Málaga: luces y lucecitas
Calle Larios
Resulta ya sintomático que la mejor solución para promocionar los espacios “menos conocidos” de la ciudad consista en su mercantilización directa, pero ya se sabe que el negocio siempre llama al negocio
Málaga: aquí no pasa nada
Nunca he vivido cerca del Parque del Oeste, pero tampoco he dejado de frecuentarlo. Sigue siendo un lugar suficientemente y a la vez extraño: cada vez que vuelvo tengo la impresión de llegar a otra ciudad y, al mismo tiempo, si tuviera que nombrar los espacios que considero más reconocibles de Málaga, figuraría sin duda entre los primeros puestos. Recuerdo que en mis primeras visitas, en mi adolescencia, el entorno no me parecía precisamente un parque, seguramente porque los referentes que uno podía barajar en aquella época, empezando por el mismo Paseo del Parque, eran razonablemente distintos; pero a base de quedar allí con amigos que sí vivían cerca, algunos conciertos (recuerdo uno de Tabletom con el repertorio del Inoxidable entre los primeros) y otras excusas por las que trasladarse hasta aquí, por no hablar del lago, el zigurat, las esculturas de Stefan von Reiswitz y la fauna característica, la mirada empezó a reconocerlo como un parque, vale, sin lugar a dudas. La cuestión es que, hace unos días, la concejal Teresa Porras se refirió al Parque del Oeste como “el gran desconocido de la ciudad”. Confieso que su afirmación me intrigó: un pensaría que cualquier residente en la ciudad sabría ubicarlo sin problemas, que los malagueños que no lo conozcan se contarían con los dedos de una mano. Precisamente, uno piensa en el Parque del Oeste como un emblema muy popular, tomado no solo por la amplia población de los barrios cercanos sino también, insisto, por otros muchos que como yo pueden vivir lejos pero encuentran en sus atractivos una opción agradable para dar un paseo, especialmente si se tienen hijos pequeños o, al cabo, en cualquier otra circunstancia (y ahora, con el Metro, ya me dirán). Pero sí me gusta la idea de considerar que incluso los espacios aparentemente más populares de la ciudad son grandes desconocidos, porque, entre otros motivos, y como apuntaba Chesterton, los lugares que uno más frecuenta terminan haciéndose invisibles: basta dar una vuelta por los rincones a los que volvemos siempre, con más intención, con los ojos bien abiertos y las orejas bien limpias, mirando hacia arriba como hacen los turistas, para descubrir que en el paisaje que creíamos incorporado a la rutina quedan elementos asombrosos en los que no habíamos reparado. Y pocas experiencias resultas más gozosas en la ciudad en la que uno quiere hacerse viejo.
De modo que, bueno, si se trata de hacer del Parque del Oeste un entorno más conocido por todos (¿cuántos malagueños de pro conocen a fondo, precisamente, el mismo Paseo del Parque?), hay herramientas para lograrlo, cuya eficacia está demostrada de sobra: visitas guiadas, actividades al aire libre con pequeños y mayores, encuentros in situ con arquitectos, urbanistas, historiadores y otros profesionales y otras muchas. Sin embargo, nuestro Gobierno municipal considera que la mejor manera de dar a conocer el Parque del Oeste es taparlo, esto es, ceder durante cinco meses casi la mitad de su extensión a una explotación de ocio con un festival de luces cuyo acceso costará a cada visitante quince euros del ala. Se trata de que venga mucha gente al Parque del Oeste para no ver el Parque del Oeste. Tiene sentido. Uno pensaría que, más bien, quien decide llevar a cabo esta estrategia no tiene mucho aprecio por el Parque del Oeste: por lo general, se tiende a realzar, cambiar y transformar lo que se queda anodino, lo que pierde su encanto, así que, tal vez esa “joya como el Botánico”, de nuevo en palabras de Teresa Porras, es visto por los responsables de turno como un sequeral que ya no pinta nada en Málaga. Cualquiera sabe. Sucedería un poco como con la calle Larios: tanto les gustaba, tanto presumían de la calle más bonita de España, que decidieron llenarla de armatostes la mayor parte del año para que no haya manera de verla en condiciones salvo en días contados. De nuevo, tiene sentido. O no lo tiene en absoluto.
Al cabo, si se trata de que la realidad tenga sentido, no digamos las acciones del Gobierno municipal, la clave más fiable para despejar la incógnita se encuentra en la mercantilización de los espacios públicos, fuente de ingresos de infalibilidad papal. Hay en diversas ciudades de España (Madrid, Barcelona y Sevilla entre ellas) otros Festivales de Linternas anunciados para 2025 como el que pronto se va a inaugurar en el Parque del Oeste, pero el de Málaga, como ejemplo excepcional y para envidia de cualquier otra plaza, viene organizado por el Grupo Ximénez, líder en este sector de entretenimiento, en alianza con la compañía china Lantern Group, lo que suena a cosa importante, a publicidad a una página en el Vogue. El Grupo Ximénez es el mismo que adorna la calle Larios cada Navidad, de modo que las piezas no podrían encajar mejor: quienes se quejaban de que el Ayuntamiento destinaba muchas luces navideñas al Centro y abandonaba los barrios tendrán que callarse la boca y pagar los quince pavos que cuesta la broma. Si la Navidad de la Calle Larios ha puesto a Málaga en los escaparates de todo el mundo, ahora el Año Nuevo Chino del Parque del Oeste va a conducirnos a otra división, así que valdrá la pena. El negocio pide negocio y los clientes piden clientes. Es lo que hay. A poco que nos descuidemos, toda Málaga quedará inundada de lucecitas y linternas, porque es una experiencia única, porque China está interesada y no podemos perder semejante aliado estratégico, porque vivimos de esto y por lo que ustedes quieran. Resulta casi enternecedor asistir a las buenas intenciones con las que los garantes de nuestros espacios públicos vienen a explicarnos por qué nos los arrebatan, mira, si en el fondo esto es bueno para ti aunque te quitemos lo que legítimamente es tuyo, lo que pasa es que tú no lo entiendes bien y yo te lo voy a explicar. Seguramente, en otro mundo, en otro tiempo, un atropello semejante pasaría factura. Pero hace ya mucho que Málaga cambió las luces por las lucecitas y ahí sigue, tan feliz. Es que son tan bonitas.
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