Málaga: al otro lado del túnel
Calle Larios
Uno tiende a creer que las decisiones municipales se asumen siempre para el provecho de los ciudadanos, pero, quién sabe, a lo mejor hay otros criterios desconocidos que podrían explicar lo inexplicable
Antes de la Gran Málaga
Málaga/Desde que reabrieron en su totalidad al tráfico peatonal y rodado el túnel de la Alcazaba lo he cruzado tres veces. La primera, a pie, me gustó el ancho de la acera, considerablemente superior al de siempre, lo que hace más cómodo el tránsito sobre todo a la hora de cruzarte con otros peatones en sentido contrario (y si esos otros peatones llevan la camiseta puesta, entonces ya podemos imaginar que vamos por los Campos Elíseos). Tenía curiosidad por comprobar cómo la mampara instalada a todo lo largo del tramo amortigua el ruido del tráfico y aquí, ay, el chasco sí fue considerable: el ruido, de manera un tanto inexplicable, sigue siendo prácticamente el mismo, acaso levemente inferior, con lo que uno solo puede preguntarse qué fue de aquellos informes que prometían porcentajes nada pequeños de limpieza acústica. Es posible que a los responsables de esta parte del proyecto de intervención se les escapara alguna pieza, quién sabe. El caso es que, como siempre, a la mitad del túnel uno tiene la impresión de avanzar por un agujero oscuro, estrepitoso y altamente tóxico, con lo que solo queda salir de allí cuanto antes y buscar una alternativa más razonable, aunque sea menos directa, para la próxima vez. La segunda vez entré en el túnel con mi coche, en dirección al Paseo Reding, y me comí enterito el atasco desde el Jardín de los Monos. La verdad, cuando supe que la intervención contemplaba un carril en un sentido y otros dos en el sentido contrario, de primeras di por hecho que la disposición sería justo al revés, es decir, con un carril en dirección a la calle Victoria y dos carriles mantenidos en dirección a Reding, donde los atascos no eran ni mucho menos extraños ya antes de la rehabilitación. Imagino que lo entendí así por lo que dictaba la lógica, dados los volúmenes dispares de tráfico en cada sentido, pero no soy urbanista ni nada parecido y tiendo a confiar en los que saben, así que entendí que debía haber razones de peso para la distribución de las vías finalmente fijada. La tercera vez, atravesé el túnel en taxi, ahora en dirección a la calle Victoria. Había pasado el día en Madrid y volví en el último AVE, era tarde y no me apetecía esperar al Circular de la EMT ni emprender la caminata hasta el barrio, así que me di el capricho. Cuando pasamos por el túnel, nuestros dos carriles estaban despejados y el que venía en sentido contrario estaba ocupado por el mismo y larguísimo atasco en la madrugada de un martes. Y, entonces, el taxista, un joven que no debía andar mucho más allá de los treinta, con voz aguda y ademanes malaguitas, emitió su dictamen al respecto.
Me gusta hablar con los taxistas porque pocos profesionales pueden darte una lectura tan fiel de todo lo relativo a la ciudad. No solo en lo que tiene que ver con la movilidad, también con la afluencia de los apartamentos turísticos y las nuevas infraestructuras hoteleras, la seguridad, las más diversas cuestiones deportivas, los rankings de los mejores restaurantes y, lo que es más importante, multitud de percepciones y puntos de vista, propios y ajenos, sobre los asuntos más candentes de la actualidad. Para el taxista que me llevó a casa aquella noche, la disposición de los carriles en el renovado túnel de la Alcazaba solo podía obedecer a un propósito, digamos, pedagógico: animar a la gente a evitarlo, es decir, disuadir a todo el mundo de la posibilidad de atravesarlo a bordo de un coche. “Si no, no se entiende”, me dijo. Y razón no le faltaba: después de mi primera experiencia en el nuevo atasco, mi instinto buscador de alternativas está mucho más afinado. Más aún, dado el previsible impulso inmediato a la peatonalización de la calle Victoria, es más que probable que tal ilustración disuasoria sea del todo real: para cuando cierren la vía al tráfico, ya estaremos más que acostumbrados a buscarnos la vida de otra manera y por otra parte. Así que, para este taxista, las decisiones municipales no siempre se asumen en virtud del beneficio ciudadano, también pueden adoptarse para ponérselo más difícil con tal de que aprenda la lección a su debido tiempo. Y cualquiera le decía que no. Acto seguido, el conductor tuvo también para repartir en cuanto a los nuevos accesos peatonales. Y me contó algo revelador: “Algunos compañeros advirtieron ya al Ayuntamiento de que aislar los pasillos con esas mamparas podría traer problemas. En el túnel pasan cosas, no todo el tiempo, ni mucho menos, pero pasan. Y en el taxi vemos de todo: atracadores que roban a los turistas, tipos que acosan a mujeres, peleas y también a gente que sufre una indisposición y puede necesitar ayuda médica. Cuando eso pasaba antes, podías parar el coche, saltar el aislamiento que había y llegar al problema enseguida. Pero ahora, si alguien, yo que sé, sufre un infarto a la mitad del túnel, los sanitarios que lleguen en una ambulancia solo podrán acceder desde un extremo o el otro, y eso es mucha distancia. Si yo veo que pasa cualquier cosa y puedo echar una mano, cuando haya llegado ya será seguramente demasiado tarde”. Este apunte me pareció muy interesante: supongo que casi todo el mundo que conduce se ha parado alguna vez para atender a quien sea que pasara un apuro, en la ciudad o en carretera. Y no poder hacerlo, o tener que desplazarte tan lejos, debe ser ciertamente angustioso.
También incluyó el proyecto municipal para el túnel un carril-bici que, simplemente, no instalaron. A lo mejor se les olvidó. Es comprensible, con este tren de vida no podemos estar en todo. O a lo mejor el mismo responsable consideró que no era buena idea después de haberle dado el visto bueno. Es inevitable preguntarse, en cualquier caso, si los 2,8 millones en los que se presupuestó la remodelación se han invertido con todas las garantías. Lo que sí sabemos es que el túnel sigue siendo tan feo y ruidoso como siempre, solo que ahora, además, es más incómodo y también, seguramente, más inseguro. Pero apostaría uno a que hay un túnel en Madrid o en Londres que se le parece, con lo que ya estaría todo dicho. Y si a los turistas, que también son usuarios y de quienes comemos aquí todos, les gusta, pues póngame a los pies de su señora. Qué barbaridad.
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