Málaga: la ley del espacio
Calle Larios
Aquí cabemos todos, aunque algunos más que otros: si figuras en el sector productivo correcto, si tu aportación encaja mejor en la Málaga chic del escaparate, habrá menos represalias si invades lo que no es tuyo
Málaga: morder la mano
Málaga/Hace unos días, justo antes de la gota fría, volvimos a la Alameda a comprar flores. Tengo a mi florista de confianza allí, en los puestos de la acera sur, que, ante la inminente reválida del Día de Todos los Santos, lucían rebosantes justo en el tramo anual más importante para este negocio. La encontré preocupada ante la predicción meteorológica, “si llueve”, me dijo, “las flores se estropean y no sé si voy a poder poner todo esto a buen recaudo”. Desde entonces, ya lo sabemos, ha llovido de lo lindo, así que espero que esta buena mujer pudiera proteger su material antes de darlo por perdido. Lo cierto es que tenía allí un cargamento ingente de todo tipo de flores y, de hecho, me contó que guardaba una buena cantidad cerca, en la misma Alameda, para ir reponiendo conforme las vendiera, “aunque allí no me caben todas, así que, como le dé por llover fuerte, no sé qué voy a hacer”. Precisamente, cuando me hizo este comentario le pregunté dónde guardaban las flores cuando recogían al final de cada jornada o cuando, como era el caso, recibían para su venta tantas que no les cabían en los puestos (que, como sabe el lector, son bien pequeñitos, de modo que las flores en exposición se distribuyen en sus aledaños). Y su respuesta me resultó ilustrativa: “Depende. A algunas les hacen el favor los porteros de los edificios de aquí y les dejan guardarlas en trasteros, sótanos y sitios así. Otras compañeras decidieron unirse hace ya algún tiempo para alquilar locales cercanos, el problema es que los precios han subido tanto que ya no se lo pueden permitir ni siquiera compartiéndolos”. Cada florista, por supuesto, paga al Ayuntamiento la correspondiente tasa que le permite hacer uso del puesto para vender sus flores, pero no se les provee de un almacén donde guardarlas, lo que, por otra parte, no resultaría particularmente difícil ni costoso. Pero lo que más me llamó la atención fue la siguiente apostilla: “Ahora están viniendo cada día del Ayuntamiento a recordarnos que no podemos ocupar el espacio con las flores, que solo podemos ponerlas en el entorno mismo de cada puesto. Y amenazan con sancionarnos. Pero, con todo lo que me ha llegado, y si no me facilitan un lugar donde guardarlas, ¿dónde las pongo?”
Por supuesto, y como ha podido comprobar cualquiera que haya pasado por la Alameda estos días, las flores distribuidas entre los puestos no interrumpían el paso ni a peatones ni vehículos. Cada florista se ha preocupado de disponerlas de la manera más ordenada posible, pero, en todo caso, hablamos de una semana crucial para el sector, en la que quienes se dedican a la venta de flores obtienen el mayor porcentaje de los ingresos que quedan reflejados en los balances de cada año. Es decir, incluso en el caso de que se hubiera limitado la movilidad a los transeúntes, estoy seguro de que todo el mundo se habría ajustado sin problemas, igual que nos ajustamos cuando hace falta para las procesiones extraordinarias, las carreras urbanas, el festival de cine, la pasarela de moda de la calle Larios y cualquier cosa que el Ayuntamiento se invente para hacer uso del espacio público. Encima, bueno, hablamos de flores. Y las flores, hasta donde yo sé, embellecen las ciudades. Es una lástima que la mayor parte de quienes compran flores lo hagan solo para honrar a los muertos: los vivos también nos las merecemos. Pero sospecho, igualmente, que las flores no puntúan mucho en el escaparate chic de la Málaga tecnológica y cultural, la que sale en las portadas internacionales y organiza cenas de lujo para que los notables puedan darse palmaditas en la espalda. Son solo flores, ¿a quién le van a interesar? De modo que ahí tenemos a nuestro Consistorio apretando las tuercas, no te salgas mucho del tiesto o te sanciono. El chiste se hace solo: hemos visto las tropelías más asombrosas a manos del sector hostelero en la ocupación del espacio público, pasando por encima tanto del tránsito ciudadano como de entornos patrimoniales y naturales todos los días y todas las horas del año, y habría que preguntarse si el celo municipal se ha manifestado en la misma proporción. Sí, también hemos visto que el Ayuntamiento se ha dado prisa, cuando lo ha considerado oportuno, en dar cuenta de las multas impuestas a ciertas terrazas cuando se han pasado de la raya, en lo que parece más una lotería expiatoria que una medida racional; pero también hemos visto cómo se ha dado por buena la vulneración de la normativa municipal con tal de encajar dos mesas más en tantas calles y plazas dentro y fuera del Centro. Sin problema. Vivimos de esto, no de las flores. O, lo que es lo mismo: si te preguntabas si había en Málaga ciudadanos de primera y de segunda, ya tienes la respuesta.
Sin embargo, ojo: si hubiera que señalar al principal invasor de espacios públicos, habría que reparar en el propio Ayuntamiento, que no duda en poner durante tres meses casi la mitad del Parque del Oeste a disposición de un festival de luces (la especulación que se esconde detrás de este tipo de eventos, por otra parte crecientes en la agenda malagueña de eventos, invita ya a taparse un poco la nariz) para el que se cobrará la entrada a 14 euros. Exacto: hablamos de la clausura de un entorno transitado diariamente por cientos de vecinos, mayores, niños y demás gente sin importancia, sometido a la explotación turística para el beneficio de terceros con la consiguiente recaudación en las arcas municipales, pero si de verdad queréis el Eje Litoral que tanto reclamáis, malagueños, de alguna forma habrá que pagarlo. No sé ustedes, pero un servidor tiene cada vez más clara la percepción de que en Málaga están, por una parte, los que se ganan la vida como buenamente pueden, con su trabajo, con las dificultades, con una administración cada vez más ingrata que parece jugar todo el rato en el equipo contrario; y, por otra, los que encuentran la manera de subirse al carro de la Málaga redonda y promocionada, la moderna, cultísima y sensible, la de las muchas lucecitas y pocas luces, ajena por completo al día a día de los otros pero, eso sí, con derecho a tribuna el Viernes Santo y guayabera en la Feria. La cuestión es que para los primeros, los que no caben en la marca, los que a lo mejor ni les interesa, ya ni siquiera hay puertas a las que llamar. Pero son ellos, cuidado, los que invaden el espacio público de manera ilegítima. No habrá paz para los malvados.
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