Málaga: la ciudad invisible
Calle Larios
El problema no es que entren en conflicto distintos modelos de desarrollo, sino que lo que nos permite reconocernos como ciudad sea considerado un impedimento al desarrollo mismo
Carta a Sus Majestades de Oriente
Málaga/En este año recién comenzado celebramos el centenario del escritor italiano Italo Calvino, quien dejó felizmente tras de sí un buen puñado de libros inolvidables. Uno de ellos, tal vez es más popular del autor, es Las ciudades invisibles, que Calvino publicó en 1972 con gran reconocimiento internacional. Con un tono preñado de fantasía y de una poética particular y prodigiosa, cercana a Las mil y una noches, el volumen se articula como un diálogo entre Marco Polo y el emperador tártaro Kublai Kan, en el que el primero relata al segundo las maravillas de las que ha sido testigo en sus viajes. El explorador afirma así haber conocido ciudades inverosímiles, algunas aéreas, otras soñadas, semánticas incluso, otras existentes únicamente en los recuerdos. Algunas de estas ciudades tienen propiedades divinas, en otras sus habitantes intercambian mercancías como deseos, pasiones o el significado de las palabras. Unas ciudades son reconocibles en los mapas, mientras que resulta imposible delimitar la extensión de otras. A medida que el lector se introduce en este mundo va comprendiendo que desde este portentoso juego de la imaginación Calvino se refiere a nuestras ciudades, las reales, las de todos los días; o más aún a lo que nuestras ciudades tienen de invisible, de inadvertido. En una conferencia pronunciada en Nueva York en 1983 al hilo de esta obra, e incluida en las sucesivas ediciones del libro como nota preliminar desde entonces, Calvino sostenía lo siguiente: “¿Qué es hoy la ciudad para nosotros? Tal vez estamos acercándonos a un momento de crisis de la vida urbana y Las ciudades invisibles son un sueño que nace del corazón de las ciudades invivibles. Se habla hoy con la misma insistencia tanto de la destrucción del entorno natural como de la fragilidad de los grandes sistemas tecnológicos que pueden producir perjuicios en cadena, paralizando metrópolis enteras. La crisis de la ciudad demasiado grande es la otra cara de la crisis de la naturaleza (…) Las ciudades son un conjunto de muchas cosas: memorias, deseos, signos de un lenguaje; son lugares de trueque, como explican todos los libros de historia de la economía, pero estos trueques no lo son sólo de mercancías, son también trueques de palabras, de deseos, de recuerdos”. Al leer estas líneas, llama la atención el modo en que Italo Calvino advertía de la inhabitabilidad de las ciudades a cuenta de problemas como “la fragilidad de los grandes sistemas tecnológicos”. Especialmente reveladora resulta hoy la analogía entre la “destrucción del entorno natural” y esa fragilidad que convierte a las ciudades en espacios “invivibles”. Esta preocupación es, probablemente, tan antigua como la ciudad misma, tal y como sugiere Platón en su República, pero me parece oportuno (salvo que usted, lector, tenga algo mejor que hacer, como por ejemplo leer Las ciudades invisibles de Italo Calvino) reparar en la esfera invisible de las identidades urbanas en contraposición a lo que se proyecta como realidad visible, porque es ahí donde podemos tomar con más fiabilidad el pulso actual al asunto. Con Málaga, claro, como ejemplo proverbial.
Mi padre me contaba de vez en cuando que, en los años de la posguerra, cuando más apretaba la hambre, el café era un producto especialmente difícil de encontrar. El que se despachaba en los economatos, cuando lo había, era a menudo una mezcla infame en la que te podías encontrar desde virutas de madera a ingredientes que no nombraré aquí por pudor, pero quien decidía hacerse con él en el estraperlo no corría por lo general mejor suerte. Cuando, poco a poco, el acceso al buen café se fue generalizando, aunque todavía a precios astronómicos, se impuso la adopción de medidas que garantizaran la dosificación exacta a demanda del cliente para evitar derroches; de ahí que el Café Central inventara un sistema que suministraba al usuario el suministro exacto de café que estuviera dispuesto a pagar. Se acordó así un trueque económico que el paso del tiempo convirtió en un trueque de memoria: cuando hoy nos sentamos en cualquier cafetería de Málaga y pedimos un sombra, una nube o un mitad, estamos sacando a la luz aquella ciudad invisible, tan invisible ya que hasta el Café Central ha cerrado sus puertas a la mayor salud de un pub franquiciado. Los trueques suelen adquirir más resonancia en momentos adversos, como el confinamiento decretado a cuenta de la pandemia, cuando se crearon en los barrios redes vecinales para garantizar la distribución de bienes básicos a las personas con mayor riesgo de contraer el coronavirus; pero, en realidad, su vigencia no decae en los momentos más, digamos, apacibles: únicamente se limitan a esa dimensión invisible de las ciudades en las que nadie repara, de las que rara vez se informa, que se da por hecha. Actualmente, uno de los efectos menos valorados en la opinión pública del imparable ascenso del precio de la vivienda es el que recae en los colectivos en riesgo de exclusión social: inmigrantes, refugiados, menores no acompañados, discapacitados, personas que residen en pisos tutelados por las más diversas razones. Las entidades que se dedican a atender a estas personas, que a menudo llevan una buena temporada estudiando, trabajando y buscándose la vida en Málaga, se enfrentan a subidas inasumibles del coste de los alquileres de estas viviendas, por lo que muchos son derivados a otras ciudades. Pero, mientras tanto, entre las distintas familias afectadas, entre los menores acogidos y los centros donde estudian, entre los refugiados que han llegado hasta aquí desde países en guerra, se da toda una red de trueques de valores a menudo intangibles (compañía, afectos, horarios, juegos, contactos, una llamada telefónica para comprobar que todo está bien: muchos profesores de instituto, trabajadores sociales, voluntarios de organizaciones y profesionales de distintos ámbitos saben bien a qué me refiero) para hacer frente común a esta adversidad. Es importante considerar hasta qué punto esta idea del trueque es la que define la vida en las ciudades, porque es la que les ha permitido seguir siendo tales en los momentos más difíciles. Por más que, como apuntaba Calvino, pertenezcan a esa latitud invisible de la vida urbana.
Mientras tanto, Málaga presenta una imagen bien visible de sí. Más que visible, panóptica: se trata de una imagen proyectada en todos los escaparates, en todas las cabeceras, en todas las ferias, en todos los debates, en todos los foros, sin excepción. Málaga es ese entorno ideal del que todo el mundo quiere formar parte, que está en boca de todos, en el deseo de tantos líderes que manifiestan a las claras su intención de trasladarse aquí. Es una imagen de visibilidad incontestable. Sabemos que tal visibilidad acarrea algunos problemas, como la gentrificación o las mismas dificultades de acceso a la vivienda. Estos problemas no nos pillan de nuevas: desde aquel 1983 en el que Italo Calvino habló de ciudades “invivibles” muchas urbes se han enfrentado a ellos, los han acusado, los han sufrido y han probado soluciones con mayor o menor éxito, a menudo derivadas de una gestión democrática del espacio público, a veces más severas, como la prohibición de la venta de viviendas a extranjeros adoptada en los últimos años por varias capitales de distintos continentes. Ahora le corresponde a Málaga afrontar esta tesitura desde la consideración de distintos modelos de desarrollo puestos sobre la mesa, propuestas que pueden parecer irreconociliables pero que, a poco que se pongan en marcha las políticas adecuadas, confluirán necesariamente hasta dar lo mejor de sí. Málaga tiene recursos suficientes para asumir este reto con las mayores garantías. Pero éste no es el problema. No, al menos, el más grave.
Desde siempre, como veíamos, se ha dado en las ciudades ciertas tensiones entre sus esferas visibles (las promocionadas) y las invisibles (las que tienen que ver con el día a día de los ciudadanos). Pero el problema tiene que ver en Málaga con una tendencia, preocupante y creciente, a considerar lo invisible como impedimento, obstáculo o cortapisa a lo visible. Es decir, a valorar que lo que nos define naturalmente como ciudad (el trueque, la vida en los barrios, la vecindad, el espacio público, el acuerdo, los valores compartidos) supone un lastre, obsoleto y prescindible, resto detestable de una Málaga subdesarrollada, a una dimensión visible en la que el trueque se da únicamente en términos financieros, de manera no siempre transparente y reservada a una minoría cada vez más estrecha, pero necesaria para que esa visibilidad no se vea mermada. Cada vez que una autoridad pública o un empresario señala a Silicon Valley como modelo irrenunciable, se olvida o se soslaya el efecto que el desarrollo de Silicon Valley ha tenido en buena parte de las ciudades de la Costa Oeste en EEUU, donde el trueque urbano ya no forma parte de lo invisible, sino que, directamente, ha desaparecido. Le corresponde a Málaga anticiparse y cuidar tanto su latitud visible como la invisible. Si es que queremos vivir en una ciudad en lugar de un hub de elevada cotización.
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