Soy maquillador de cadáveres

EL ARTE DE EMBELLECER A LOS DIFUNTOS

Un tanatopractor revela paso a paso el procedimiento que se sigue para preparar a los difuntos antes de pasar al velatorio · Desde pintarles las uñas hasta colocarles su vestido de novia

Soy maquillador de cadáveres
Soy maquillador de cadáveres
Celina Clavijo/ Málaga

28 de octubre 2012 - 09:01

Rafael Ruiz maquilla a los difuntos, los viste, los amortaja, los perfuma, los peina, los afeita y, si lo pide la familia, incluso les hace la manicura. Su oficio, poco conocido, es la tanatopraxia, que lleva practicando desde hace 10 años para proporcionar a los cadáveres el aspecto más parecido al que tenían en vida. No es una tarea fácil. Con cierta carga de estrés emocional, trabaja a contrarreloj y a veces de madrugada. Dispone de poco tiempo para la preparación del cuerpo. Por sus manos han pasado unos 1.700 difuntos.

Del griego "tanato" (muerte) y "praxia" (práctica), esta técnica procura la limpieza exhaustiva de los muertos, al tiempo que trata de lograr el retraso de su descomposición. En caso de fallecimiento natural, el primer paso es colocarle el sudario al finado, además de comprobar la tonalidad de su piel para aplicarle un maquillaje adecuado. Solo de esta forma se disimula el tono amarillo que adquiere un cuerpo sin vida, que con técnicas especializadas puede llegar a conservarse incluso años. Después, se taponan con algodones los orificios para evitar la expulsión de líquidos. Un proceso que se propone conseguir que la persona fallecida descanse en una posición "tranquila".

Si la muerte ha sido violenta, existe la posibilidad de llevar a cabo reconstrucciones con ceras de látex o silicona, actuación en la que también interviene un médico tanatólogo. Son muy costosas, por lo que se realizan en ocasiones excepcionales. La restauración de un rostro desfigurado por un accidente puede superar los 700 euros.

Como funerario, Rafael trata de "no molestar a las familias", pero su labor se basa en interesarse por "sus gustos y preferencias", que suelen responder a los deseos del fallecido. Y en este campo se abre un amplio abanico de posibilidades, tantas como alcance la imaginación de los dolientes. "Me he encontrado con mujeres a las que he tenido que vestir de faralaes, con su traje de lunares, coloretes, peineta e incluso pestañas postizas. Hay quien pide que se le pinten las uñas", detalla. A otras, sin embargo, ha tenido que colocarles un vestido de novia, elegido por la propia familia para la ocasión.

No son las únicas peculiaridades que el responsable de pompas fúnebres recuerda. Otro de los casos llamativos fue el de una ucraniana, en cuyo ataúd debió incorporar un completo set de costura. "Era un rito religioso", asegura. También es frecuente rodear a los fallecidos de su comida favorita y, en ocasiones, hasta de aquello que posiblemente contribuyó a su muerte: botellas de vino y cartones de tabaco.

Después de que el corazón deje de latir, es frecuente que el cuerpo desprenda gases al comenzar a descomponerse. Por ello, no es de extrañar que Rafael se haya llevado más de un susto a lo largo de su trayectoria profesional. "Al mover un cuerpo que no tiene vida siempre hace ruido. Recuerdo que una vez, justo cuando el fuego comenzaba a actuar en una cremación, vi cómo se levantaba una mano. Son movimientos normales", cuenta con absoluta naturalidad.

Muchos cementerios impresionan por la cantidad de panteones y lujosas construcciones de cantera y mármol que albergan las tumbas de celebridades. Pero en los últimos años se ha impuesto una nueva moda: transformar en diamantes las cenizas procedentes de la cremación. Previo pago de unos 3.000 euros, los familiares tienen la posibilidad de convertir, por ejemplo, 50 gramos de estos restos fúnebres en un diamante de siete u ocho quilates.

La muerte de una persona lleva consigo un protocolo de actuaciones que a veces se sale de lo común. Más allá de hábitos clásicos, como colocar sobre el féretro coronas de flores durante la misa funeraria, la familia de un músico malagueño fallecido hace un año optó por otro tipo de acompañamiento. "Me tocó hacer el servicio -rememora Rafael- Él no quería flores, sino marihuana. La familia trajo una macetita. Después fue incinerado".

Pese a que ha transcurrido una década desde que se enfrentó a la preparación de su primer difunto, aún no ha olvidado aquella escena. "Viví el primer día con muchos nervios. Me pidieron que ayudara al tanatólogo con el formol. La incisión que hacen al cuerpo para buscarle la arteria impresiona mucho. Tuve que salirme un rato", relata.

Rafael, de mirada profunda y poco aprensivo, está acostumbrado a lidiar con la muerte, pero, ¿qué piensa cuando tiene que acicalar a alguien de cuerpo presente? En su respuesta deja entrever la entereza, el aplomo y la profesionalidad que le caracterizan: "Ya no pienso nada. La persona ha dejado de existir y no siente ni padece. Lo único que tengo que hacer es tratarla con delicadeza". Seguro de sí mismo, es de los que consideran que para dedicarse a la tanatopraxia no hay que estar hecho de una pasta especial. "Todo el mundo sirve si se lo propone. Cuesta acostumbrarse. Muchos no llegan a conseguirlo nunca, pero es muy reconfortante", reconoce. Lo más duro, en su opinión, vivir el duelo por la muerte de un niño o de una persona joven.

El oficio de tanatopractor está rodeado de no pocos mitos en cuanto a los ingresos que genera. "Mileurista", aclara con firmeza Eva, su mujer. "La gente cree que ganan mucho y no es así, pese a que se trata de una profesión delicada. A algunos no les pagan las horas extras, ni tampoco los traslados o la nocturnidad", añade. Rafael, por su parte, dice sentirse "muy considerado" en La Universal, la funeraria para la que trabaja desde 2007.

Su recompensa más gratificante es la satisfacción de saber que ha contribuido a aliviar el dolor de los parientes que han perdido a un ser querido. La humanidad con la que, según defiende, debe tratarles supone en su día a día una virtud de obligado cumplimiento. "Tengo una amiga que perdió a su hermana. Al encontrármela, me dijo que cuando vio a Rafael supo que estaba en buenas manos", agrega Eva.

Pero como cualquier otro empleado que trabaja de cara al público, también tiene que enfrentarse a las quejas de sus clientes. "Si quedan contentos, siempre recuerdan al funerario, de igual forma que si el servicio no responde a sus expectativas. Son personas que están atravesando un momento muy delicado. Pueden no encajar bien cualquier gesto o conducta. Desde el color de las flores hasta el retraso del párroco. La funeraria es la cabeza visible y la culpa recae sobre ella", expresa Rafael.

Su entusiasmo es tal que la respuesta que da al plantearse la posibilidad de cambiar de profesión resulta de lo más contundente: "Nunca. Me gusta porque, aunque se viven continuamente situaciones muy dolorosas, encontramos a las personas tal y como son, sin tapujos. Me reconforta sentirme útil y ayudarles en un momento en que realmente no saben cómo actuar".

La tarea de '"vestir a la muerte" le sacó del paro. Es carnicero. Estaba desempleado y aceptó el trabajo de funerario que le ofrecieron. Su ilusión por mejorar el currículo le lleva a seguir aprendiendo cada día, a impregnarse hasta la última gota de la profesión que le apasiona.

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