Un verano en Cornualles VI: Mont St. Michael
EL JARDÍN DE LOS MONOS
La historia del monasterio se vuelve enrevesada. Pasó de ser un lugar religioso a tener carácter militar, se construyó un castillo y fue fortificado
Un verano en Cornualles V: Penzance y St. Ives
Cornualles es inquietante. No solo contribuye a ello su accidentada y abrupta geografía, o su climatología, propiciada por esa fantasmagórica sustancia atlántica que cubre su territorio en forma de niebla densa y amenazante, sino que su propia cultura, sus leyendas, sus costumbres, sus vestigios megalíticos e industriales de una minería extinta, y, en fin, toda su esencia vital, gira en torno al misterio permanente. Aquella noche, como todas desde que llegamos, no paró de retumbar en nuestros oídos un fuerte sonido intermitente que bien parecía el bramido de un gigante minotauro. Era la alarma que emite el faro de Pendeen que se encuentra muy cerca de Carnyorth. Dada la espesura de la niebla que abrazaba diariamente a nuestra pequeña península de Penwith, dicho faro, aparte de la luz que emitía como referencia de la costa acantilada para los barcos, lanzaba dichas señales sonoras con el mismo fin. Esos bramidos, lanzados por el orgullosamente erecto y luminoso faro de Pendeen en las noches neblinosas, no solo alertan a los barcos que navegan cerca de los rocosos acantilados, sino que azuzan la imaginación de la gente metamorfoseándolo en el falo de un gigante en celo. Los cornualleses le llaman, al tal mugido del faro, “el cuerno de la niebla”. Y cuando las madres llaman a los niños a recogerse, lo hacen diciéndoles: “vamos a casa que suena el cuerno de la niebla”, lo que origina que, dada la similitud fonética en inglés entre el nombre de niebla (fog) y el nombre de rana (frog), los críos se asusten creyendo que el sonido lo emite una gran rana gigantesca con un cuerno.
El sonido del faro no hace más que acrecentar la fantasmagoría del escenario en el que se representa la vida de la peninsulita de Penwith. A ello contribuye también las carreteras, estrechas y encajadas como canales en el suelo, que están escoltadas por vallados de piedras, entre los que sobresalen rocas erectas que, naturalmente o por la mano del hombre, como son los menhires, se yerguen entre la neblina apareciéndose como espectros que salen de las entrañas de la tierra. Nunca olvidaremos aquella roca que aparecía de repente, en una curva de la carretera de Carnyorth a Penzance, con forma de una descomunal cabeza de perro. La bautizamos “el perro de Baskerville”, en honor de sir Arthur Conan Doyle.
Aquella mañana, camino de Mont St. Michael, pasamos por Penzance y fuimos a hacerle una visita de cortesía a Mr. Tarbet e interesarnos por los avances lectivos de nuestras cuatro young girls (jovencitas). El míster nos atendió con exquisita corrección, tal como era de esperar en un gentleman victoriano. Nuestras chicas, según nos dijo, progresaban adecuadamente y, además, como muestra de complacencia con su buena actitud, nos dijo, “toman el té con mi madre todas las tardes”. Y, hablando del problema que nos había ocasionado que Franc se hubiese quedado sin plaza en el colegio, nos dijo que no sería difícil encontrar quién le diese clases particulares, indicación que no echamos en saco roto y que ya hablaríamos con nuestra amiga Merche.
Mont St. Michael (St Michael’s Mount, en inglés, y Karrek Loes y’n Koes, en córnico, cuya traducción literal sería “roca gris en el bosque”), o El Monte, popularmente, está a unos 5 Km de distancia de Penzance y es una isla cuando sube la marea o una península cuando baja, o sea, que es lo que se llama una isla “mareal”. Pertenece al pueblo de Marazión que tiene unos 3.000 habitantes. Fue, en época prehistórica, un puerto base para el comercio del estaño, tal como fue descrito por el geógrafo, historiador y filósofo estoico griego Posidonio (135 al 51 a.C.). Después, construido el monasterio, fue la réplica en Cornualles del Mont Saint-Michel de Normandía, compartiendo con éste las mismas características físicas.
Puede que fuese el monte visitado en el siglo IV a.C. por el explorador griego Piteas, cuyos textos, perdidos en la actualidad, leídos por Diodoro Sículo (90 al 30 a.C.) le indujese a citarlo como el monte Ictis, o por Plinio el Viejo (20 al 79 d.C.), y lo llamara el monte Mictis en su Historia Natural (¡Vaya usted a saber!). Según una leyenda, allá por el siglo V, el Arcángel San Miguel se le apareció en El Monte a unos pescadores y, en el siglo VIII, ya hubo en él un monasterio. La leyenda bien puede ser la cristianización de algún mito céltico, considerando que el lugar siempre tuvo connotaciones sagradas. Pero lo que sabemos cierto es que, en el siglo XI, el rey de Inglaterra, San Eduardo el Confesor, le cedió el monasterio a la abadía normanda de Mont Saint-Michel que lo convirtió en un priorato. Llegó a ser un lugar de peregrinaje, alentado por la indulgencia concedida ese mismo siglo por el papa Gregorio VII.
Después, la historia del monasterio se vuelve enrevesada y dislocada. Pasó sucesivamente de ser un lugar religioso a tener carácter militar, se construyó un castillo y fue fortificado en varias ocasiones. Tomó posesión de él Juan sin Tierra en sus litigios usurpadores con su hermano Ricardo Corazón de León. En el siglo XV, lo tomó el Conde de Oxford, en su lucha contra el rey Eduardo IV. En el XVI, Isabel I se lo regala al Conde de Salisbury, el hijo lo vendió después en el s. XVII y fue bastión contra los parlamentarios en la Guerra Civil inglesa. Pasó a manos privadas, sufrió los efectos de un tsunami por el terremoto de Lisboa. Volvió a ser fortificado en la Segunda Guerra Mundial y, en la actualidad pertenece a la National Trust en régimen de alquiler a su propietario privado.
La visita la hicimos en horas en que la marea permite ir caminando hasta el puerto y de ahí subir hasta el monasterio. Compramos las entradas y comenzamos la visita por el castillo que es la parte más imponente y subyugante de la isla. La primera fortificación es de mediados del siglo XVII y en su interior podemos encontrar cantidad de interesantes objetos de época, tales como armaduras o un gran reloj que marca el ritmo de las mareas, el sofá donde se sentaba la reina Victoria en sus visitas o el abrigo que Napoleón usó en la batalla de Waterloo. También es muy interesante de visitar la iglesia de San Miguel que data de 1135 aunque se acabó de construir en el siglo XIV. En ella se puede contemplar un interesante bronce de San Miguel Arcángel derrotando al Diablo.
Según la leyenda, en la época en que Cornualles estaba habitado por los gigantes, la isla de Mont St. Michael, en un principio, fue un bosque donde el Gigante Cormorán decidió construir su vivienda. Para ello comenzó a trasladar grandes bloques de piedra blanca (o gris), labor a la que incorporó a su esposa llamada Cormelian. Estas piedras de granito fueron cuidadosamente seleccionadas por el gigante y traídas de las colinas vecinas; y así, durante largo tiempo, fueron construyendo un monte que cualquier espectador puede observar que tiende a ser cúbico. Cormorán, machista en grado sumo, le largó la carga más pesada a Cormelian que solía cargar las rocas sobre su delantal. Ésta se percató de que había una colina más cercana de rocas verdes y no vio razón por la que éstas no fuesen tan buenas como las blancas, así que un día en el que Cormorán, estaba durmiendo, ella troceó una gran masa de granito verde y fue cargando bloques sobre su delantal, apresurándose a trasladarlos antes de que su marido despertase. Pero ocurrió que, en uno de los acarreos, estando Cormelián descargando en El Monte, Cormorán se despertó y vio como su esposa estaba, contraviniendo sus deseos, colocando bloques de granito verde. Le inundó la ira y de una patada mató a su mujer. La gran roca verde que acarreaba en su delantal, cayó en la arena y allí se quedó por siglos, llegando a ser considerada por los hombres como una roca sagrada. Cuando el cristianismo iluminó aquellas tierras, en esa roca verde se construyó una pequeña ermita que hoy en día se conoce como The Chapel Rock. Y así fue como nació el monte St. Michael, para ser la “casa blanca del bosque” del gigante Cormoran.
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