Málaga y la cultura (otra vez)

Calle Larios

No se sabe muy bien qué quedó de la marca, pero sí está claro que, a la hora de establecer cualquier estrategia, la entrega a las políticas extractivas ha favorecido el dictamen único del relumbrón y sus trampas

Málaga: el bucle sin fecha

Mientras la cultura nos adorne el escaparate, bienvenida sea. / Javier Albiñana

Málaga/Hace unos días compartí un rato de mesa y mantel con algunos representantes insignes de la cultura malagueña. Cuando en el debate llegó el momento de meterle mano al asunto de la cultura misma, en clave local, ya saben, su estado de salud y todo eso, todos los participantes en el aquelarre volvieron la mirada hacia un servidor para preguntarme mi opinión. Yo me excusé, o eso pretendí, con el argumento de que desde hace unos años no sigo tan de cerca los acontecimientos, gracias a Dios, así que inevitablemente he perdido una visión de conjunto que, por otra parte, cada vez costaba más sostener. Sentí decepcionarles, pero, ya esperaran un panegírico o una defenestración, lo cierto es que me faltaban tanto las ganas como los datos para enzarzarme con lo uno o con lo otro. En cualquier caso, mi percepción es que el asunto de la cultura ha levantado ciertos escozores desde que estalló el caso del patrocinio de 100.000 euros a cargo del Ayuntamiento en beneficio de la Fundación Contemporánea, donde la concejal de Cultura, Mariana Pineda, tuvo su anterior dedicación y cuya dimisión pedía hace unos días la oposición municipal por la presunta incompatibilidad. Ya en su momento resultó extraño, quizá poco elegante, que el Gobierno municipal concediera la Concejalía de Cultura a la responsable de la Fundación Contemporánea, seguramente la entidad que con más vehemencia ha contribuido a la definición de Málaga como gran capital cultural de España en los últimos años gracias a sus rankings e informes anuales. Es decir, que todo apuntaba a una compensación por los servicios prestados. Dicho esto, he podido conversar con Mariana Pineda en algunas ocasiones, tanto antes como después de su nombramiento, y mi impresión ha sido siempre grata, por sus ideas, proyectos y conclusiones, por no hablar de su formación y capacidad. Sea como sea, se demuestra que los debates en torno a la cultura terminan girando siempre, invariablemente, en torno a la administración y sus cuitas, como si fueran indisociables. Posiblemente, la gran victoria de los últimos gobiernos municipales en materia cultural sea la constatación popular de que no hay cultura posible fuera del orden: si Rafael Sánchez Ferlosio reconoció que la cultura la inventó Felipe González en 1982, en Málaga ha quedado clarísimo que no hay evento cultural posible si no está Francisco de la Torre dando su bendición. En correspondencia, a mucha gente le preocupa la cultura como, cuando es el caso, sale a colación un contrato maloliente relacionado con la materia. Es de agradecer el celo, pero, quién sabe, igual en otro planeta alguien se atrevería a decir que lo que menos tiene que ver con la cultura es una concejala de cultura.

Quién sabe, igual en otro planeta alguien se atrevería a decir que lo que menos tiene que ver con la cultura es una concejala de cultura

Hace poco cerró sus puertas en el Muro de Puerta Nueva The Shakespeare, el pub que desde hace ya un montón de años regentaba el músico de Liverpool Peter Edgerton. En unos años en los que el centro de Málaga se ha ido haciendo progresivamente inhóspito y agresivo, The Shakespeare se consolidó como un refugio para el arte de la conversación y el encuentro, donde acudían músicos, poetas, artistas y demás gente rara a compartir sus cosas sin pedir permiso, sin más excusa que la de pasar un buen rato. Ahora, The Shakespeare es parte del pasado por la misma razón de siempre: la voracidad inmobiliaria que no entiende más uso para esta ciudad que el de la vivienda turística. En su momento, The Shakespeare vino a prolongar cierta tradición que a su vez había perdurado aquí durante los años 90, ya saben, en aquel centro lleno de drogadictos, prostitutas, criminales, vampiros y hombres-lobo: en lugares como Al Sur, en Mariblanca, o El Harén, en Andrés Pérez, se juntaban jóvenes (y no tan jóvenes) con inquietud suficiente para compartir canciones, poemas, monólogos y lo que cada uno buenamente hiciera. No hablo de salas de conciertos, ni de galerías, ni nada de eso, sino de algo mucho más humilde, de una hostelería sensible que brindaba sus espacios a creadores que daban sus primeros pasos. En aquellos ambientes se atrevieron a actuar ante el público en sus primeras veces gente como El Kanka, Dani Rovira, Pepa Niebla y el recordado Alexandre Lacaze, entre muchos otros. Algunos artistas que hoy exponen con regularidad colgaron sus primeras fotografías y pinturas en aquellas paredes. Yo los vi, yo estuve allí, sé de lo que hablo. Estas historias han quedado borradas, ni siquiera los adalides de la nostalgia por el underground han tenido a bien rescatarlas, pero sucedieron. Igual que sucedieron otras muchas historias. Historias que la Málaga que vino después, la del pelotazo, la de la expulsión, la del parque temático para turistas, impersonal, cutre, hortera y recauchutada únicamente pudo interpretar como incompatibles con el modelo. Y, de manera consecuente, quedaron arrasadas.

A los poderes públicos les corresponde proteger la cultura arraigada en los territorios, no reemplazarla por lo que la administración entiende que es cultura

Así que, bueno, qué quieren que les diga. Igual que Adorno entendió que no podría haber poesía después de Auschwitz, hablar de cultura en esta ciudad vendida a los buitres y abocada a las políticas extractivas casi suena a falta de respeto. Salvo que nos refiramos a la cultura promocionada a base de presupuestos, claro. Esa cultura de relumbrón ante la que uno solo puede escuchar y prestar atención a señoras y señores importantes que dicen cosas importantes, nunca participar, a quién le van a interesar tus moñas. En una ciudad que de manera sistemática aparta los espacios en los que alguien puede atreverse a compartir lo que hace, a leer sus primeros poemas, cantar sus primeras canciones o proyectar su primer corto, porque ahí la rentabilidad, acabáramos, es nula, todo lo que se pueda decir sobre cultura ya está dicho. Claro que la concejala de cultura debe dar explicaciones y asumir responsabilidades, pero ante el peor daño que se ha hecho al sector la ciudad ha decidido mirar para otro lado sin mostrarse tan inquisitiva, sencillamente porque nadie ha contado que la cultura, la de verdad, está fuera de la administración, no dentro. A los poderes públicos les corresponde, en teoría, proteger la cultura arraigada en los territorios, no reemplazarla por lo que la administración entiende que es cultura. Pero ya es demasiado tarde. Ese cuento se acabó. No sé ustedes, pero, por mi parte, cada vez que oigo la palabra cultura me hago a un lado, por si acaso. Lo más gracioso es que Málaga hizo una vez marca de la cultura. Ahora sabemos para qué.

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