"Muchos han tenido una mentalidad del Limonar con trabajo de currante"

Balcón de notables

El joven director de Cáritas en Málaga asegura que la crisis actual no es sólo económica, sino de conciencia y demanda a las administraciones que creen un modelo que garantice la protección social

Francisco José Sánchez en su despacho de la sede Cáritas en Málaga.
Raquel Garrido / Málaga

11 de diciembre 2011 - 01:00

A sus 32 años, Francisco José Sánchez desempeña una labor encomiable como director de Cáritas en Málaga en una mundo en el que la balanza de la riqueza siempre cae del mismo lado y en el que la crisis actual está hundiendo aún más a los que menos tienen. Su deseo para 2012 es que los poderes públicos sean capaces de establecer un sistema más justo que vele por el bien común y en el que no se deje atrás a los más excluidos.

-No hace ni un año que asumió el cargo e imagino que no han sido unos meses fáciles, ¿no?

-Han sido muy intensos porque en este año la situación de crisis se ha ido complicando. Han aumentado las familias que vienen a pedir y, sobre todo, las que vienen por primera vez. También han regresado familias que habían dejado de venir. Pero todo este panorama que se está viviendo en los últimos tres años para nosotros no es nuevo porque llevamos tiempo avisando de que el crecimiento económico que teníamos no era tan real. En la última década donde más se había crecido económicamente y donde más dinero había fluido, los niveles de pobreza estaban estancados, es decir, algo estaba fallando en el reparto de la riqueza porque era una bonanza que se estaba desarrollando sobre una gran precariedad. Al venir todo a menos de golpe lo que parecía un castillo de oro, era un castillo de arena y mucha gente que creía que estaba ya medianamente en la zona de integración, en realidad, estaba en una zona vulnerable.

-¿Qué ha cambiado en estos meses?

-De la noche a la mañana estas personas perdieron el empleo y la familia les están ayudando pero muchas de ellas también están exprimidas. Vemos que mucha gente viene ya cuando ni sus padres, ni sus hermanos ni sus vecinos les pueden ofrecer más. Y después gente que nunca había venido a pedir y en esos casos tratamos de tener mucho cuidado para que las personas se sientan acogidas porque suelen estar incómodas. Ahí la Iglesia hace un trabajo extraordinario al acoger con calidad, dignidad y calidez a estas personas. Nos encontramos en una crisis profunda que está afectando a todos los sectores y hoy en día nadie está a salvo de encontrarse en algún momento en esa situación. No podemos ser ingenuos porque la crisis no es sólo financiera, sino que es algo más profundo y se trata de una crisis de conciencia y de vida moral. El motivo es que la persona no está en el centro de la vida económica, sino que es un instrumento más que se mueve para el beneficio y eso es muy grave.

-¿Qué pide la gente ahora?

-Antes atendíamos a gente que pedía para suministro de luz, agua o alquiler, y ahora la gente pide para atender las necesidades más básicas como comida. Antes atendíamos a pobres y ahora atendemos a nuestros vecinos, y antes la gente venía diciendo que había perdido el empleo y ahora vienen diciendo que han perdido la esperanza y cuando se pierde la esperanza. ..

-Cuando alguien pierde la esperanza, ¿cómo se le puede ayudar?

-Como es una cuestión profundamente humana, ahí la ayuda es emocional y no material. La escucha para estas personas es fundamental pero por desgracia está casi olvidada en nuestra sociedad. No le podemos arreglar su problema pero sí hacerle ver que la dignidad de la persona por encima de sus circunstancias.

-En definitiva, el concepto de pobre ha cambiado radicalmente en estos años...

-Hay una frase que lo resume todo y es que la exclusión nos incluye a todos hoy en día porque podemos estar cualquiera, no sólo por la pérdida del trabajo sino porque cualquier otra dimensión que en la vida no se ha superado como un conflicto familiar puede terminar dejando a una persona sin nada. Ahora nadie se libra de la exclusión social, pero también ahora las personas que ya estaban en la exclusión social están mucho peor. En los años de bonanza económica no han avanzado prácticamente nada y ahora se incorpora más gente con muchos menos recursos para compartir. La Iglesia ofrece lo que tiene pero ni tiene recursos para todos ni soluciones para todo. Pero sí ofrece acogida y cercanía.

-¿La situación de desesperanza de estas personas está haciendo que aumente la petición de ayuda psicológica?

-Sí, porque muchas de estas personas no están acostumbradas al estrés que produce la necesidad y esa situación requiere de comprensión y de una acogida cálida. Es difícil aceptar que la vida te ha puesto en esa situación y que no te queda más remedio asumir que todo está en el aire. Quien está acostumbrado a esa marginalidad lo vive con mayor anchura, pero quien no lo vive como un auténtico drama.

-Pero en la situación de crisis actual, ¿no están también los que abusan de esta ayuda y terminan siendo demasiado dependientes?

-Indudablemente. En los casos en los que se depende tanto de las ayudas, la marginalidad es crónica. Hace falta que desde el modelo de acción social el protagonismo de las personas que estén en exclusión debe ser tenido en cuenta. Pero no confundamos la voluntad, el sacrifico, el querer levantarse y poner medios, con el que se acomoda viviendo con lo que le van dando. Eso en Cáritas no lo contemplamos nunca porque la promoción tiene que estar en la persona. Cuando ofrecemos ayuda también pretendemos despertar esa motivación para que se pueda aprovechar. La gran paradoja es que nuestra sociedad de consumo también está en el corazón de los pobres que también aspiran a dar el pelotazo para trabajar poco y ganar mucho. La protección social tiene que garantizar los derechos sociales, pero eso no significa alimentar a ciudadanos pasivos, que no producen nada, dependientes de la administración y poco libres.

-¿Se puede ir a peor?

-Sí, porque lo estamos viendo ya. Eso deja a Cáritas en una situación compleja pero también recibe muchos donativos porque hay mucha gente generosa. En tiempos de crisis el que es tacaño lo es mucho más, pero el que es generoso también lo es más y piensa que aunque esté mal hay otros que están peor.

-¿Y no le resulta paradójico que mientras la situación va a peor se prevea un recorte en ayudas sociales para el año que viene?

-Sí, aunque tenemos una colaboración muy estrecha con las administraciones porque entendemos que la labor de la Iglesia es complementaria y subsidiaria, ni somos sustitutivos ni se nos debe cargar todo. Complementamos lo que el derecho social tiene que garantizar y además damos donde la administración no llega. Pero si hay recortes nos opondremos porque tiene que haber una apuesta por los derechos sociales. Sin olvidar que el dinero es de todos y tiene que ser bien administrado con conciencia y velando por el bien común para que las personas salgan de la dependencia.

-Pero ¿se puede salir?

-Claro que se puede si verdaderamente hay un trabajo personal. Las personas no solamente superan sus situaciones por medio de recursos materiales. Salir de esa marginalidad requiere tiempo, escucha y, sobre todo, que el otro ponga de su parte. La administración no solamente puede estar para dar, sino también para cuestionar cómo yo me organizo lo que me da. Pero la sociedad tiene que ser capaz de crear condiciones en la que los excluidos vivan también.

-¿Qué cree que habría que hacer para salir de la crisis?

-Lo primero es que nuestro modo de organizarnos como sociedad no puede estar a merced de las cosas si no de las personas. En el centro debe estar el servicio a la ciudadanía velando por el bien común y no por el interés económico. Hace falta dar un giro en las políticas sociales y que no sólo vayan encaminadas a paliar las necesidades más inmediatas, sino una promoción integral de las personas. En cuanto al empleo, hace falta facilitar otro modo de acceso al mercado laboral a los colectivos más vulnerables porque a estas personas les cuesta un mundo conseguir una entrevista de trabajo. Además, promover el acceso a la vivienda que es un derecho constitucional y hay que garantizarlo en la medida en la que se puede porque hoy en día poder acceder a ella es un mundo para muchísima gente. Y el que la tiene se está viendo negro para poder pagar la hipoteca. Hay que crear las condiciones para la vivienda no sea un lujo y no se pueda especular, sino que debe entenderse como un medio donde uno pueda vivir con dignidad y con eso no se juega. En el caso de los inmigrantes algo también habría que hacer porque ellos vinieron a darnos lo mejor que tenían y ahora nosotros le damos lo mejor que tenemos y es una patada en el culo.

-¿No cree que la situación de bonanza ha sido un engaño y que la riqueza siempre ha estado en el mismo sitio?

-Sin ninguna duda. Nuestro modelo de desarrollo no has hecho creer que el Estado del Bienestar llegaba a todo el mundo, pero no a los que siempre estaban marginados. En diez años hemos crecido como nadie pero seguimos teniendo ocho millones de pobres en España y eso es porque ha habido una injusta distribución de la riqueza. Para hacerla justa el orden de prioridades sociales tiene que ser inverso y salvar también a los pobres. Hace falta un sistema de garantías sociales en condiciones porque ahora es algo reducido para atender a los más marginados de la sociedad

-¿Considera que las hipotecas se han convertido en una lacra para salir de esta situación?

-Sin duda, pero cuánta gente no puede tenerla y tiene que seguir viviendo con los padres, y cuánta gente que vivía en la construcción pensó que podía tenerla. Era una mentalidad del Limonar pero con trabajo de currante y ahora vienen a pedir ayuda. Y eso es porque nuestro sistema de valores se ha mantenido sobre una farsa y hacer aceptar ahora a estas personas cómo tienen que vivir no es fácil

-¿Confía en que seamos capaces de aprender de esto?

-Espero que aprendamos esta enseñanza y que no volvamos a cometer los mismos errores. Este modelo de desarrollo inhumano que llevamos de crecer y crecer a costa de lo que sea, no tiene sentido porque se está dejando gente atrás.

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