguir trabajo y después de dos meses y medio de prácticas logró un contrato a tiempo completo en un hotel. Mientras tanto, tuvo que vivir en un piso de acogida de Santo Domingo, un recurso del que ya no dispone la entidad. Con Sarah, igual que con el resto de usuarios, la entidad hace un proceso de acompañamiento integral para intentar que cada persona salga de la zona de exclusión o, al menos, recupere la máxima autonomía posible.
"Nos han ayudado muchísimo a mi hijo y a mi, solo tengo palabras de agradecimiento porque trabajan para nosotros, más que la comida es el cariño y el ánimo que te dan, con la educación que te reciben... eso no tiene precio", asegura Sarah. Aunque hay situaciones de calle muy cronificados, con problemas de salud mental, de adicciones y enfermedades que dificultan mucho la labor, en el Comedor Santo Domingo fomentan la responsabilidad y el compromiso de sus usuarios y los apoyan en un proceso que intenta ir ganando batallas paso a paso.
Acaban de pasar las Navidades y la cola frente al comedor social de Los Ángeles Malagueños de la Noche no es demasiado larga. Aún así, de media dan unos 300 menús diarios. Haga frío o calor, los 365 días del año. En las pasadas fiestas superaron los 550 repartos en algunas jornadas. Es la otra realidad de la Málaga pujante, cultural e innovadora. Esa a la que muchos deciden no mirar pero a la que otros abordan de frente poniendo todo su empeño en ayudar.
En esta asociación dedican su tiempo más de medio centenar de voluntarios. Desde las 7:30 de la mañana hasta las 16:00, o la hora que se termine, preparan cuatro o cinco platos diarios, además de bocadillos, para entregarlos a sus usuarios, muchos de ellos personas en situación de calle. Pero también, cada vez más familias trabajadoras cuyos ingresos no son suficientes para afrontar pagos de vivienda, recibos y comida. Los usuarios en el último trimestre del año han subido hasta los 400 algunos días.
"El perfil de la gente que llega ha cambiado", comenta Antonio Herrero, tesorero de la entidad. "Antes eran mayoritariamente personas sin techo o inmigrantes sin redes familiares, pero ahora cada día se incorpora más gente que ha trabajando, que tenía un pequeño negocio que ha tenido que cerrar y está en el paro o que cobra tan poco que no le llega, familias que tienen que mantener a niños pequeños y adolescentes", agrega. Y subraya que "la inflación está haciendo estragos".
Eso sin hablar de la pobreza energética, de no poder encender la vitrocerámica para cocinar o el horno porque no pueden pagar la factura de la luz o el gas. "También nuestros costes se han elevado muchísimo, hemos pasado de pagar 200 euros a 800 euros de luz y 600 de gas", indica Herrero y apunta que gracias a las aportaciones privadas y a alguna subvención pública pueden hacer frente a los gastos.
Potaje de lentejas o macarrones y pescado con patatas a lo pobre se sirven en el túper reciclable para que puedan comerlo en casa o algún banco cercano de la calle. Algunos, debajo del puente de la Esperanza. También hay pimientos, lechugas, calabacines, leche y pan para repartir. Desde la pandemia, el comedor cerró y por el momento solo realizan la entrega en bolsas. "Tenemos muchas ganas de volver a abrir el comedor porque aporta dignidad a estas personas, no tienen que estar en cola, entran, se sientan en una mesa y nosotros les servimos, hay más cercanía, los escuchamos, muchos necesitan hablar", sostiene el tesorero de Los Ángeles Malagueños de la Noche.
"Aquí todo el que viene tiene un plato", afirma. Aunque su máxima es no dejar a nadie sin comer, el control administrativo llega después, el trabajo que intentan realizar en la entidad es más complejo que el reparto de alimentos. "Los asesoramos, los acompañamos y orientamos para que asistan a cursos de formación, para que puedan hacer su currículum, buscar trabajo, un porcentaje alto son indocumentados e intentamos guiarles para que se den de alta y puedan tener asistencia social", explica Antonio Herrero.
De septiembre a abril son los meses más fuertes para la entidad. En verano hay más contratos temporales y algunos dejan la cola atrás. Tienen a usuarios de largo recorrido, personas que llevan años en la calle y cuya reinserción a una vida más normalizada es muy difícil, y otros que acuden por primera vez superando la vergüenza y el malestar que les produce tener que pedir el almuerzo en un comedor social. "Estar en esta cola no es agradable para nadie", asegura el tesorero de la asociación, empeñada en dar voz y visibilizar a aquellos que no la tienen desde hace 15 años.
En el comedor-dispensador social Yo soy tú, en el distrito Bailén-Miraflores, llegaron a final del año pasado a 2.000 personas, el tope de usuarios que pueden atender. Y todavía acuden personas nuevas, "pero no tenemos más plazas", reconoce Francisca Reina, secretaria de la ONG. "Estamos haciendo intervención social para ver a quién le ha cambiado la situación y poder meter a usuarios nuevos", agrega.
Tienen dos dispensadores, uno de comida halal y otro de comida tradicional, y es Bancosol el que les provee del 90% de los alimentos que preparan, además de varias donaciones particulares. Un grupo de corredores, los RM 9:30, les llevan pescado congelado todos los meses. En Navidad prepararon 1.800 menús de los 2.350 que repartieron en este comedor.
Pero es tanta la gente a la que asisten que los gastos en suministros, en gasolina y en otros productos como el pan les están dejando una deuda que pronto no podrán asumir. "El año pasado gastamos unos 67.000 euros en pan", apunta Reina. Destaca la secretaria que tienen unos 125.000 euros en deudas. "No sé cómo lo vamos a gestionar para poder seguir, porque no sacamos para los gastos mensuales", afirma la secretaria de la entidad. "El año pasado lo pasamos muy mal y gracias a donaciones de Unicaja y La Caixa pudimos llegar hasta finales de año, estábamos esperando una donación del Ayuntamiento pero no ha llegado nada por el momento", añade y subraya que solo podrán aguantar hasta febrero si no hay cambios.
Unos 20.000 euros suponen los gastos mensuales de este comedor. "Estamos renovando las fichas y los que no necesiten nuestra ayuda dejarán de tenerla, pero la gran mayoría de usuarios tiene una situación extrema, algunos trabajan pero si tienen un sueldo muy bajo no pueden llegar, si pagan 400 euros de alquiler no les da ni para comer, tienen una realidad muy precaria", sostiene Francisca.
"Cada usuario viene con un problema, este es su último recurso que tienen, antes han buscado arreglar su situación, dar el paso de venir aquí es bastante duro, vienen desesperados, hay casos que se te parte el alma al escucharlos", agrega la secretaria de Yo soy tú. Lo que piden para poder seguir ayudando a los demás, para continuar ofreciendo su apoyo y su trabajo voluntario, es una colaboración institucional estable y adecuada a las necesidades "de un problema que no es nuestro, que es de toda la sociedad malagueña".
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