Una mañana con Pablo
Luces y sombras
CONOCÍ personalmente a Pablo Ráez el pasado 29 de diciembre por la mañana. El periódico quería reconocerlo ese día como Malagueño de hoy 2016. Llegó con bastante anticipación al comienzo del acto. A primera hora tenía que someterse a una prueba médica en el hospital porque el segundo trasplante de médula al que se había sometido unas semanas atrás no funcionaba como se esperaba.
La palidez de su rostro y su extrema delgadez impactaban. A los pocos minutos de conversación su fuerza mental te cautivaba, con sus apenas veinte años. Ni siquiera era consciente del impacto de su historia. Todos querían hacerse fotos con él, todos querían transmitirle el cariño porque su lucha contra esa fatal enfermedad nos conmovía. A nadie le negó una foto ni la conversación. Sólo me confesó en voz baja que sentía algo de preocupación porque estaba muy bajo de defensas y, desde luego, no era lo más recomendable aquel atosigamiento.
El silencio en la sala cuando recogió el premio y la sencillez de sus palabras al explicar los desafíos a los que se enfrentaba y el objetivo que perseguía nos dejaron a lo presentes con un nudo en la garganta. Se quedó hasta el final. Prácticamente fue de los últimos en marcharse, con su novia y cuando lo iba a acompañar a la salida, decidió subir otra vez a la terraza del hotel Málaga Palacio, donde un rato antes le habíamos tomado una foto con el resto de los premiados para brindar por este año qué él ya no podrá completar. Quería contemplar las vistas de Málaga, en una jornada con luz pero fría. Le fui a dar la mano pero se despidió de mí con un abrazo que tuve la sensación que era infinito. Es mi última imagen de él en un día que sé que fue feliz.
Pero creo que ha sido feliz cada instante de los últimos meses y nos ha dejado una lección de vida insuperable. Su padre me contó entonces que su idea de escribir un diario sobre su lucha contra la leucemia e iniciar después una campaña para animar a la donación de médula surgió porque su compañero de habitación en el hospital donde estaba ingresado era aficionado a ver un canal de televisión que a él le desagradaba.
Así pudimos conocer a Pablo Ráez, que decidió cruzar otra frontera más para permitir que su nombre y el gesto de su brazo sean recordado por las próximas generaciones como símbolo de que nunca hay que rendirse. "No donas por Pablo Ráez donas por la vida, por un mundo más solitario. Donas por las miles de personas que la necesitan", dice Pablo en un tuit fijado en su cuenta. Pese a que sólo compartí una mañana contigo, no te olvidaré, ni tu abrazo, me hicistes mejor.
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