Málaga: otro ladrillo en el muro
Calle Larios
Quienes creían estar ya a vuelta de todo tendrán que seguir pellizcándose para admitir que el Gobierno municipal ha sido capaz de cometer un error de tal calibre, pero tampoco nos pilla de nuevas
Málaga: luces y lucecitas
Málaga/Anunciada ya la decisión, nunca consensuada con los vecinos, de cerrar a la ciudadanía casi la mitad de la superficie del Parque del Oeste durante cinco meses para el Festival de las Linternas, en una flagrante comisión de abuso a la hora de destinar un espacio público a una actividad privada, faltaba comprobar cómo se llevaría a cabo la parcelación de la zona acotada para el evento. La respuesta llegó con un horrible muro de planchas negras que destroza el encanto del parque desde cualquier perspectiva y convierte el tránsito por la zona respetada en una experiencia a evitar, desasosegante y lastimosa. El Ayuntamiento justificó la cesión del área a las empresas Ximénez Entertainment y Lantern Group para su explotación comercial bajo la premisa de que el resto del parque seguiría a disposición de los vecinos, pero cualquiera que haya pasado por allí en los últimos días habrá comprobado que lo más fácil es que se te quiten las ganas. De lo primero que te acuerdas, sin remedio, es del muro israelí de Cisjordania. Semejante apropiación le ha quitado el alma a lo que era un parque y lo ha convertido en lo más parecido a una frontera en zona de conflicto. Lo que antes era un paseo plácido y abierto se ha convertido ahora en un pasillo claustrofóbico y asfixiante. “Si pasas por el puente, terminas encajonado entre las planchas de acero, ya no ves el parque, ni el mar. Dan ganas de llorar de la injusticia”, me contaba una vecina con toda la razón de su parte. Así es la cosa: si pagas tu entrada, dentro del recinto todo se promete muy bonito; si te limitas a pasar por allí y hacer uso del espacio público que legítimamente te pertenece, te encuentras con que te han quitado la mitad y que la otra se ha convertido en un pasaje del terror. Escribo estas líneas cuando el festival no se ha inaugurado aún, con la esperanza de que no llegue a hacerlo nunca, pero tanto la concejal Teresa Porras como el alcalde, Francisco de la Torre, dan por buena la jugada a cuenta del retorno económico y del espacio que queda disponible, y uno se pregunta cómo el Gobierno municipal ha sido capaz de cometer un error de tal calibre. Ahí sigue el impulso de pellizcarse por si acaso fuese todo una broma, pero no, han ido en serio y así siguen. Se suponía que después de mirar para otro lado durante tantos años ante el problema de los apartamentos turísticos, de negarse a declarar las zonas tensionadas que permitirían limitar los precios del alquiler, de encogerse de hombros ante el ruido y la inhabitabilidad de cada vez más entornos urbanos, del rascacielos del Puerto, del cierre en banda a la tasa turística para luego pedirlo al Gobierno, de los atentados medioambientales y la carencia de zonas verdes, del derribo de La Mundial, de las plazas puente del Guadalmedina y de tantos otros despropósitos uno estaría ya curado de espanto, pero entonces llega este muro y solo cabe preguntarse cómo ha sido posible, cómo se ha podido llevar adelante este despropósito, dónde estaba la oposición municipal, por qué no se ha secundado a los vecinos desde el primer minuto contra un atentado semejante. Y no hay respuesta. Como siempre. Como nunca.
Que, después de decidir el cierre de un parque público y su transformación en escenario distópico para un campo de refugiados, Málaga insista en postularse para la Capital Europea de la Juventud, únicamente puede interpretarse como una declaración institucional del más puro cinismo. No sé qué pensarán sobre esto quienes argumentan que es normal que en Málaga no se pueda vivir porque cada vez nos parecemos más a Londres o a no sé dónde, pero sí sé que un atropello semejante no se habría permitido en prácticamente ninguna gran ciudad europea. Pero es ahí, justo, cuando caes en la cuenta de que Málaga está cada vez más lejos de parecer una gran ciudad europea, lo que por otra parte le correspondería por su población y su rendimiento económico. Durante décadas se nos ha vendido que la explotación especulativa de cada recurso, de cada palmo de suelo, de cada bien patrimonial, de cada esfuerzo ciudadano era un signo de progreso cuando iba quedando progresivamente claro que la deriva nos empujaba justo al lado contrario, a la tercera división de las capitales del continente. El discurso triunfalista supo armarse de razones, pero mira, salimos en las portadas internacionales, tenemos más museos que nadie aunque sean prestados, somos el epicentro del turismo mundial. Los incondicionales del dato mata al relato pretendían convencernos de que las estadísticas de empleo y bienestar eran impecables cuando Málaga se sigue mostrando soberanamente incapaz de generar riqueza por muchos ingresos que perciba, cuando cada vez más malagueños tienen que irse y para quienes se quedan todo se dirime entre el lujo exclusivo y, en correspondencia, una exclusión social que corre a toda velocidad a su generalización. Málaga solo interesa a Europa porque también Europa necesita bares chuscos, de última categoría, donde quienes no pueden permitirse otra cosa se emborrachen a gusto y puedan contar luego que han viajado. Que Málaga decida partir un parque en dos con un muro demuestra no solo que la ciudad se conforma con seguir siendo la kelly de España y Europa: también que lo mejor que podemos hacer es perder la esperanza respecto a cualquier cambio. Se acabó.
Roger Waters escribió aquello de “no eres más que otro ladrillo en el muro”. Hemos tenido muchos muros en los últimos años, muros que nos han indicado dónde podemos residir y dónde no, dónde podemos pasear y dónde no, dónde podemos sentarnos un rato sin tener que consumir nada y dónde no, dónde pueden jugar nuestros hijos y dónde no. Muros que se han llevado por delante el comercio local, el acceso a la vivienda, la sostenibilidad, el medio ambiente y los espacios públicos. Málaga fue capaz de tirar el muro del Puerto, pero solo para convertirlo en otro centro comercial franquiciado junto a un aparcamiento para megayates. Ahora, tenemos un muro que nos cierra el paso en un parque. Los malagueños tenemos cada vez menos opciones y más muros, pero eso es justo lo que se puede esperar de una ciudad de tercera. Quién sabe si estamos a tiempo no ya de optar a una alternativa, sino de merecerla.
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