Málaga: apuntes a una Feria futura
Calle Larios
La fiesta mayor evoluciona, claro, en paralelo a la ciudad misma, con sus dependencias y posibilidades, pero correspondería preguntarse para qué y, sobre todo, para quién se hace la Feria a estas alturas
Málaga: los refugios necesarios
Esto de ponerse a pensar en la Feria de Málaga despierta en un servidor la más fidedigna actitud Bartleby: preferiría no hacerlo. Lo que pasa es que, bueno, la Feria es la Feria, está ahí, aunque no queramos verla, como el elefante en la habitación, y deja mucho dinero, y da mucho trabajo, y hay gente muy preocupada por la suerte de la Feria del Centro, y todo eso. Supongo que, una vez que los hijos se hacen mayores y disfrutan estas cosas por su cuenta, lo único que le pide a la Feria es la posibilidad de pasar algún buen rato con los amigos y que todo el mundo salga ileso. Pero lo más interesante es comprobar cómo la Feria ha evolucionado a la par que la ciudad misma, con sus servidumbres, sus dependencias y sus posibilidades. Málaga se ha hecho cada vez más extraña a los propios malagueños, lo que a lo mejor no es del todo una mala noticia, aunque en estas cosas uno preferiría que los responsables municipales actuaran de manera directa, a lo Calígula, sin medias tintas (o sin necesidad de pedir al Gobierno un impuesto a quienes pernoctan en nuestras viviendas turísticas después de rechazar la posibilidad de aplicar la tasa consabida, si es que se trata de eso). Y la Feria presenta la extraña excepción, al menos en la teoría, de estar pensada para los nativos a la vez que se invita a todo el mundo a participar. Lo interesante es que las señas de identidad y tradición, las que presuntamente sirven para aportar a la fiesta su singularidad, están cada vez más arrinconadas o, directamente, extinguidas. Esto tampoco es nuevo, pero el discurso en los últimos años, especialmente desde la pandemia, ha seguido directrices bien claras. La primera damnificada es, por supuesto, la Feria del Centro, cuya desaparición resulta ya cantada, lo que no significa necesariamente un motivo de celebración. Quizá el principal problema de Málaga es su falta de imaginación a la hora de darle la vuelta a la tortilla cuando ya está quemándose en la sartén. La Feria del Centro se convirtió en objeto de críticas hace ya décadas por su inseguridad, después lo fue por el botellón descomunal (a quienes se les ocurría lamentar que los portales de las casas del centro acabaran convertidos en urinarios públicos y cosas peores cada noche se les acusó a menudo de preferir la inseguridad anterior, todo dentro del más estricto sentido común; eso sí, ahora que ya no quedan vecinos en el Centro, lo que le pase a los portales parece no ser tan urgente) y la solución para el botellón ha sido convertir el Centro durante todo el año en una pasarela continua de despedidas de soltero y borracheras internacionales, con lo que ahora el botellón feriante (que, por cierto, sigue existiendo) se mimetiza en el entorno. Las intenciones de Teresa Porrasrespecto a la Feria del Centro eran bien loables (y lo digo muy en serio), pero pretender preservar un ambiente familiar durante diez días en un espacio en el que las familias no tienen nada que hacer los 355 días restantes del año es una tarea para la que, me temo, no estamos capacitados.
En cuanto al Real, bueno, la sustitución de la estupenda oferta musical de la que se podía disfrutar hace ya demasiados años en distintos recintos por un botellón gigantesco e institucionalizado delata, igualmente, que la falta de imaginación (o a lo mejor falta de ganas, sin más misterios) es la premisa fundamental desde la que se diseña la fiesta. Hace tres o cuatro jornadas acudí al Real con unos amigos al mediodía y la verdad es que lo pasamos bien, en buen ambiente y con una oferta variada, hasta que ya a partir de cierta hora empezó a hacerse todo considerablemente más cutre. Pero la impresión es que el tejido social de Málaga presta mucha más atención a lo que ofrece en sus casetas que el Ayuntamiento en su programación general, y a lo mejor parte de la solución pasaría por recabar más ideas entre ese tejido social para decidir qué se hace, por ejemplo, en el infierno de la Explanada de la Juventud antes de dejar al monstruo morir por su cuenta. O en el Centro, donde, por cierto, apenas queda ya más música en directo que la que brindan las pandas de verdiales. Pero, de nuevo, a la Feria le pasa como a Málaga: se trata de tirar adelante con lo que funciona y esperar a que lo que no funciona se caiga por su propio peso, más tarde o más temprano. Y, por cierto, la Feria es cara, claro, pero tanto como lo es Málaga cada día del año, esa Málaga en la que los precios, especialmente en el sector hostelero, se han ajustado al poder adquisitivo del turista internacional, no al del consumidor local. Podemos hablar de tradiciones, castañuelas, peinetas, carricoches y toda la marimorena, pero la Feria de Málaga existe por y para la hostelería, que hace sus cuentas (por supuesto), y hay que atenerse a eso. La caída este año del turismo nacional es también ilustrativa, en la medida en que los potenciales visitantes de Oviedo, Toledo, Cáceres o Valencia tienen que hacer frente a la inflación tanto como los pobres malagueños. Así que, a los españolitos que hayan venido, la Feria también les habrá parecido cara sin remedio. Pero mientras al turista británico o alemán le siga pareciendo tirada de precio, no habrá nada que objetar. Cada vez es más extraño encontrar un precio razonable ya solo cuando vas a tomar un café cualquier día del año, así que no íbamos a pedirle a la Feria que se pusiera tan exquisita.
En fin, que aspirar a tener una Feria atractiva, cómoda y encima asequible en una ciudad donde cada vez se paga más por peores servicios, pero donde se perdona todo porque el turismo internacional mantiene el aeropuerto atiborrado, sería como reclamarle al olmo demasiadas peras. Quién sabe: a lo mejor alguien, un día, con suficiente imaginación, decide inventarse una Feria del Centro viable, popular, variada, al gusto de muchos y capaz de hacerle frente a la abulia etílica que parece regir sin remedio el corazón de Málaga; y quizá otro alguien tire de la misma imaginación para que la Feria del Real sea más acogedora y segura a cualquier hora y para que, de paso, parezca menos una fiesta de provincias (con todos los respetos) y se atreva tanto a recuperar lo que sí funcionaba en su momento como a poner en bandeja lo que nadie espera. Y ahora, por fin, se acabó la Feria. Hasta el año que viene, si eso.
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