Málaga: la experiencia inmersiva
Calle Larios
Si al final todo depende del cristal con que se mire, ¿por qué no aprovechar el desarrollo tecnológico y permitir a cada uno disponer de la ciudad que quiera en la esfera virtual?
Almacenes Gran Málaga

Málaga/Hace apenas unos días se inauguró en la Plaza de Toros de la Malagueta un singular espacio impulsado por la Diputación Provincial: el Centro de Experiencias Inmersivas de la Tauromaquia. Como lo oyen. El espacio contiene varias exposiciones relacionadas con el mundo de los toros y, como plato fuerte, la posibilidad de calzarte unas gafas virtuales y de vértelas así delante del astado con el coso a reventar y con el pasodoble reglamentario. Teniendo en cuenta que en un corto plazo de tiempo la Diputación se vio obligada a sustituir, sin salir de la capital malagueña, un museo taurino por otro museo de videojuegos, por mucho ambos ostentaran el imprescindible complemento gastronómico que tanto demandan los turistas, semejante unificación tiene sentido. Sigue resultándome curioso el modo en que a cierto espectro liberal y despreocupado le pirran estos inventos, que pasan por revestir de un hábito moderno las tradiciones más rancias para no tener lo uno ni lo otro (tampoco hace falta ser un analista de tendencias para sospechar que las exposiciones virtuales están más pasadas de moda que la levita: lo moderno siempre es antiguo, aunque quién es uno para hacer semejante afirmación). Pero, no sé, imagino que esto tendrá detrás su estudio de mercado, sus estrategias de diversificación y las previsiones de impacto. Y, si no, siempre podemos poner un bar, que de eso se trata (un momento, ¿no anunció ya la Diputación también en su momento un clúster gastronómico para la Malagueta?). Personalmente, no querría verme delante de un toro ni aunque lo pintara Eugenio Chicano, pero tampoco descartaría otras posibilidades. Ya puestos, sería interesante que la Málaga tecnológica, digital y gachupina hiciera de una vez algo útil, tomara la delantera en el universo Meta y diera a cada contribuyente la posibilidad de montarse a su antojo la ciudad que le diera la gana. Y si hay que ponerse las gafas, pues se las pone uno. En peores plazas hemos lidiado.
No sé qué diría de esto Philip K. Dick, pero podría funcionar. Imagínese el plan: la Diputación Provincial, el Centro de Ciberseguridad de Google, el Málaga Tech o los Reyes Magos de Oriente le proveen a usted de las gafas estupendas y, a partir de entonces, Málaga será a sus ojos lo que usted quiera. Bastaría con programar el cacharro con las coordenadas adecuadas y listos. Que a usted le gustan los apartamentos turísticos, pues ahí los tiene, a destajo, con la Catedral anunciada en Airbnb si a usted le da la gana. Que es más de rascacielos, pues marchando: ahí estaría ya la torre del Puerto con solo hacer click y a toda la Palmilla encantada, civilizada, cultivadísima y más segura que una misa en Los Mártires gracias a la influencia virtuosa de las torres de Martiricos. Que es usted más de zonas verdes, pues ahí tendría a su disposición el Bosque Urbano, enterito, con colibríes y unicornios por doquier. Que quiere usted una final continental del Málaga con el Real Madrid, pues venga, vamos a la nueva Rosaleda, que sus gafas se la apañan en unos segundos. No me digan que no sería interesante. Si podemos ponernos un toro en las narices para darle con el capote, ¿por qué no el primer bicho que se le ocurra? Si de hecho ya tenemos en la calle más jabalíes reales que gatos, ¿por qué no organizar una capea con, yo qué sé, unos cuantos velocirraptores? Si quiere usted saber cómo serán las plazas-puente del Guadalmedina, las gafas virtuales pueden adelantarle ese trabajo. Si le apetece hacer un safari por la tenebrosa Málaga de los 80, suba que nos vamos. Si echa tanto de menos la cruz de la plaza de San Juan de Dios (en todos lados hay pelmas, qué le vamos a hacer), inserte usted la clave correcta y ahí la tendrá ipso facto. Y si al alcalde le diera por acudir a usted y decirle “¿ve usted, hombre, cómo la cruz ha estado siempre ahí?”, pues no habría más remedio que darle la razón.
Eso sí, ya que en Málaga la tauromaquia, la tecnología, la teología, la poesía renacentista, la entomología y la investigación biomédica dependen directamente del turismo, habría que ser generosos y abrir una más que interesante línea de negocio con nuestros queridos visitantes. Si un turista que viene a Málaga quiere encontrar aquí exactamente lo mismo que tiene en su ciudad, ¿por qué no darle ese capricho? Si el guiri en cuestión no quisiera más que terrazas, lo tendría bien fácil para suprimir cualquier tránsito peatonal y darle todo el suelo al tapeo en cualquier variante. Si lo que quiere son despedidas de soltero y desmadre alcohólico, tenemos una ciudad entera transformada en una discoteca chunga para usted en un ratico de nada. Es más, podríamos llegar a un acuerdo: les damos a los turistas las gafas de la Málaga virtual para que disfruten a gusto la experiencia inmersiva con todo el alto standing anunciado en Fitur y la World Travel Market y el resto nos quedamos con la Málaga de verdad, ya saben, la de ir a los sitios, la de los servicios públicos, la de los lugares tranquilos en los que pararte un rato a hablar con los vecinos, la de las cafeterías donde te dejan entrar después de las 12:00 aunque no tengas intención de almorzar, la del mercado, la del comercio local y esas menudencias retrógradas y antiprogresistas. El problema, ay, es que nuestras instituciones ya se dieron toda la prisa en darnos gato por liebre todavía en el mundo analógico, sin esperar al imperio digital: la Málaga virtual, la de las gafas aparatosas, la pintada al gusto del consumidor más efímero, acabó ya hace mucho de sustituir a la Málaga real y todo se convirtió en un espectáculo, a lo Guy Debord. Pero un espectáculo caro, cutre, chillón, exclusivo, para unos cuantos, los que llevan la debida acreditación colgada cual escapulario. No hay pacto que valga: o aplaudes entusiasmado ante el retablo de las maravillas o, como dice nuestro alcalde, haber estudiado. Y los demás, bueno. Nos conformaremos con que no nos pille el toro.
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