Málaga: dónde está el ambiente navideño

Calle Larios

Como en tantas otras cuestiones, las fiestas se entienden aquí al peso, pero a lo mejor tanto foco puesto en el espectáculo nos ha hecho olvidar de qué iba esto: o, bueno, a ver quién es aquí el auténtico Grinch

Todos o ninguno

Una imagen representativa del ambiente navideño en Málaga, tomada el pasado 26 de diciembre. / Javier Albiñana

Málaga/Pues sí, claro, son días de bajar al Centro, de dejarse llevar por el gentío y, al mismo tiempo, tener las cosas claras respecto a lo que quieres y lo que necesitas para no verte sobrepasado. Confieso que me gusta el ir y venir de gentes, ese caudal que busca los complementos, los ingredientes, los regalos perfectos. Me encanta ver los comercios llenos, sobre todo si es una librería: cada vez que paso por Mapas y Compañía y veo puesto el cartel de aforo completo que invita a los potenciales compradores a tener un poco de paciencia y esperar en la calle, siento que todo va bien, que esto marcha, que si las tiendas terminan todo este jaleo con las cuentas bien satisfechas a la vuelta de enero algo bueno sacaremos todos. Me gusta el ambiente de la calle Compañía, sí, pero mi paseo favorito de estas fechas (y casi de cualquier otra) discurre por la calle San Juan, ella sí tan bien iluminada; especialmente en el entorno de la iglesia, en la esquina con Cinco Bolas, percibo que cierta conexión perdura, a pesar de todo, a pesar de que aquí ya no queda nada, a pesar de todos los atentados urbanísticos, de la consigna para equipajes en los bajos de una casa de fachada roja que a mí me pirra y que debió protegerse con un cariño imposible, supongo, lo que aquí se nos da de lujo es mirar para otro lado. Pero sí, yo vuelvo a la calle San Juan y me la creo como un pardillo. Debe ser alguna tara de nacimiento, algo que dé el agua. Llego a Félix Sáenz y observo que hay mucha gente. Como siempre, por otra parte: lo raro sería lo contrario. Aquí está el Rey Mago gigante, impasible ante quienes guardan cola pacientemente para comer churros en los establecimientos aledaños. Bien, todo encaja. Encuentro terrazas llenas, camareros que no dan abasto, dificultades al paso, y eso sin meterme en la calle Larios, donde ya sabemos lo que hay. Pero, un momento: ¿no es esto, exactamente lo que hay siempre en Málaga? ¿Terrazas llenas? De eso se trata, parece. Y es curioso: si dejas a un lado el espectáculo de luces de la calle Larios, lo que hay en el Centro es más o menos lo que hay siempre. Sí, están los puestos del Parque, claro, pero como tantos otros puestos y ferias y convocatorias se dan aquí a lo largo del año. Lo extraordinario, lo verdaderamente distinguido de estas fechas, se da, como en tantas otras cuestiones, vendido al peso, mucho y caro, muchas lucecitas, las de la calle Larios son gratis, si quieres ver las del Parque del Oeste tienes que pagar. Admito entonces que lo que más me gusta de estas fechas cuando salgo a la calle es lo que más me gusta de Málaga a secas, sin más añadidos, en diciembre o en junio. Pero, de nuevo sin salir del Centro, sería difícil distinguir que es Navidad o cualquier otra época del año.

En cualquier pueblo o ciudad de España suenan villancicos y hay mercadillos en cada plaza, pero aquí los intereses son otros

A ver si me explico. Estas fechas también aprovecha uno para viajar un poco e ir a otros sitios. ¿Y saben lo que hay por ahí? Villancicos. Lo sé, puede sonar extraordinario. Pero te metes en cualquier plaza y hay una rondalla, un coro, una agrupación cualquiera cantando villancicos. Que sí, que en Málaga tenemos actuaciones a diario en la Plaza de la Constitución, estupendas a pesar de la competencia desleal del escándalo de la calle Larios. Pero, fuera de ahí, ya está. Se acabó. Ni un hilo musical, ni un poco de ambiente. Este año solo vi una pachanga de músicos ataviados de Papá Noel dándole a los metales a tope con la Borriquita, a bordo de un automóvil enorme, pero nada más, eso es todo. Y, no sé, se me ocurre que, dado que Málaga tiende a portarse como una madrastra con los músicos callejeros con tal de que los guiris no se molesten demasiado, en Navidad rige el mismo criterio: metemos todo el jaleo en una calle y lo demás, como siempre, a beber y a consumir y a despedir a los solteros, que de eso se trata. ¿Saben lo que hay también en cualquier pueblo o ciudad de España y de Europa? Mercadillos navideños. A punta pala, que se dice en Málaga. Recintos con encanto en los que puedes comprar artesanía, comer repostería y charcutería tradicional propia del momento, beber vino caliente, darle a la zambomba, hacerte fotos simpáticas y, yo qué sé, dejarte imbuir por el espíritu navideño. Igual es un ejemplo muy de primera división, pero pasé el puente de la Inmaculada en París y, vaya, te los encontrabas a la vuelta de cada esquina. Pero es que te vas a cualquier pueblo de Andalucía y ahí están, en las plazas, decorados y cuidados con todo el mimo, con sus quesos, sus morcillas, sus atavíos, sus belenes, madre del amor hermoso, no me dirán ustedes. En Málaga, bueno, tenemos el mercadillo del Muelle Uno, que está todo el año, y los puestos del Parque otra vez. Pero veo el abandono diario de la Plaza de la Merced, con la valla de las narices y su decadencia intrínseca, y, vaya, que nos conformemos ahora con un domingo al mes para poner un mercadillo, con toda la gente que podría salir beneficiada, da un pelín de pena. O la Plaza de la Victoria, o la Plaza de Camas, yo qué sé, será por plazas. Imagino, de nuevo, que se trata de que nada perturbe la expansión de las terrazas. Ojo, insisto, que hablo exclusivamente del Centro, no se me ocurriría que al Ayuntamiento le diera por animar el ambiente navideño en los barrios, Dios me libre, más aún sin cobrar el precio de una entrada. Allá que se las apañen los vecinos con la botella de anís, si es que queda algún vecino y le apetece darle al cante antes de que le claven una multa. O igual es que, al no instalar mercadillos navideños, el Ayuntamiento vela por nuestra seguridad, que mira lo que pasa por ahí. Eso sí que daría para una ironía reglamentaria, del quince. 

En el fondo, tiene sentido: la Navidad ha sido siempre cosa de vecinos, de gente del barrio y de la calle que se junta para celebrar

Con todo esto, bueno, hemos tenido en las últimas semanas a concejales que no han dudado en llamar “amargados” y “Grinch de la Navidad” a quienes atreven a opinar que los tinglados de luces de la calle Larios y el Parque del Oeste son un despropósito que no tiene nada que ver con la Navidad. Pero habría que ver quién es aquí el Grinch auténtico, el verdadero espantador del espíritu. En el fondo, tiene sentido: la Navidad ha sido siempre cosa de vecinos, de gente del barrio y de la calle que se junta para celebrar, para compartir una botella y un plato y espantar las penas por unos días mientras le cantamos al Niño Dios, ya ven qué tontería más grande, eso no lo va a comprar The New York Times. Ahora que no hay vecinos, ahora que Málaga es una ciudad tan civilizada, moderna, culta, al gusto de los inversores, aséptica como un paso de cebra y formal como un balance presentado en plazo, no tenemos, ni más ni menos, que la Navidad que nos merecemos. Si los Reyes nos traen carbón, le pondremos una lucecita. La pagaremos. Y aplaudiremos.      

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