Málaga: once contra once
Calle Larios
La perspectiva futbolística lo invade todo, ya lo sabemos, pero a lo mejor la ciudad merece un debate sosegado y racional en lugar de este permanente anhelo de jugar la Champions donde no corresponde
Málaga: dos por uno
Málaga/Si se trata de comenzar con un dato objetivo, pongamos este sobre la mesa: la cantidad de gente que veo a diario pasear arriba y abajo por el barrio con una camiseta del Málaga se ha multiplicado de manera exponencial en los últimos dos años. No es difícil, a poco que prestes un poco de atención, comprobar que la pasión por el equipo de la ciudad ha crecido muy por encima de lo que la categoría en la que juega el mismo merece, lo que tal vez daría para un jugoso análisis. Me contaba un amigo, acérrimo desde pequeñito y abonado perpetuo, que, ante la ausencia de una identidad común en la ciudad (no hace mucho leí en las redes sociales un argumento similar), sin muchos escenarios en los que compartir con otros el amor por el lugar en que se vive, el Málaga se ha convertido en un emblema apto para dar cobijo a esa orfandad. Esto puede resultar paradójico si hablamos de un equipo de Segunda abandonado durante demasiado tiempo a las malas decisiones, pero precisamente este campo más amplio para crecer, con más éxitos a la vista por los que competir, alimenta cada semana la ilusión de tantos. El asunto de la orfandad es bien interesante, desde luego; como lo es el hecho de que el fútbol se haya convertido en la nueva praxis del civismo para una ciudad cuyos mecanismos de participación en la vida pública son injustamente reducidos y excluyentes. Lo curioso es que en Málaga la asociación entre la ciudad y su equipo se ha dado siempre en una tensión muy elevada, como si lo uno fuese con lo otro de manera inexorable, lo que ha podido saldarse con efectos traumáticos dada la vertiginosa capacidad del equipo para ascender a lo más alto o caer a lo más bajo en muy poco tiempo. En el fondo, ser del Málaga ha entrañado siempre la manera más radical y concienzuda de ser malagueño, lo que nos ha dejado a los que no nos gusta el fútbol fuera de juego demasiado a menudo. Así que, a lo mejor, la novedad no es tanta. Sí que cabe destacar el modo en que el debate público, especialmente en torno al desarrollo de la ciudad, ha tendido a revestirse de tonos muy competitivos, a veces casi agresivos, cuando peor le ha ido al equipo: era entonces, en los descensos más sombríos a todo lo que se abre bajo la Segunda División, cuando con más empeño se insistía en la necesidad de que Málaga figurara en los escaparates internacionales, y allá que se lanzaron candidaturas a la Expo, a la Capitalidad Europea de la Juventud y otros foros, amén de las polémicas decisiones urbanísticas con tal de ganar en altura las hechuras de gran metrópolis que corresponden a Málaga por derecho. Había que ganar en otras batallas lo que no se ganaba en el campo, como si la ciudad fuese el filial más destacado del equipo. Ahora que Málaga ha terminado de convertirse en un sitio inhóspito para los malagueños, sin éxitos internacionales y sin que los rascacielos se hayan hecho precisamente populares, el corazón vuelve a teñirse de blanquiazul.
Viene todo este rollo a cuento por unas declaraciones del economista Gonzalo Bernardos, quien hace unos días afirmaba respecto al desarrollo económico de la capital y su provincia: “Hace veinte años Málaga estaba en Segunda División y ahora está en la Champions y con opciones de ganarla”. Uno se pregunta qué es exactamente lo que tiene que ganar Málaga, quién es el árbitro, quién indica qué goles hay que meter y en qué puerta. Hace también dos décadas se nos puso por delante un horizonte económico a modo de capote y allá que embestimos convencidos de que habría beneficios para todos, pero tanto tiempo después hemos comprendido que solo unos pocos han salido ganando, que la desigualdad ha crecido en paralelo hasta alcanzar niveles inéditos y que este panorama estaba bien previsto desde el principio. La gente, al final, puede poner sus emociones donde le dé la gana, en el fútbol, en los rodajes de series, en la cría de canarios silvestres o en el arte abstracto, pero lo malo empieza cuando quienes tienen la autoridad suficiente para emitir los diagnósticos insisten en referirse a la ciudad como a un equipo de fútbol. Con tal de poner a Málaga en lo más alto del escaparate hemos asistido durante demasiado tiempo a los discursos de presuntos responsables que insistían, de manera un tanto vergonzosa, en que esto va de ganarle partidos al rival. Y estaría bien que de una santa vez se abandonara esta práctica. Málaga es una ciudad y su reto fundamental, como tal, consiste en procurar el bienestar a todos los que viven en ella. Ya está. Quienes prefieran jugar un partido de fútbol, tienen descampados a gusto para desquitarse.
Las verdades en el fútbol son simples: o ganas, o pierdes. En el resultado de un partido puede haber condicionantes azarosos, pero la única evidencia que queda al final es un resultado concreto, una posición en una clasificación y una aplastante lógica matemática respecto a los objetivos a los que se puede aspirar y a los que no. A las ciudades, por el contrario, les pasa como a las personas: son mucho más complejas. No siempre la línea recta entraña el camino más corto, hay que estar dispuestos a renunciar a determinadas cosas para ganar otras y a menudo el matiz tiene consecuencias más determinantes que el trazo grueso. Cada vez que celebremos un éxito vendrá otra evidencia a recordarnos que aquí los tantos solo pueden ser parciales, nunca absolutos (y es tarea del periodismo, por cierto, asumir tan ingrata responsabilidad). Pero es que el verdadero desarrollo solo puede darse así, mediante conquistas para las que hace falta mucha valentía y mucha más paciencia, y que rara vez resultarán tan deslumbrantes como habíamos esperado. A uno, mientras tanto, le gustaría encontrar una Málaga menos pendiente de quienes dicen que hay que ganar puntos en esta liga o en aquella y más concentrada en la reinvención de sí misma, a su manera, con sus propios ingredientes y su más particular sabiduría. Esto no va de once contra once. Esto va de que no se quede ninguno fuera.
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