Los más inteligentes entrenan
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Psicólogos de la UMA crean un método para mejorar la inteligencia emocional de los adolescentes · Investigan la relación entre la violencia y las habilidades emocionales
LA inteligencia emocional es como el idioma alemán: todos tenemos las herramientas para poder hablarlo, sólo hace falta aprenderlo. El equipo de investigación de la Facultad de Psicología que dirige el catedrático Pablo Fernández Berrocal investiga con más de 2.000 alumnos de entre 12 y 16 años de institutos de cuatro provincias andaluzas técnicas para entrenar la inteligencia emocional.
El equipo, compuesto por una decena de expertos, parte del convencimiento de que igual que la musculatura del individuo evoluciona conforme al tipo de ejercicio que realiza, la capacidad para identificar las emociones, comprenderlas y manejarlas también crece y mejora con entrenamiento.
Lo que está claro es que el ser humano trae en el kit con el que llega al mundo la facultad de la inteligencia emocional. Lo que cambia es la habilidad para desarrollarla o enquistarla. "Todos tenemos ese potencial, pero hay que trabajarlo", subraya Desirée Ruiz, investigadora del grupo y profesora de Psicología.
Pero, ¿cómo se entrena? "La inteligencia emocional se divide en habilidades. La primera es la percepción emocional. Hay que enseñar a identificar las emociones propias y ajenas", indica Desirée Ruiz.
La segunda habilidad es la asimilación, o sea la capacidad para tener en cuenta las emociones personales, saber cómo afectan al pensamiento y cómo éste, además, alimenta esas mismas emociones. En este caso, el trabajo con los adolescentes se centra en inducirles sentimientos justo antes de realizar una tarea determinada para poder evaluar después cómo les afecta en el desarrollo de ese trabajo.
Pero además de reconocer y asimilar las emociones, también hay que comprenderlas, es decir, "distinguir sus matices, tener un vocabulario emocional para saber cómo expresarlas" tanto si son propias como ajenas. No es lo mismo decir que alguien se siente bien, mal o regular que precisar que siente pena o ira.
A partir de ahí se alcanza la cuarta habilidad: la regulación emocional. Quien identifica un sentimiento, lo asimila y lo comprende también puede regularlo, bajarle o subirle intensidad. Y esa capacidad se puede desplegar tanto para minimizar o potenciar nuestras propias emociones como para afrontar las ajenas.
El proyecto que realiza el equipo con estudiantes de ESO en centros de Málaga, Huelva, Granada y Cádiz busca desarrollar un sistema de entrenamiento de la inteligencia emocional porque hasta ahora las herramientas que existen o bien son importaciones de las generadas en Estados Unidos, que tienen el handicap de estar mediatizadas por su cultura, o no han sido concebidas con criterios científicos.
Los miembros del grupo trabajan con cada grupo de alumnos en horario de tutoría durante diez sesiones de una hora cada uno con los estudiantes que participan en la investigación. Esta dinámica se repite durante dos cursos consecutivos.
Desirée Ruiz subraya que los centros de enseñanza se circunscriben casi sin excepción al aprendizaje cognitivo, es decir, a impartir conocimientos, pero que rara vez entran en esta otra enseñanza que este grupo de investigación aspira a llevar a los currículos educativos.
El proyecto lleva aparejada también una investigación en torno a la relación que existe entre inteligencia emocional y violencia, porque se sospecha que existe una conexión entre las conductas agresivas y las carencias en inteligencia emocional.
La iniciativa arrancó hace dos años, al tiempo que para el curso próximo está previsto "ir un paso más allá" y extender el entrenamiento en inteligencia emocional a los profesores. De esa forma se dará un paso más hacia la integración de la enseñanza relacionada con las emociones y los sentimientos en el currículo base de los centros de enseñanza.
Este proyecto, en realidad, es la continuación de un trabajo que comenzó en 2004 con un estudio sobre la relación entre la inteligencia emocional en el consumo de drogas entre los adolescentes de Málaga. Con anterioridad los expertos estadounidenses habían concluido que el riesgo de tomar drogas era un 50% mayor en aquellos menores que presentaban menor inteligencia emocional. En este caso malagueño se puso de manifiesto que, efectivamente, los chavales con mayor capacidad para interrumpir estados emocionales negativos y prolongar los positivos constituían el grupo que tomaba menos drogas, y que, además, los programas de prevención ganarían eficacia si tuvieran en cuenta la inteligencia emocional. Los resultados de este estudio están disponibles en un libro de descarga gratuita en la web www.emotionalintelligence.uma.es.
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