Málaga: dos por uno
Calle Larios
Tiene todo el sentido: si ya compartimos vivienda, ¿por qué no compartir coche, mesa en el restaurante o cita en el centro de salud? La vida sería más fácil y habría más oportunidades para todos
Málaga: casa tomada
Málaga/Hace unos días volvía a casa a pie por Fuente Olletas, a toda pastilla (no quieran saber los negocios en que se mete uno), pero un vil semáforo me plantó en las narices el muñequito rojo del demonio y allí me detuve, como un tentetieso, a la espera de la luz verde. A mi lado se cruzaron dos vecinas, una mayor, de andar lento y fatigoso, melena cana y rebequita a pesar del terral del recién estrenado otoño; la otra debía andar por los treinta, pelirroja, de gesto risueño y ojos grandes. Las dos se saludaron con visible afecto y la de más edad preguntó a la joven por sus cosas: “Niña, ¿cómo te va, que hace ya que no te veía?” “Bien”, respondió la joven, “ya pude independizarme por fin, pero encontré un buen sitio cerca de mi madre, no quería irme muy lejos”. La primera vecina no se quedó conforme, por supuesto: “Qué bien, ¿y estás viviendo con alguien?” “Sí, comparto el piso con otras dos chicas, de momento estoy contenta, espero que vaya todo bien”. Ya a esas alturas cambió el semáforo, la conversación continuó un poco más pero seguí mi camino mientras le daba vueltas a lo que acababa de escuchar. Reparé en que la mayoría de la gente conocida que se ha independizado recientemente, o que incluso ha cambiado de domicilio, lo ha hecho de manera compartida. Me refiero a ejemplares de la misma quinta, claro, en la treintena, pero incluso conozco a algunos que se han establecido con su pareja y con algún cohabitante añadido para poder afrontar los gastos. Es un mundo curioso este. Respecto a prójimos de mayor edad, algunos que accedieron a quedarse en una habitación hace ya cuatro o cinco años siguen hoy prácticamente en las mismas. No es una buena época para las soluciones provisionales, salvo que aceptemos su conversión en definitivas. Quien aquí firma pudo hipotecarse hace veinte años con su mujer y adquirir una vivienda, con la sensación ahora de pertenecer a una especie en extinción, último de Filipinas, coche escoba. Pero es de imaginar ya no solo que la capacidad humana de interpretar la adversidad como costumbre es infinita, sino que, oiga, a lo mejor tampoco está tan mal. Compartir alquiler facilita la conversación y la planificación estratégica con otros hijos de Dios, aunque turnarse para el baño pueda resultar problemático a partir de cierto número (una vez conocí a una profesora que llegó a compartir piso en la Avenida de Barcelona con otros siete especímenes: mejor no imaginar el estado de los desagües). Cuidado, los conocidos a los que me refiero tienen su trabajo y perciben su salario, no crean. A menudo, cuando se debate sobre el problema de la vivienda en Málaga, se pierde la perspectiva de que el problema no es la carencia, sino su inaccesibilidad. De poco servirá que construyan tanto más si hay que volver a hacinarse en literas más allá de Campanillas.
La cuestión es que poco después leí las declaraciones del director de la DGT, Pere Navarro, quien, ante la saturación del tráfico en los accesos a su ciudad, proponía que los malagueños compartieran más sus coches. Lamentaba Navarro que en el 80% de los automóviles que transitan en las entradas y salidas de las grandes ciudades de España solo viaja una persona, y citó a Málaga entre las urbes que ya han alcanzado un nivel de saturación perentorio. Lo de la saturación, bueno, ya lo sabíamos, no ahora, sino desde hace un buen rato. Es interesante que Navarro proponga tal solución cuando lo más que podemos esperar del Gobierno respecto al tren litoral es que encargue otro estudio, cuando viajar en ferrocarril a Sevilla se convierte en deporte de riesgo y cuando, en fin, desplazarse por la provincia en cualquier medio distinto del coche propio exige más paciencia que la de Dante en el Purgatorio. También es significativo que el alcalde de Málaga, Francisco de la Torre, restara gravedad al hecho de que la población que trabaja en Málaga se vea obligada a trasladarse a municipios como Casabermeja o Villanueva del Rosario: si necesita usted una hora y media para sobreponerse al atasco y llegar a la oficina, siempre podrá consolarse pensando que el desarrollo consistía precisamente en esto. Hay que volver de vez en cuando a Cervantes y su retablo de las maravillas: alguien nos quiso convencer de que eso que teníamos delante era una capital comparable a Londres, Gran Málaga la llamaron, con sus rascacielos, sus grandes ejes y un área metropolitana que habría que unificar sin remedio y a toda prisa bajo una misma realidad urbana; y, si no admitíamos que aquel ratón llamado Málaga se había convertido en un león, nos acusarían de cristianos nuevos y nos darían morcilla. Pero no, ay, Málaga es la que es, por mucho que a la hora de gestionar sus recursos imaginemos que es una innovadora city tecnológica llena de nómadas digitales. Siempre hay malagueños pelmas dispuestos a chafarlo todo.
Pero, bien mirado, si ya hay al menos dos generaciones obligadas a compartir su vivienda, ¿por qué no podríamos compartir coche? ¿Quién nos lo impide? Todo consistiría en incorporar el modelo BlaBlaCar como premisa para cualquier desplazamiento. Ahí sí que conoceríamos gente. Menudas fiestas montaríamos. Por las mismas, seguro que los malagueños seríamos mejor recibidos en los establecimientos hosteleros del Centro si accediéramos a compartir nuestras mesas: ¿a qué se debe esa extraña manía de cenar en pareja, pudiendo juntarnos seis facilitando así la gestión del espacio y del personal? Seguro que entonces nos dejarían reservar después de las 20:00 y antes de las 23:00. Por último, es más que probable que la solución tanto a la atención primaria en los centros de salud como a las listas de espera en los hospitales pase por la opción a compartir cita. ¿Qué problema tendría usted, lector, en permitir que su médico le atendiera al mismo tiempo que atiende a otro paciente en los tres minutos estipulados para cada uno? Y si en el quirófano tiene usted al lado a otro intervenido en las manos del mismo cirujano, ¿qué más le da? Los sanitarios son capaces, unos máquinas, han estudiado, se han formado para ello. La vida sería más fácil y habría más oportunidades para todos. Es fácil imaginar que hay alguien ahí fuera partiéndose de risa a nuestra costa, pero, tal y como están las cosas, lo mejor será darle motivos. Dos por uno.
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