El marroquí que cruzó el Mediterráneo en una moto de agua para pedir asilo en Málaga
Deberá esperar, en total, 15 meses para la entrevista en la que formalizará la petición
Quedará fuera de la protección de CEAR antes de que pueda trabajar legalmente
Espejos humanos de los conflictos
Málaga/Por seguridad usa un nombre falso para dar su testimonio. Además, Mohamed posa de espalda y con la capucha levantada. Teme represalias a su familia, que sigue en Marruecos. Este joven –que estuvo preso en su país por las ideas políticas y ha iniciado el trámite para solicitar el asilo en Málaga– huyó el verano pasado. Lo hizo con un amigo, en una moto de agua. Así cruzó el Mediterráneo. Cuando se le pregunta si no tuvo miedo, en mitad del mar, con un vehículo tan endeble contesta sin dudar: “Por eso no tuve miedo. Miedo tenía de quedarme en Marruecos”.
Su travesía no fue fácil. Antes, había intentado cruzar en patera dos veces. En cada ocasión pagó unos 2.000 euros, pero finalmente la Policía marroquí los sorprendió cuando estaban por zarpar. Perdió el dinero y la posibilidad de llegar a Europa. Así que con un amigo usaron los ahorros que les quedaban y asumieron deudas. Cada uno puso unos 3.000 euros y compraron una moto de agua. En agosto pasado, se aventuraron en el Mediterráneo. A pocos kilómetros de la costa de Nerja, se quedaron sin gasolina. Llamaron al 112 que los rescató. Él manifestó su intención de pedir asilo y tras un día en Comisaría, entró en el programa de la Comisión Española de Ayuda al Refugiado (CEAR) como solicitante de asilo.
Era finales de agosto de 2022. Consiguió la primera cita en la Comisaría provincial para iniciar el trámite de asilo para mediados de octubre pasado. Acudió. Tal como marca el proceso, entonces le dieron la segunda cita en la que tendrá la entrevista para argumentar las razones por las que pide asilo. La tiene para mediados de noviembre de este año. Es decir que desde que entró en el programa de protección de CEAR y gestionó la primera cita –agosto de 2022– hasta que formalice su solicitud de asilo –noviembre de 2023– habrán pasado 15 meses. El problema es que desde que formaliza esa petición tienen que pasar otros seis meses hasta que legalmente pueda trabajar: mayo de 2024. Pero el programa de CEAR que lo acoge dura 18 meses; de modo que la protección se le acaba en febrero del año próximo. Y es este programa el que le garantiza alojamiento, comida y apoyo para la búsqueda de empleo. Es decir, se quedará sin cobertura tres meses en los que tampoco podrá trabajar... Tanto él como técnicos de CEAR estiman que las demoras son excesivas; pero la tardanza es generalizada en toda España.
Mohamed explica que la primera vez que estuvo a punto de ir a la cárcel en Marruecos por participar en protestas esquivó la prisión con un soborno. Pero la segunda vez que se manifestó, acabó varios meses preso. “En mi país es muy difícil vivir. Tienes que cerrar la boca. No hay libertad para hablar y pedir tus derechos”, asegura. Huir fue una salida, pero de momento, sin salida porque está atrapado por las demoras.
Cuando se le pregunta qué hace mientras espera, contesta: “Comer, dormir y pensar”. Confiesa que algunas noches las pasa en vela porque no tiene una visión clara de su futuro. Al principio, cuando llegó a Málaga daba algunos paseos por la ciudad y era más optimista, pero ahora menos. “Estoy triste, preocupado, aburrido... Pienso mucho; tengo mucho tiempo libre para pensar. No estoy tranquilo. No puedo trabajar, no puedo estudiar...”, resume.
Las clases de español que recibe de CEAR sólo le llenan dos horas de sus largos días. Reivindicar le causó problemas en Marruecos, pero no duda en hacer de portavoz de otros solicitantes de asilo: “Hay mucha gente como yo que tiene la cita muy lejos, debería ser un proceso más rápido”.
Aunque ya chapurrea español, la entrevista se hace con la ayuda de dos técnicos de CEAR que conocen su caso y ayudan con la traducción. Estos profesionales explican que desde la ONG no pueden hacer nada para agilizar las citas. Y que incluso conseguir la primera –con la que se inicia el trámite– es una auténtica odisea.
Mohamed es licenciado. Aunque por la barrera idiomática, difícilmente podrá trabajar en su profesión. Pero aclara que también tiene un oficio y que, cuando pueda, intentará conseguir un empleo. Llegó con mucho optimismo, pero ahora muestra una serenidad resignada: “A Marruecos no quiero ni puedo volver. Y aquí no puedo hacer nada, solo esperar”...
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