Málaga: la alternativa posible
Calle Larios
Ahora que ya sabemos qué podemos esperar de las infografías, igual es hora de que se pongan sobre la mesa otros proyectos, otros modelos de desarrollo, otras maneras de hacer de la ciudad una casa de todos
Málaga: conocerse es quererse
Málaga/No sé qué pensará usted, lector, pero la intervención que se está llevando a cabo en Carretería para su peatonalización me parece, de momento, muy acertada. De hecho, cada vez que paso por aquí me gusta más lo que veo: me encantan esos cipreses primerizos, el trazado, la calidad del firme, el mobiliario urbano que va despuntando. Me resulta una calle muy apetecible para pasear y perderse un rato a gusto, acorde con la rehabilitación de la cercana Pozos Dulces. Espero poder decir lo mismo de la plaza de San Pedro de Alcántara, a la que le tengo unas ganas locas y que por muchas razones es uno de mis rincones favoritos de Málaga. Por gustarme, me gusta hasta la nueva Tribuna de los Pobres, con su ascensor y todo. A lo mejor a usted, lector, la nueva definición del entorno no le gusta tanto, o directamente le parece un horror, y bien estará: entre todos hemos logrado que el espacio público sea objeto de un debate cada vez más apasionado, así que no sólo es inevitable, sino muy saludable, que confluyan ideas y modelos diferentes, sin necesidad de considerar que al que piensa distinto sólo le mueven intenciones políticas ni cosas aún más feas. Comentaba la jugada hace unos días con un comerciante de la zona, uno de los históricos, de los pocos que quedan, y su opinión era similar: Carretería está quedando preciosa. Es más, si uno echa la vista atrás y recuerda los tiempos, no muy lejanos, en los que la calle era un páramo desierto y mal iluminado en el que daba miedo meterse, es muy difícil no admitir lo mucho que ha mejorado. Pero mi compañero de conversación introdujo un matiz interesante: lo curioso es que Carretería estaba abandonada cuando vivía gente y ahora que no vive nadie la van a dejar de dulce. Y sí, razón no le faltaba: todo el que ha podido irse de Carretería lo ha hecho. La inmensa mayoría de los edificios, antiguos o recientes, de hermosa arquitectura o merecedores del barreno, han quedado convertidos en apartamentos turísticos. Si me apuran, diría que el último malagueño de Carretería es el gran poeta Pepe Infante, al que tanto debo. Se da así una simpática paradoja: podremos disfrutar de esta espléndida versión de Carretería sólo para pasear por aquí de vez en cuando o para tomar algo en la Cheesequería, es decir, como turistas; mientras que serán ellos, los turistas, los que puedan disfrutarla además como residentes. Lo de sentirse como un extranjero en Málaga es cada vez menos una frase hecha y cada vez más una evidencia empírica. Y seguramente está bien que así sea.
Porque, dentro de esa variedad de modelos de ciudad que confluyen en la opinión pública, se revela pujante el que considera que la revalorización inmobiliaria del Centro Histórico (esto es, su acceso restringido a cada vez menos manos) es una magnífica noticia. Y, dado que se trata de celebrarlo, lo mejor es expandir el modelo a los barrios, no sólo al mismo Centro, que por otra parte ya está demasiado visto. Los que han consultado los precios de los apartamentos de las nuevas torres de Martiricos saben a lo que me refiero. La fiesta definitiva llegará, entonces, el día en que en Málaga no pueda vivir nadie (perdón: nadie menos la minoría capaz de permitírselo). Y si de esto se trata, tenemos buenas noticias: no parece que vaya a faltar mucho. Este mismo comerciante del Centro me contaba que, a su parecer, no tenía sentido oponer resistencia. Qué vamos a hacer, pues aguantarnos si no nos gusta. Coincidía con cierta impresión mayoritaria que considera que no hay alternativas al modelo extractivo, que mientras haya un centímetro de ciudad para vender y un fondo de inversión dispuesto a comprar nada va a cambiar. Aquí diferíamos. Claro que hay alternativas. Lo que les falta es la infografía.
La Málaga de los últimos años ha devenido en el imperio de la infografía. Cada poco vemos en el periódico cómo serán la torre del Puerto, los rascacielos de Repsol, la city financiera del Muelle Heredia y hasta el complejo de oficinas que van a instalar en el Cortijo Jurado. Vivimos un poco como en la caverna de las ideas, convencidos de que la ciudad de las infografías es la real mientras que la que pisamos cada día parece un mal sueño. El episodio del hotel de Moneo ya nos enseñó qué podemos esperar de las infografías y sus grados de veracidad, pero no importa. La propaganda especulativa siempre ha sido visual y lo seguirá siendo, y si luego el resultado difiere del prometido podemos arreglarlo con un matiz filosófico: las fake news, dijo Sartre, son los otros. Pero mientras admiramos aquí la realeza de los rascacielos que vendrán, resulta que en otras ciudades pasan cosas. El Ayuntamiento de París estudia prohibir la circulación de patinetes en sus calles con un objetivo: proteger a los peatones. Distintas ciudades del mundo como Calgary y Auckland han decidido limitar, cuando no directamente impedir, la venta de viviendas a extranjeros ante la imposibilidad de sus ciudadanos de competir con ellos en poder adquisitivo. En Toulouse, el Ayuntamiento decidió transformar el solar que dejó un aparcamiento retirado junto a la basílica de Saint-Sernin en una enorme plaza abierta como gran extensión de espacio público, porque, al contrario de lo que parece suceder en Málaga, no había obligación de poner encima un NeoAlbéniz, ni un hotel, ni un centro multicultural de ningún tipo. Gijón ha puesto en marcha un plan de naturalización urbana con avenidas verdes y ecomanzanas para el que se invertirán 264 millones de euros con ayuda europea hasta 2030. En Málaga, mientras tanto, nos quedamos mirando sin una sola medida política más allá de la promoción constante, lo que nos lleva a la situación de Venecia o Palma de Mallorca, donde prácticamente sólo viven turistas. Economistas del más distinto pelaje coinciden en señalar que la limitación de la venta de viviendas a extranjeros, así como la del número de apartamentos turísticos, es perfectamente compatible con el libre mercado. ¿Piensa alguien que París, Calgary o Auckland toman medidas de este tipo por una mera aversión a los turistas? ¿O no será más bien que están protegiendo otra cosa, algo que en Málaga se nos escapa? A lo mejor, ya puestos, podemos sostener que un bosque urbano, un sentido racional y no invasivo de la construcción en altura y una gestión escrupulosa con la normativa del espacio público son medidas constructivas, favorables al desarrollo, generadoras de riqueza y atractivas para un turismo distinto del aquelarre de borrachera. De modo que, si quieren alternativas, aquí las tienen. Pónganles la infografía correspondiente. A ver si queda claro de una vez que aquí nadie quiere volver a lo de antes. Se trata de ir hacia una Málaga en la que quepamos todos, no unos pocos.
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