Málaga: haber estudiado
Calle Larios
Era relativamente fácil darse cuenta de que el modelo inmobiliario de expulsión social es voraz e infatigable, pero lo más difícil es ponerse en el lugar del otro y clamar al cielo cuando todavía no nos afecta
Málaga: la experiencia inmersiva

Málaga/Si se trata de hacer caso a quien sabe, Miguel de Cervantes distinguía únicamente “dos linajes en el mundo: el de tener y el de no tener”. Lo simpático del caso, y algo escribió Cervantes al respecto, es que la frontera entre uno y otro es mucho más permeable de lo que la conciencia de muchos está dispuesta a admitir. Venga, ya que estamos con los clásicos, recordemos que Shakespeare hizo pasar a su Lear de rey a mendigo sin que el pobre viejo tuviera tiempo siquiera de caer en la cuenta. Trasladado el asunto al próspero modelo inmobiliario afirmado como principal mecanismo de exclusión social en nuestras ciudades (cuánta ternura inspiran las llamadas a la acción de los promotores: ¡Hay que construir más! ¡Queda suelo disponible!), la posibilidad de vértelas en la calle cuando creías estar a salvo es, digamos, notoria. No hace mucho, la ciudad de Nueva York decidió plantarle cara a Airbnb y decir que ni uno más, un poco a la manera en que nuestro alcalde, Francisco de la Torre, anunció recientemente una “moratoria global” para las viviendas turísticas. Pero Nueva York no se plantó cuando la crisis afectaba a las personas con menos recursos, ni a las más vulnerables; tampoco cuando pasaron a ser profesionales de toda índole (sanitarios, profesores, trabajadores cualificados, comerciantes) los que vieron triplicados sus alquileres; la ciudad dijo hasta aquí cuando quienes podían pagar con cierta comodidad cinco mil dólares al mes por sus alquileres se vieron obligados a pagar diez o quince mil, bajo la amenaza de que había toda una legión de inquilinos potenciales, procedentes de los principales países exportadores de petróleo, dispuestos a pagarlos. Semejante lógica no es excepción, sino norma: las políticas sociales más intervencionistas e incómodas únicamente llegan a adoptarse cuando sirven para proteger a las élites, aunque sus beneficios se promuevan luego como transversales. Algo así podemos decir respecto a Málaga, donde la moratoria, insuficiente, llega cuando demasiada gente ha tenido que irse, animados además a tal efecto por nuestro Ayuntamiento.
Se lamentaba hace poco Felipe Romera, el director del Málaga TechPark, de que los ingenieros del PTA no pueden alquilar un piso, situación que calificó de “tragedia”. Estas declaraciones han sido objeto de críticas a mi parecer injustas. No es la primera vez, ni mucho menos, que Romera advierte de que la crisis de la vivienda constituye un problema social urgente. En sus declaraciones, aunque destacaba a los ingenieros del PTA, dejaba claro que la tragedia es transversal. A Romera se le puede acusar, como mucho, de barrer para casa, como todo hijo de vecino; pero es que aquí lo verdaderamente difícil es atisbar el problema desde la piel del otro, desde la perspectiva de quien más tiene que perder. Ese ejercicio no lo ha hecho nadie. Y así nos va. Aquello de Martin Niemöller, “luego vinieron a por mí, pero ya era demasiado tarde”, es una pauta histórica que se ha cumplido aquí al dedillo. Pero sí cabe abrigar la esperanza de que, tras las advertencias de autoridades como Felipe Romera, sea una mayoría razonable la que acabe convencida de que Málaga necesita mucho más que una moratoria. Aunque sea porque ahora sí toca proteger a las élites. Si los ingenieros del PTA no pueden alquilar una vivienda en Málaga, como los profesores de Secundaria, los técnicos de laboratorio, los veterinarios, los albañiles y los cocineros, ahora ya sabemos que, al contrario de lo que afirmaba De la Torre, tener estudios ya no te garantiza el acceso a la vivienda en Málaga. Una vez que las élites quedan afectadas, las instituciones acostumbradas a hacer la vista gorda y restar gravedad a la cosa se ven obligadas a cambiar de discurso. A un muerto de hambre sí le puedes sugerir que se vaya a vivir a Villanueva del Rosario y que se resigne a dos horas de tráfico diarias para seguir trabajando en Málaga, a lo mejor incluso te vuelve a votar en las próximas elecciones; pero igual con un señor ingeniero ya no nos mostramos tan simpáticos y nos lo pensamos dos veces. Por más que insistan los apóstoles del liberalismo, no es lo mismo el clasismo que la conciencia de clase.
De todas formas, no deja de tener su gracia que sea el sector tecnológico el que encienda las alarmas. También esta semana, una empresa del mismo PTA presentaba el prototipo de un robot humanoide programado para hacer funciones de camarero. Si nos contaran el chiste del empresario que se dedicó a la importación de aceite de oliva italiano en la provincia de Jaén, no tendría tanta gracia. Ahí tienen al sector tecnológico dando soluciones para que Málaga tire a la basura el principal motor de su economía y su primer factor de contratación. Pero, una vez que el robot replique las funciones de un ingeniero del PTA, entonces sí, será el llanto y el rechinar de dientes. Aunque, bueno, si va a ser el sector tecnológico el que se cargue al sector hostelero, guárdenme un sitio en primera fila que voy a por palomitas. Ya nos pedirán a los ciudadanos del montón que acudamos a su rescate. A todos nos preocupa que los ingenieros del PTA no puedan alquilarse un piso. Pero igual tiene que ver, digo yo, el empeño en convertir a Málaga en un paraíso fiscal para nómadas digitales, o la inclinación de las firmas tecnológicas a crear sus propias divisiones inmobiliarias en cuanto sus ingresos les permiten jugar a la especulación. Que a lo mejor no se trata de barrer solo para adentro, también para afuera de vez en cuando. Pero resultó que todas esas familias sin recursos que acabaron en la calle, todos los que han tenido que irse, todos los que terminaron con una mano delante y otra detrás mientras los que especulaban se lo pasaban en grande representaban una tragedia nuestra, de todos. Creíamos que bastaba con mirar a otro lado y dárnoslas con que el problema no iba con nosotros. Y ahora las élites tienen el susto en el cuerpo, pero, ah, haber escogido muerte. Podríamos parafrasear así al matemático de Parque Jurásico: “Dios creó a Málaga. Málaga creó el turismo. Dios creó la tecnología. El turismo acabó con Málaga. Y la tecnología acabó con el turismo”. Dios, como siempre, gana.
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