Manuel Alcántara, vida y palabra
20 AÑOS DE 'MÁLAGA HOY' | IN MEMORIAM
El maestro de poetas y periodistas, emblema de literatura española del último siglo, dejó tras de sí un magisterio vigente y reivindicado en la actualidad en tantos jóvenes autores
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LA vida, propiamente dicha, empezó en la calle Agua, el 10 de enero de 1928. Allí, en lo que una vez fue arrabal y necrópolis, como para que de antemano todo estuviera bien atado, en aquella Málaga de gatos por liebres en la que se vendía tabaco de colillas, la pobreza albergaba rango de ciudadanía. La literatura dio sus primeros pasos en el 51, en el Café Varela de Madrid, donde aquel malagueño escribía sus versos casi de manera furtiva mientras cultivaba la conversación con Antonio Mingote y subía de vez en cuando a la tarima para hacer de aedo ante aquel Madrid decadente y ensimismado. A partir de entonces, la vida y la literatura se confundieron para hacerse prácticamente lo mismo, realidades idénticas. Primero, en la poesía: su libro Manera de silencio obtuvo el Premio Antonio Machado en 1955 y en 1963 recibió el Premio Nacional por Ciudad de entonces. Después, en el periodismo, al que siguió unido en la servidumbre de su columna diaria para dejar bien claro que escritura y vida son la misma forma de ser en el mundo. Así lo hizo hasta su muerte, en abril, el mes más cruel, de 2019
Alcántara no dejó nunca de escribir poesía; y mucho menos de serlo, entregado sin reservas a la costumbre del ave solitaria que encuentra su hogar en el silencio y por ello celebra cada día la excepcional conquista de la amistad. Pero, como admite el mismo autor, “escribir poesía es muy de juventud, de descubrimiento del mundo. Lo milagroso es seguir escribiéndola con ochenta años. Mientras tanto, el periodismo se lo traga todo. Si tienes una pequeña idea, se va en el artículo”, afirmó a este periódico con motivo de su reconocimiento como Malagueño de Hoy en 2017. Cabe imaginar la cantidad de ideas, grandes y pequeñas, que se fueron en los más de 22.000 artículos publicados por Manuel Alcántara. Allí, en la espesura enfermiza de una redacción, en su oficio de corresponsal, ya fuera en una crónica pugilística o en cualquiera de sus columnas, nuestro hombre siguió dando a la literatura lo que es suyo en aquella extraña rutina que, ciertamente, lo fagocitaba todo en un pulso ininterrumpido: “Como decía Julio Camba, la sección diaria es lo más atractivo. Pero hasta que no tienes el título del artículo, no te quedas tranquilo. Y además llega un momento en que ya has escrito de todo. Camba, que era muy cínico, decía: ‘Yo me levanto preocupado con el artículo, si voy en el tren y veo una vaca pienso que ya tengo el artículo, si estoy de viaje y algo llama mi atención pienso que ahí está el artículo. Y qué pasa: que si un amigo íntimo se muere, me pongo muy contento porque ya tengo el artículo de mañana”.
Precisamente, Alcántara recibió en la redacción de Arriba la mejor tradición del periodismo literario español, la que se había fraguado en los periódicos de la Generación del 98 como mecanismos idóneos para la expresión del pensamiento en una España demasiado consciente de su cariz trágico, la que habían esculpido a fuego lento Chaves Nogales y el mismo Camba, para convertirla en otra cosa y, al mismo tiempo, mantenerla intacta en sus alcances. Así de íntegra ha llegado esta misma tradición al siglo XXI gracias al puente preclaro que ha significado Manuel Alcántara. Si la prensa, aun sometida a la convulsión digital, ha resucitado en gran medida el interés del artículo periodístico como ejercicio inequívocamente literario en España, semejante hallazgo (tal vez, paradoja) se debe, en gran medida, a que Alcántara traía la mecha prendida desde mucho antes. Hoy sabemos bien en qué consiste ser periodista y en qué consiste no serlo. Alcántara ha representado, siempre, al mejor modelo posible.
Y así se hizo Manuel Alcántara un escritor indispensable para sus lectores, categoría que muy pocos autores han podido compartir en el último siglo. La misma España que no lograba zafarse de sus pesadillas acudía cada mañana al periódico para leer a Alcántara y burlar así un tanto a aquel buitre nefasto, preñado de leyendas negras, que se empeñaba en devorar sus tripas. Alcántara fue ya un periodista admirado, aprendido e imitado en Arriba, y siguió siéndolo después de los años 80 en la prensa malagueña y nacional. Todavía después de su muerte, las ideas fluyen, la escritura permanece. La puñetera vaca de Julio Camba se sigue apareciendo al otro lado de la ventanilla del tren todos los santos días.
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