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Málaga/El delicado asunto del Museo Ruso de Málaga se ha terminado resolviendo, más o menos, como cabía esperar. Hay una diferencia notable, eso sí, entre anunciar que no se volverá a hacer ningún pago a Rusia (en referencia al canon anual de 400.000 euros que el Ayuntamiento de Málaga satisface para poder exponer en la ciudad obras de los fondos del Museo de Arte Ruso de San Petersburgo, seguros aparte) “mientras dure la invasión a Ucrania” como por decisión propia, con la mayor convicción, tal y como ha hecho estos días la concejal de Cultura, Noelia Losada; y anunciar que no se hará ningún pago a Rusia porque los vetos y sanciones internacionales aplicadas a Rusia lo impiden, tal y como ha manifestado por su parte el alcalde, Francisco de la Torre. El fin es el mismo, sí, pero las motivaciones son bien distintas: una cosa es la política apasionada, consciente del momento histórico hasta para las cuestiones nimias, y otra la que entiende la acción como un trámite administrativo, esto es lo que hay que hacer y lo hacemos. Cabe concluir, supongo, que, en una hipotética y extraña alternativa, como de universo paralelo, en la que Losada hubiese manifestado su mayor empeño en seguir haciendo llegar a los rusos lo que, por otra parte, legítimamente es suyo, las consecuencias habrían sido las mismas. No puede decirse que el pragmatismo sea uno de los fuertes de De la Torre, pero en este caso, por más incómodo que resulte, como si aparentara llevar en la manga el as de los jueves, sus formas hacen más honor a la verdad. Sí que corresponde reconocer, cuidado, que Losada fue la primera en señalar la anomalía que entrañaba la actividad del Museo ruso en un contexto como el presente, y que la primera respuesta del alcalde no pudo ser más tibia, con un panegírico brindado a la cultura como estímulo contra la barbarie que ni hacía falta ni solucionaba el problema. Sea como sea, tenemos ahora un museo “hibernado”, de nuevo en palabras de De la Torre, que tendrá que mantener su programa expositivo, cuya renovación estaba prevista para las próximas semanas, bastante más allá de lo previsto. Mientras tanto, el espacio de Tabacalera seguirá abierto al público y ofreciendo actividades culturales a los visitantes, lo que también resultaba lógico y deseable dado que el equipamiento, al contrario que la colección de arte que acoge, sí es enteramente municipal. Cierta parte de la opinión pública se lanzó a degüello contra el museo en el primer día de la contienda, exigiendo su cierre como piedra de escándalo, seguramente motivada por los ánimos de cancelación hoy tan álgidos y sin reparar, concedamos, en que los principales damnificados con tan drástica medida no iban a ser los rusos, sino los empleados, de nuevo, municipales. Aunque parezca mentira, se puede ir al Museo Ruso, admirar sus exposiciones, disfrutar la experiencia y considerar a Putin un asesino sin escrúpulos. Otra cosa es que lo sucedido merezca una reflexión, ahora sí, con el destino inmediato del museo aclarado, o al menos en parte, sobre la anomalía que entraña un modelo cultural, convertido en Málaga en argumento estratégico de primer orden, sostenido en gran medida en instalaciones concebidas como sucursales, en las que el principal contenido cultural (sí, esto de la cultura iba al final de contenidos) es alquilado e importado, no generado. El aislamiento de Rusia ha dejado ya un profundo impacto en los principales museos de todo el mundo ante la imposibilidad de generar préstamos e intercambios, fundamentales en la existencia de cualquier centro de arte, pero aquí Málaga se dio toda la prisa en su condición sucursal pionera, una solución que siempre ha albergado dudas razonables y cuyos riesgos se han hecho ahora particularmente visibles.
No hay problema, o no debería haberlo, en alquilar a un museo parte de su colección a medio o largo plazo (en el caso del Museo Ruso, el compromiso está suscrito hasta 2035). El problema llega cuando haces de ese alquiler columna vertebral de tu política cultural. Con la llegada de los nuevos museos cundió, y aún perdura, una impresión de apaño, de, ante la imposibilidad de acometer el deseado Museo de Museos, y con el Auditorio condenado cada año al cajón, vamos a tirar con esto un tiempo y luego ya veremos (la proverbial insistencia del alcalde para hacer del Pompidou un museo más duradero de lo pactado en un primer término está dando sus frutos; otra cosa es que la posibilidad de dejarlo aquí para los restos sea real, factible y deseable). Por más que hablemos de soluciones huecas, fantasmales y, lo que es peor, extremadamente dependientes, su puesta en marcha permite generar una actividad cultural notable, y de cara al escaparate, que aquí es lo que cotiza, cabía dar la jugada por buena. Pero con los activos titulados en otra parte, siempre cabía esperar la entrada en juego de ese otro agente político tan indeseable: lo inesperado. Cuando llegó el Museo Ruso a Tabacalera como cura para la herida abierta por Art Natura, nadie podía imaginar que Rusia invadiría Ucrania y que con ello el museo quedaría “hibernado” por tiempo indefinido: si la clausura inesperada a cuenta de la pandemia ya resultó un palo duro de asimilar, la nueva situación viene a prolongar el paréntesis de manera crítica. Justamente, la agonía de la pandemia reveló hasta que la menor dependencia en materia cultural entraña una fortaleza en circunstancias adversas, y ésa es la carta que le sigue faltando a Málaga en su magnífico póquer cultural. Baste recordar que la baronesa Carmen Thyssen llegó a condicionar, abiertamente, la permanencia de su colección en su museo de Málaga a la continuidad de Francisco de la Torre en la Alcaldía. Es decir, el esplendor cultural de Málaga se sostiene, en un porcentaje no pequeño, a merced de personalismos, caprichos y jugadas del destino, lo que se traduce en una cultura frágil, desarraigada y desprovista de recursos propios para su supervivencia.
Afirmaba recientemente a este periódico el director del Museo Picasso Málaga, José Lebrero, que la clausura de espacios culturales a cuenta de la pandemia, y la más que compleja recuperación posterior, nos han conducido a la necesidad de hacer una pregunta urgente: para qué sirve un museo. Ahora que entra en su particular hibernación, correspondería afinar y preguntarnos para qué sirve el Museo Ruso. Un museo fabuloso, que conste, con una colección asombrosa y una de las programaciones culturales más interesantes de la ciudad, con un añadido y sugerente efecto descentralizador que ha logrado desplazar los ejes cartesianos de la materia al barrio de Huelin. Y quizá en este sentido se podría crear una fortaleza donde a día de hoy sólo se percibe debilidad: por ejemplo, visibilizando, divulgando y promoviendo el arte de Ucrania, que por motivos evidentes mantiene poderosos lazos históricos con el arte ruso hasta el punto de que en más de un sentido hablamos de lo mismo (el arte ruso ha tenido tradicionalmente buena parte de su mayor talento concentrado en el territorio reconocido hoy como la nación soberana de Ucrania: véase Malévich, que protagonizó una histórica exposición en nuestro Museo Ruso y es un nombre habitual en sus muestras anuales). A lo mejor, quién sabe, un museo sirve para escenificar los códigos pertinentes de la Historia en tiempo presente. Y la posibilidad de presentar a Ucrania como una potencia cultural de primer orden, en virtud de su independencia y su propia tradición, a lo mejor a modo de país invitado y no desde el prisma global ruso, sería deseable, oportuna y sí que daría signos de una convicción creciente por parte de los responsables municipales del Museo Ruso. Y si no puede ser mediante una exposición con fondos rusos ni ucranianos, siempre se puede acudir a otras colecciones o poner en marcha otras actividades. Devolver una medalla es justo y loable, pero los museos sirven para leer el presente y tomar partido. Es más, este Museo Ruso hibernado y tan supuestamente neutral está ya tomando partido, igual que cualquier otro museo del mundo, pero todo apunta a que lo hace por el lado equivocado. En la creación artística no hay bandos, o no debería haberlos; pero la decisión respecto a lo que se muestra es siempre una decisión política. Tal vez hay aquí una oportunidad para el Museo Ruso de significar en la dirección oportuna.
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