"Tras la obra del Metro, esto se inunda cuando llueve"
El entorno de la gasolinera Alaska se anegó dos veces durante la mañana · Los vecinos achacan el problema al suburbano y a la falta de limpieza del alcantarillado
Parecía un río. Sobre las 12:30 de ayer casi un kilómetro de la Carretera de Cádiz estaba anegado. El asfalto no se veía. Por la Avenida de la Paloma bajaba una riada de agua y lodo que inundó garajes, locales y viviendas. En la confluencia de ambas arterias había medio metro de agua. Los contenedores iban a la deriva, arrastrados por la corriente, mientras los vecinos se afanaban en desatascar las alcantarillas para evitar que el nivel del agua siguiera subiendo. Era la segunda inundación que soportaban esa misma mañana. Ya sobre las 10:30, otra tromba había inundado la zona. Desde la Avenida Juan XXIII hasta casi la barriada El Torcal, todas las calles aledañas a Carretera de Cádiz y Avenida de la Paloma quedaron anegadas.
"No queremos echarle la culpa al Metro, pero con esa obra, este tramo ha quedado convertido en una piscina", denunciaba Javier Prieto vecino del portal de Héroe de Sostoa 184, casi en frente de la gasolinera Alaska. "Las inundaciones coinciden con la obra del Metro", confirmaba Francisco Villalón, otro habitante de esa calle. Sergio Vicente, propietario de un trastero, no tenía dudas de la causa de la inundación: "Es una vergüenza. Con la obra del Metro estamos perdiendo dinero todos los días. Esto no traga el agua. Con las lluvias de hace tres semanas perdí 800 euros. Yo y 40 más".
En la acera de enfrente, los trabajadores de la gasolinera Alaska achicaban agua. Estaba anegada. "Llevamos todo el día sin funcionar", se quejaba el encargado, Antonio Garrido. Aparte de la inundación, sufrieron fallos eléctricos que les impedían atender al público. En el asador de pollos Omaíta, en la esquina de Héroe de Sostoa con Jerónimo Bobadilla, Alejandro Hijano y otros trabajadores también sacaban agua como podían del local. Tenían más de un centenar de pollos que no sabían si tendrían que tirar porque no los podían asar. Una trabajadora relataba que el agua fangosa le había entrado por el wáter. Al revolver de ese establecimiento, un cuadro eléctrico daba calambrazos a todo el que pasaba. Los vecinos reclamaron a un policía local que se acordonara la zona para evitar que hubiera una desgracia. Pero a primera hora de la tarde el tramo situado junto al locutorio Bobadilla, ubicado en la calle del mismo nombre, seguía sin acotarse.
Con palas, escobillones y palos, los vecinos limpiaban las alcantarillas para que tragaran en agua. "El centro está muy bonito, pero aquí las alcantarillas no las limpian. Están tapadas", protestaba Antonio Jurado. Otro puñado de vecinos tenían los pantalones chorreando hasta las rodillas. Se habían metido en el garaje de Jerónimo Bobadilla a sacar sus coches para que no les pasara lo mismo que hace un mes, cuando el agua destrozó sus vehículos en otra inundación.
Juan José García relataba que entonces perdió sus dos coches. "Tenía dos vehículos que me los dieron como siniestro hace un mes", dijo. "Ya cuando vemos dos nubes, sacamos los coches del garaje", añadía Eugenia Montilla. Juan José achacaba la inundación de ayer a tres factores: la pantalla de hormigón de 26 metros del Metro que hay hacia abajo justo delante de sus viviendas, a que no hay un adecuado mantenimiento de la red de alcantarillado y al lodo que arrastra la lluvia del descampado de los bidones de Campsa. Ayer, en la zona de la gasolinera Alaska hubo dos inundaciones en menos de tres horas. La primera se produjo con la tromba de agua que descargó sobre las 10:30 e inundó unos 300 metros de la Carretera de Cádiz. Los vecinos removieron las arquetas y achicaron agua de los locales. Algunos sellaron con maderas y yeso las entradas para evitar que se colara más agua. Dos horas después, cuando la normalidad parecía reestablecerse y el agua bajaba de nivel, el cielo volvió a castigarlos. Una segunda tromba, más intensa que la anterior, amplió la superficie anegada a ambos lados de Héroe de Sostoa, desde la Avenida Juan XXIII hasta la barriada de El Torcal. La Avenida La Paloma se convirtió en un arroyo que escupía agua y lodo hacia Carretera de Cádiz.
Hubo momentos en los que la circulación por Héroe de Sostoa estuvo cortada. Pero pronto los vehículos volvieron a pasar. Era impresionante ver en la intersección de La Paloma y Héroe de Sostoa a los autobuses articulados con el agua hasta la mitad de la rueda. Francisco reclamaba que en circunstancias como las de ayer debería cortarse el tráfico. "Los coches siguen circulando y generan una ola que es peor que la propia inundación", se quejaba. El supermercado Hipercor de esa esquina funcionaba ayer a mediodía con la luz emergencia. Algunos vecinos optaban por descalzarse para cruzar las calles porque era imposible atravesarlas sin ponerse chorreando. Algún coche se quedó atascado en mitad de la calle, un camión de Emasa intentaba agilizar la evacuación de agua, un contenedor de ropa de Madre Coraje flotaba como una barca y las grúas trasladaban los vehículos que iban quedado inutilizados.
Rafael Domínguez, que perdió su coche en la inundación de un garaje de la zona el pasado 26 de octubre, insistía: "El Metro ha formado todo esto". Tras la tromba del mediodía, poco después de las 13:00, los vecinos seguían achicando agua por segunda vez en la misma mañana. A esa hora, los residentes de la zona lamentaban la inundación de sus garajes y los comerciantes empezaban a hacer balance de pérdidas. Solo un par de niños se divertía con la situación: tras escampar, chapoteaban en las calles todavía anegadas.
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