De leones, grifos y torres invisibles
calle larios
Los comentarios que dejan los turistas al pie de nuestros monumentos brindan cada día nuevos argumentos a la Málaga mitológica y fantástica, más real, al cabo, que la cotidiana
AYER mismo volvió a ocurrir. Una familia, matrimonio y dos hijas de entre 7 y 10 años, pastaba feliz por la calle Alcazabilla con sus pantalones cortos uniformados, cámaras al cuello, gorras contra el sol de mayo, riñonera en ristre y botellines de agua. El grupo había decidido aprovechar el puente para conocer Málaga y sus miembros se mostraban dispuestos a no perderse una. La madre, cincuentona procaz parapetada tras una gafas de sol, oteó la silueta del Teatro Romano y de inmediato llamó la atención de sus hijas en un pulcro acento castellano, de Zamora parriba: "¡Venid! ¡Mirad, aquí es donde los leones se comían a los cristianos!" Las niñas se apresuraron obedientes hasta la baranda mientras su madre hacía gala, entusiasmada, de sus conocimientos y su padre atendía a las explicaciones con la cabeza puesta en el Atleti: "Los romanos dejaban a los cristianos aquí, en esta explanada, y por ese túnel salían los leones". Y no, no parecía gastar una broma. Uno volvió a morderse la lengua, por más que con mucho gusto hubiese llamado la atención de la señora con unos golpecitos en el hombro y le hubiera explicado, por el bien de sus hijas, que no, que allí nunca hubo leones, que los romanos soltaban las fieras en los circos y que lo que tenía delante de sus narices era un teatro. Que quienes se ponían en la explanada eran los cómicos, contratados para hacer sus pantomimas a lo Manolo Sarriá; y que los túneles eran en realidad vomitorios por los que salía el público cuando acababa la función. Pero era tal la felicidad de la buena mujer, y tanto (seguramente) el capital que la familia iba a dejarse aquí en pescaíto, que lo mejor era, una vez más, dejarlo correr. Y es curioso, porque hace ya algún tiempo me crucé con otras dos visitantes, amigas de madurez camuflada en vaporosas prendas y estilosos peinados, de igual impronta castellana, y una hacía a la otra semejante comentario en la Plaza del Obispo: "Nos dimos una vuelta en un coche de caballos, y el que lo guiaba nos contó un bulo de órdago. Nos dijo que la segunda torre de la Catedral no se construyó porque enviaron el dinero recaudado a la Guerra de la Independencia de Estados Unidos. ¡Imagínate, nos quedamos con la boca abierta! Y el muy idiota pretendía que nos lo creyéramos". Ya lo ven, la historia de Málaga está llena de estos lindos contrastes: lo que nunca llegó a suceder resulta mucho más verosímil a oídos de nuestros turistas que lo que sí ocurrió (o dicen que ocurrió: algo tuvo que ver también en lo de la Catedral el camino de Antequera; aunque seguramente la razón definitiva tiene que ver con las dos), por más que, ya se sabe, la narración del pasado, incluso la más académica, incorpore a sus dogmas elementos mitológicos. Hay quien cree a pie juntillas que las siglas AGP del Aeropuerto se deben a la Legión Agripina, lo que habría gustado mucho a Borges. De cualquier forma, entre lo uno y lo otro, y dado que nuestros turistas están dispuestos a creer o a rechazar lo que quieran, ¿por qué no dar alas a la fantasía y contar una Málaga más atractiva, que destaque en las guías no sólo por los espetos?
Y es que en el Teatro Romano no sólo hubo leones: también rinocerontes, jirafas, grifos e iguanodones, como en los jardines vaticanos de los papas renacentistas. La torre que falta de la Catedral se la llevaron los vikingos de recuerdo en una de sus incursiones por el Mediterráneo y se cree que actualmente se conserva congelada en un remoto paraje de Groenlandia. Bajo la Plaza de la Merced se encuentra enterrada una nave extraterrestre que, según algunos testimonios escritos, se estrelló allí en 1725 con cuatro tripulantes a bordo (uno de ellos salió ileso). Bajo la pirámide acristalada de la calle Alcazabilla se oculta el Santo Grial (la del Louvre es un burdo señuelo), y el Cubo del Puerto es una reproducción de un antiguo templo fenicio dedicado a Astarté (los del Pompidou han tomado buena nota, no crean). Es bien sabido que en el Café de Chinitas compartieron tertulia Lorca, Valle-Inclán, Knut Hamsun, George Orwell, Marc Chagall, Jonh Dos Passos y Nikola Tesla, y que los Beatles actuaron en el Hotel Pez Espada de Torremolinos en 1964 bajo el seudónimo Billy Shears & The Campbells. Por allí cerca acampó después el enfermizo Thomas Bernhard. Un momento: esto sí es verdad. Pero es que Torremolinos es mucho Torremolinos.
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