Mayores que envejecen en soledad: "Es duro que tu hijo no te llame"

En Málaga son más de 74.000 las personas con más de 60 años que viven solas

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Varios mayores, en un banco. / Javier Albiñana
Rosa Gallego · Lucía Serrano

22 de septiembre 2024 - 06:45

La soledad, ese sentimiento que a veces roza y otras veces arrastra, se convierte en una constante implacable en la vida de muchas personas mayores. A medida que los años avanzan y las capacidades físicas o sociales disminuyen, la soledad se infiltra en sus vidas como un compañero inesperado y, a menudo, no deseado: "Una cosa es la soledad impuesta y otra la voluntaria", destacan. Este fenómeno, tan común como invisibilizado, afecta no solo la salud emocional, sino también la integridad física de quienes lo padecen.

"La soledad no es estar solo, es sentirse solo", dicen los psicólogos. Esta diferencia puede parecer sutil, pero es inmensa. Una persona puede vivir sola y no sentir soledad, mientras que otra, rodeada de familiares o en un entorno de cuidado, puede sentirse abandonada. En las personas mayores, la soledad no es necesariamente la falta de compañía física, sino la percepción de una desconexión emocional, un vacío que se va agrandando con el tiempo.

“Siento que tengo las lágrimas detrás de la oreja”

Manuela leyendo un libro en su casa / Lucía Serrano

Manuela, de 78 años, vive en el barrio de Cruz de Humilladero y cumple “21 años viviendo sola”. Perdió a su esposo hace ya varias décadas, y desde entonces, sus hijos la visitan ocasionalmente, entre sus agendas apretadas y las exigencias de la vida moderna. A pesar de sus llamadas y mensajes, el día de Manuela transcurre en un silencio profundo, roto solo por el sonido de la televisión y el canto de Pipo, su agapornis, su única compañía constante. "Ellos hacen lo que pueden", dice Manuela, que describe la soledad como “traicionera”. Es amante de las manualidades y la lectura. "Yo siempre he sido una persona muy activa, poco antes de la pandemia entré en depresión y no quería salir, cuando pasó y nos tuvimos que quedar en casa por la fuerza he ido experimentando secuelas”, relata. 

La historia de Manuela no es única. En todo el mundo, millones de personas mayores se enfrentan a una soledad aplastante que hace que las paredes de casa se hagan cada vez más pequeñas. Cada vez son más las personas que viven solas en Málaga y a esto se suma que cada vez son más los mayores de 60 que viven sin compañía en la provincia, ya son más de 74.000. Este fenómeno no es exclusivo de las áreas rurales o urbanas, ni está limitado a una clase económica. La soledad no discrimina; afecta tanto a quienes viven en condiciones de pobreza como a aquellos que poseen estabilidad económica. 

“Para mí quedarme en casa es morirme en vida, necesito salir”

Teresa junto a un grafiti en el barrio del Soho / Lucía Serrano

Teresa ha sido una mujer muy nómada: “Viví en Costa Rica, Barcelona, Valencia, Écija y ahora llevo más de 20 años en Málaga”, cuenta. Desde que quedó viuda vive sola en un pequeño apartamento del centro, en el Soho. Aunque su hogar no es grande, el frío sentimiento de la soledad hace que lo parezca y por ello busca el calor en los paseos que hace con los voluntarios de Fundación Harena, con quien lleva tres años: “Enrique y Fernando son buenísimos, podemos estar andando cuatro o cinco horas”. Con ellos pasa las mejores horas de la semana y asegura que “los jóvenes aprenden mucho de los mayores y al contrario”. 

“Todos necesitamos la vitamina del cariño”

María Victoria en el rincón favorito de su hogar / Lucía Serrano

María Victoria, de 84 años, vive cerca de la playa de La Malagueta con lo que ella llama “la soledad impuesta” como única compañía. De naturaleza coqueta, siempre le gusta ir arreglada, pero “que yo me pinte los labios y me ponga ropa colorida no significa que esté perfectamente, los problemas se llevan por dentro”. Se mudó a Alemania a vivir por amor y una vez se divorció volvió a su Málaga natal. Tiene tres hijos, aunque viven en el extranjero a la vez que mantiene poco contacto con su familia. Aun así, dice sentirse “muy agradecida” por el apoyo de los voluntarios de Harena. “Ignacio, mi acompañante, me lleva de paseo y a tomar algo”, comenta. Además, le ha ayudado con la tecnología: “Vio que pagaba demasiado por el teléfono y me cambió a una compañía mejor y más barata”.

María Victoria pide que las actividades de las asociaciones vecindarios para mayores sean más que “tocar las castañuelas”. “Hay muchos que no nos conformamos con eso, queremos actividades más sociales que nos aporten soluciones para nuestro día a día”, concluye.

“La soledad es una enfermedad silenciosa, dicen”

Antonio en el sofá de su casa / Lucía Serrano

Antonio tiene 83 años y su vida, en apariencia, es sencilla, pero está marcada por una soledad que pesa como una sombra constante. En su juventud, fue un hombre lleno de fuerza y amante de “la buena vida”. Trabajaba como fotograbador, y en su barrio es conocido por su habilidad para crear hermosas piezas de arte, que lucen en las paredes de su hogar. Ahora sus ojos ya no ven con la misma claridad que antes, lo que hace que haya desarrollado “miedo a salir solo”, por lo que su mejor momento de la semana es la visita del voluntario de Fundación Harena que lo acompaña a hacer las compras y pasar momentos de ocio: “Él ya se ha convertido en más que un amigo, es maravilloso”. 

“Me encantaría tener un perro, soy amante totalmente”, explica Antonio, con una sonrisa mientras se imagina un cachorro correteando por los pasillos de su casa. “Me haría tanta compañía”, añade. Sus días, sin embargo, transcurren entre la monotonía. “Mi rutina es bastante repetitiva”, confiesa. Aunque se despierta temprano, sus noches suelen alargarse hasta la madrugada. Entre paseos por la casa, su principal entretenimiento es la televisión. “Si no fuera por ella, no sabría qué hacer”, concluye.

La soledad en las personas mayores es un reto multifacético. Requiere acciones políticas y compromiso social. Escucharlos, estar presentes y valorar su experiencia de vida son actos simples pero poderosos para combatir este mal.

Acciones para combatir la soledad en Málaga

Fundación Harena es una empresa privada, independiente y sin ánimo de lucro creada en 2007 a partir de la iniciativa personal de un grupo de amigos que, compartiendo una misma inquietud, querían aportar su "granito de arena" para construir una sociedad más justa y comprometida. Es por ello, que uno de sus tantos proyectos está el acompañamiento presencial como telefónico, las salidas culturales grupales y actividades de sensibilización: “Yo me apunto a todo, vamos al teatro y museos y hasta participé en un programa de radio”, apunta Manuela sobre esta fundación. 

Cuando los mayores se inscriben en Harena, un coordinador se encarga de realizar una primera visita a su hogar, dejando una memoria que explica el trabajo de la fundación. “Lo hacemos para brindarles confianza. Acostumbrados a la soledad, la llegada de un voluntario puede generarles inseguridad”, explica la gerente de la Fundación Harena, Angie Moreno.

Los voluntarios reciben formación presencial cada trimestre y mensualmente en línea. Al iniciar, los colaboradores también firman un compromiso mínimo de un año, en beneficio de las personas que reciben su apoyo. "No es adecuado acompañar a alguien durante dos semanas y luego no regresar", comenta.

“Organizamos actividades para que se conozcan entre ellos”, comenta. Además, menciona que ofrecen clases de baile y, de junio a septiembre, sesiones de aquagym, entre otras iniciativas orientadas a promover un envejecimiento saludable y el bienestar físico y mental.

La Universidad de Málaga tiene, desde 1992, una iniciativa que promueve el alojamiento compartido entre personas mayores y estudiantes. Se trata de un programa por el cual los mayores ofrecen alojamiento a estudiantes a cambio de compañía y apoyo en pequeñas tareas del día a día. Actualmente, cuatro parejas de este programa conviven, y recientemente se han sumado dos más, según explica Sergio, trabajador social. 

Carmen Segarra y Pamela en casa / Rosa Gallego

A los estudiantes se les pide el compromiso de estar, al menos, cinco días a la semana con la persona mayor. A cambio de esto se les proporciona alojamiento gratuito, cubriendo ellos sus gastos de comida. Por su parte, los mayores reciben una compensación de 180 euros para cubrir los gastos de suministros como luz y agua.

Carmen Segarra, de 87 años, y Pamela, una estudiante ecuatoriana de 28, gracias a este programa, han compartido hogar desde abril. Pasan tiempo juntas cocinando, charlando y viendo la televisión. "Lo primero que me enseñó fue a hacer un puchero, y me encantó", cuenta Pamela. Estar lejos de su familia ha sido más fácil gracias a Carmen, quien le proporciona un ambiente familiar. "Nos ayudamos y nos acompañamos mutuamente", concluye Pamela.

A través de estas acciones es posible desmoronar la soledad en la vida de tantos mayores que, con relatos como el de Manuela, Teresa, María Victoria, Antonio y Carmen, dan forma a la realidad de muchos malagueños.

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