Málaga: Dioniso en Lagunillas
Calle Larios
Si se trata de proponer un escenario para una buena comedia en torno al caos y la revelación de que el mundo no es lo que creíamos, pocas ciudades pueden hacerle sombra a la Málaga de nuestros días
Málaga: apología del merdellón
Málaga/Vi la serie Kaos, de Netflix, sobre todo por Jeff Goldblum, que me encanta. Encontré que, para interpretar a Zeus, el actor hacía de sí mismo, así que, hasta ahí, y a pesar del doblaje nefasto, todo correcto. Luego, bueno, la serie pretende funcionar como una revisión contemporánea de los mitos griegos, pero por las mismas podría serlo de Las mil y una noches o de El conde Lucanor. Vaya, que la mitología clásica está tan presente como la última novela de Arturo Pérez Reverte. Un ejemplo: a Dioniso, al que interpreta el actor Nabhaan Rizwan, lo pintan como una especie de canallita (menudo asco de palabra) de discoteca, pero con su caché, su dinero que gastar y su colorao que lucir, que para algo es el hijo de Zeus. Cualquiera que meta la nariz en la literatura de los mitos griegos, aunque sea la obra de Robert Graves, encontrará que el Dioniso original tenía poco que ver, que su condición de dios del vino no era una cosa chula ni macarrilla, sino que se las gastaba de armas tomar a la hora de poner el mundo patas arriba, llevándose lo que fuera por delante, y con el que había que llevarse razonablemente bien por si acaso. Quedaba, por tanto, el pasatiempo de identificar las localizaciones malagueñas en las que se realizó el rodaje, como el Cerro Coronado donde instalan la estatua gigantesca de Zeus, la Alameda de Colón y Lagunillas, donde precisamente se pasea Dioniso como Pedro por su casa. Ahora que Málaga ha resultado ser una plaza muy atractiva para el rodaje de este tipo de producciones, uno tiene la sensación de estar viendo el PTV cada vez que pone Netflix, mira, están en Carranque, a ver si sale la prima Charo. Supongo que a los residentes en Hollywood, si es que queda alguien viviendo allí, les pasa desde hace décadas lo mismo que les pasa ahora a los vecinos de Málaga, si es que queda alguien viviendo aquí. La cuestión es que al ver la escena de Dioniso en Lagunillas recordé el día en que, hace unos meses, pasé por el barrio y me topé con el rodaje; al regresar a casa, ya de noche, comprobé que habían dejado bien aparcados un par de coches de policía que parecían sacados del NYPD y que, supuse, volverían a emplear al día siguiente. Pero, sí, confieso que me hizo gracia ver a Dioniso haciéndose el cani por el barrio. Supongo que se trató de un efecto involuntario por parte de los guionistas, a los que le daría igual la historia del enclave en el que estaban rodando, pero ahí sí que hacía el personaje honor al dios mitológico: pocos lugares resultan tan afines al caos, el de verdad, el que parte el bacalao.
Vayamos por partes: el kaos clásico tiene que ver con la alteración de los supuestos, con la revuelta de las convenciones, con el descubrimiento de que el mundo no es como creíamos, sino justo al contrario. Los antiguos griegos rendían honores a Dioniso en unos desfiles populares llamados komos en los que, además de un ingente consumo de alcohol y el consabido desenfreno sexual, se subvertían todos los órdenes sociales: los libres se convertían en esclavos y los esclavos en libres, los ricos en pobres y los pobres en ricos, los filósofos en tontos y los tontos en filósofos. El día del komos era el único día del año en que, por ejemplo, los esclavos comían en la mesa de los amos. Del komos nació la comedia, que desde Aristófanes se ha basado (y se basa) en la misma premisa: la posibilidad de representar el mundo al revés, con una inversión total de estamentos políticos, clases sociales, méritos académicos y sexos; pero también una amplia gama de manifestaciones folklóricas y tradiciones, como las Saturnales romanas de las que vienen a su vez nuestros verdiales (en las que el tonto del pueblo, por ejemplo, se convierte en alcalde, a la manera clásica). Pues bien, soltado ya este rollo, si hay algún lugar en el mundo que represente con fidelidad este caos se trata, sin duda, de Lagunillas: un barrio olvidado por las autoridades, denigrado, arruinado, dejado caer por su propio peso y devorado por las ratas promocionado, sorpresa, como próximo núcleo fundamental del lujo inmobiliario, con promociones de apartamentos anunciadas a más de medio millón de euros que harán las delicias de los especuladores para su consiguiente reciclaje como viviendas turísticas. Era el remate lógico a la jugada de las tecnocasas y a la integración del lugar en los circuitos turísticos como escaparate pintoresco del arte urbano. Cuando pasas por Lagunillas encuentras calles abandonadas a su suerte, obras que empezaron hace ya un buen tirón y que siguen más paradas que el Titanic, portales convertidos en urinarios públicos y gente que, a pesar de todo, intenta mantener viva la resistencia a base de actividad comercial, espacios para el ocio y propuestas para el encuentro vecinal; pero no, realmente si te internas allí penetras en el no va más del lujo inmobiliario, en la reserva más exclusiva, en el colmo de las élites. Dioniso en estado puro.
Y, bueno, en el fondo, Málaga va disolviéndose en su totalidad en ese mismo caos que transforma cada cosa que creíamos cierta en su contraria. Estábamos seguros de que teníamos una ciudad, un lugar para vivir y trabajar, para crecer y prosperar, para perseverar y, valga la redundancia, ejercer la ciudadanía; pero vino Dioniso con la melopea y resulta que lo que tenemos es un pedazo de tierra puesto a la venta como artículo de lujo a disposición del que pueda pagárselo, promocionado en los escaparates más selectos, en las altas esferas, los fondos buitre y demás lugares fantásticos. Se trataba, claro, de destruir lo primero para hacer lo posible lo segundo, convenciendo a los ciudadanos de que algunas migajas del lujo quedarían para ellos. Y los ciudadanos se lo creyeron antes de hacer las maletas. Es justo el tipo de guerra que le encanta a Dioniso, quien, por cierto, se estará partiendo de risa a nuestra costa. Como más de uno que ya se frota las manos mientras hace las cuentas.
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