Málaga: elogio de la estupidez
Calle Larios
Parece que muchos malagueños se resisten a enterarse de los múltiples beneficios lucrativos que arroja la especulación inmobiliaria en el presente y se empeñan en creer que las casas son para vivir
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Málaga/Hace unos días compartí en una red social la convocatoria de la manifestación convocada para el sábado 9 de noviembre por la plataforma para Málaga para Vivir y tuvo a bien responderme un caballero, perfectamente identificado (de ahí que mereciera todos mis respetos), con este mensaje: “Si dedicaseis el mismo tiempo en informaros cómo funcionan los mercados libres en lugar de manifestaros, a lo mejor podéis sacar provecho para vuestra jubilación” (sic). Yo le respondí que tenía toda la razón, que no hay manera, que andamos demasiado distraídos y no reparamos en lo importante. El planteamiento es bien sencillo: si eres lo suficientemente espabilado, si no te duermes en los laureles y puedes rascar una propiedad de donde sea, ya no tendrás que preocuparte por nada más. El presente modelo político y financiero no solo no hace ascos, sino que premia de manera visible el ingenio capaz de sacar la máxima rentabilidad a la vivienda, la misma que antaño figuraba entre los derechos inalienables, como valor especulativo. Ojo, muchos de los promotores del modelo, los pioneros que se dieron cuenta antes que nadie de los beneficios que había en juego, defienden ahora las bondades del sistema bajo la premisa de que muchas familias que con la crisis de 2008 se quedaron a dos velas encontraron en el arrendamiento especulador de sus propiedades un medio para salir adelante. Por supuesto, pasan por alto que esa misma especulación ha dejado fuera del mercado de la vivienda a una toda una generación, pero, ah, haber escogido muerte. El problema es ese, que no nos enteramos. Por mi parte, he perdido la cuenta de la cantidad de gente que en los últimos años ha intentado convencerme de que teniendo una propiedad (la tengo) podría sacar suficientes ingresos para darme la vida padre o hacerme, como sugería el amable señor de las redes, un plan de jubilación como Dios manda, pero ya ven, yo tampoco me entero, no soy tan listo, no doy la talla. No hace mucho, de hecho, encontré una publicidad en mi buzón de una inmobiliaria que me animaba a vender mi piso para vivir de alquiler más que holgadamente con los beneficios, pero nada, no hay manera. No me entero. No nos enteramos.
Decía Kurt Vonnegut que su peor pesadilla consistía en despertar y descubrir que sus compañeros de secundaria están gobernando el país. En realidad, aquellos compañeros tan espabilados que se cruzaron en nuestras vidas son los que han hecho del lucro inmobilario el negocio del siglo. Y diariamente sacan a relucir sus historias de éxito: ha llegado la gallina de los huevos de oro a tu ciudad y no te enteras. Esto que pasa en Málaga es un caso único, la gente de da de tortas por un Airbnb, no pierdas el tiempo, eres tonto si dejas pasar este tren. Y debe tratarse de eso, que hay demasiados estúpidos. Entre nuestros mayores, seguramente como memoria de la época de la hambre, quedan muchos que profesan un respeto casi religioso al pan. El pan no se parte de cualquier manera, no se le dan pellizcos ni se maltrata: se parte de manera ordenada y se distribuye en la mesa con cariño, de manera equitativa. Pues bien, seguramente guiados por la misma tontería, todavía quedan quienes sostienen la idea obtusa, antediluviana y carpetovetónica de que las casas son lugares hechos para vivir, no para especular. Y son estos estúpidos los que, según los que sí saben, están condenando a Málaga a un atraso secular. Porque el progreso, en su opinión, pasa por disparar el precio de la vivienda a tal extremo que se convierta en un privilegio lo que antes era un derecho. Y si el precio sube demasiado, lo que hay que hacer es liberar suelo y construir más para que la especulación pueda campar a sus anchas (¿o alguien duda de que los incitadores del cemento buscan algo distinto a más Airbnb?). Como siempre, los estúpidos que salieron a manifestarse este sábado en Málaga, con la aberrante convicción de que la proliferación de viviendas turísticas expulsa cada día a ciudadanos con nombres y apellidos, obstaculizan el trabajo de los listos. Y no son pocos: 10.000 según la Policía Nacional, 30.000 según la organización. En ambas fuentes, el doble de los que se manifestaron en junio. Estamos perdidos. La estupidez nos acecha. Es probable que cuando el alcalde, Francisco de la Torre, señaló el nivel académico como clave para el acceso a la vivienda, se estuviera refiriendo a esto. Los listillos, esos sí que saben, ellos sí que han estudiado.
Y luego está Erasmo de Rotterdam, un señor que en 1511 escribió el Elogio de la estupidez (permítame el lector traducir así su Stultitiae Laus), un tratado en el que, entre otras cosas, afirmaba lo siguiente (sigo ahora la traducción de Eduardo Gil Bera): “Los más estúpidos y viles de todos suelen ser los comerciantes, que manejan lo más sórdido con los medios más sucios y mienten a todas horas, perjuran, roban, defraudan y abusan. No obstante, ellos se tienen por los más selectos, porque llevan los dedos fajados en anillos de oro. No les faltan frailucos aduladores que los ensalzan públicamente como honorables porque esperan alguna partecilla de sus innobles adquisiciones”. Nada nuevo bajo el sol, ya ven, los frailucos aduladores siguen buscándose bien la vida. Los demás debemos tener una tara de nacimiento, un cabezazo contra el filo del fregadero, o igual da el agua, quién sabe, el escrúpulo a pasar por encima de los derechos de los demás para enriquecerse, aunque hablemos de un enriquecimiento legal (que no legítimo). Aquí donde me ven, confieso que participé en la manifestación del sábado porque tengo una hija y me gustaría que pudiera quedarse a vivir en su ciudad con unas condiciones dignas si llegado el momento le apeteciera, una opción que, a día de hoy, es imposible. Muchas de las consignas, banderas e insignias que mostraron otros manifestantes me resultaron inadecuadas e impropias, y si hay algo que no soporto en este mundo es una batucada, pero pocos rasgos definen a la estupidez como la obstinación, así que allí estuve igualmente. Sí, el principal problema de los tontos es que son pesados como ellos solos, así que cualquier día volverán a las andadas, ya se podrían ir al campo. A saber quién habrá untado al Erasmo ese de las narices.
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