Málaga y la saturación parcial

Calle Larios

Lo más interesante de todo esto es saber en qué consistirán esas rutas con las que el Ayuntamiento pretende sacar turistas del centro para llevarlos a otros barrios de la ciudad

Málaga: margaritas a los cerdos

Ni contigo ni sin ti: el turismo en Málaga es una (mala) historia de amor.
Ni contigo ni sin ti: el turismo en Málaga es una (mala) historia de amor. / Javier Albiñana

Málaga/Hay pocas experiencias más edificantes que la de dar un paseo por el centro de Málaga a primera hora de la mañana, apenas traspasado el conticinio, cuando la madrugada reina aún en el paisaje. Ese breve intervalo, entre los estertores de la última juega y la entrada en juego de los repartidores de suministro para la hostelería, cuando apenas los efectivos de Limasa acaban de empezar a hacer su trabajo, trae recuerdos del confinamiento y de una ciudad desierta. Parece entonces que las calles respiran, que un oxígeno inédito se filtra en el entorno. Es una ilusión breve. El trasiego empieza casi enseguida y con él los primeros visitantes, ávidos ya de tiendas y museos, de gastronomía y emociones inolvidables, emprenden sus itinerarios, hayan llegado en crucero o se hayan alojado en los apartamentos turísticos de turno. Y así seguirá todo hasta el siguiente paréntesis de esquinas silentes y empedrados encharcados, cada vez más reducido, ínfimo ya. Hace unos días, Manuela y yo fuimos a cenar a un conocido restaurante de la calle Álamos y comprobamos con facilidad que la clientela restante estaba compuesta exclusivamente por turistas en su totalidad. Nada que objetar: tuvimos la suerte de que en la mesa contigua a la nuestra se sentó una pareja simpática con la que pudimos mantener una conversación amable. Uno entiende perfectamente las reservas de los hosteleros al empeño del Ayuntamiento en sacar turistas del centro (otra cosa es la naturalidad con la que se ha asumido que no pocos restaurantes del enclave pongan más dificultades a la hora de hacer una reserva, por ejemplo, si tu nombre no es alemán ni británico; no es el caso del restaurante al que me refiero, aunque sí, tristemente, de algunos otros), pero, de cualquier manera, si se trata de considerar la convivencia entre turistas y vecinos en el centro, es muy difícil resistirse a la evidencia de que todo ha quedado dispuesto para los primeros mientras se sigue señalando amablemente la puerta de salida para los segundos. A partir de aquí, podemos entender que hay un problema o considerar que no hay problema alguno, en absoluto. Todavía algunos portavoces, como nuestro consejero de Turismo, Arturo Bernal, desvinculan de manera tajante el problema del acceso a la vivienda en Málaga del turismo, como si la multiplicación de viviendas turísticas no tuviese nada que ver con un desastre cuya existencia, ahora, al menos, sí admite. Por las mismas, si hay un problema, igual podemos hacer algo. O, por el contrario, como Hamlet, no hacer nada y esperar a que el fantasma cambie de opinión.

No sé qué se le puede perder a un guiri en la Alameda de Capuchinos, salvo que vaya rendir honores a la Pastora

Resultó llamativa la desacreditación por parte del alcalde, Francisco de la Torre, a sus propios técnicos que habían subrayado unos “niveles de saturación turística en el Centro sin precedentes” en la redacción de una memoria justificativa para un plan de redistribución del turismo en la capital. Para el alcalde, la saturación no es permanente, sino “puntual”. Fin del problema. Bernal, de hecho, niega la saturación en sí. Supongo que los vecinos del centro tendrán una opinión bien formada. Cualquiera que pase por allí de vez en cuando, también. La cuestión es que el Ayuntamiento sí está por la labor de hacer algo, de ahí el plan de redistribución que consistirá, parece, en la definición de rutas alternativas para llevar a los turistas más allá de la Plaza de la Merced o la Avenida de Andalucía. Lo interesante sería conocer en qué consistirán tales rutas, es decir, qué se va a ofrecer a los turistas para que prefieran, yo qué sé, el Paseo de los Tilos al Museo Picasso. Si el criterio principal es el lujo y el alto standing, tal y como ha quedado claro en Fitur, a ver cómo encaja el Mercado de El Palo en todo eso, o El Torcal, o El Viso. La insistencia en señalar el arte mural de Lagunillas como atractivo turístico suena demasiado a cachondeo, por favor, déjenlo ya. Lo que no sé es qué se le puede perder a un guiri en la Alameda de Capuchinos, salvo que vaya rendir honores a la Pastora o que le apetezca una arepa. Entiendo que la única solución sería repetir el modelo aplicado al centro, es decir, extirpar hasta el último signo de convivencia vecinal y cambiar todas las cafeterías por pubs irlandeses de pega. O plantar otro festival de linternas en San Julián, a ver si ahí acude más gente. Leo que el Consistorio contempla contratar influencers para que a los turistas les parezca buena idea no ir a hacerse fotos al Teatro Romano, y entonces todo tiene sentido. Siempre se puede ir un poco más lejos a la hora de convertir tu ciudad en su propia parodia. Pero los antimalagueños siempre son los otros.

Málaga ha sido incapaz de gestionar su propio éxito: nadie parece saber qué hacer aquí

Cualquiera sabe. Que a estas alturas sigamos debatiendo sobre si el centro está saturado de turistas o no lo está es ridículo. Lo tremendo es que sigamos dándole vueltas a un modelo agotado y exprimido hasta la última hez, como si atizáramos al cadáver un poco más para ver si resucita o está muerto del todo. Málaga ha sido incapaz de gestionar su propio éxito: puso todos los huevos en la cesta del centro, condenó a los barrios a la suciedad y la insignificancia con tal de que el experimento rindiera al máximo, aplaudió la saturación como un triunfo cuando la expulsión de los vecinos ya arrojaba señales alarmantes y ahora que todo se ha dado la vuelta diez veces nadie parece saber qué hacer aquí. No ha habido en los últimos años una sola buena noticia para los que viven en Málaga, especialmente para los que no están vinculados al sector turístico ni al tecnológico. Cada recurso, cada posibilidad se ha invertido en un sistema que lo ha devorado todo y ha devuelto muy poco a cambio. Que Málaga responda con la expansión del modelo a entornos en los que el turismo tiene nada o muy poco que hacer ya no revela tanto una confianza ciega en una gallina que ni ponía tantos huevos ni eran de oro, sino un profundo desconocimiento respecto a los pasos siguientes. Hemos perdido el manual de instrucciones, maldita sea. Bien, no importa. Mientras haya influencers y lucecitas en los que invertir lo público, Málaga tampoco valdrá tanto la pena.     

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