Otro Soho para Manuel Alcántara
Arte urbano en Málaga
El arquitecto Salvador Moreno Peralta decora la medianería y el portal de un edificio rehabilitado en la Alameda con caricaturas del poeta
Málaga/Digamos que hay que llamarse Salvador Moreno Peralta para hacer una afirmación como la siguiente: “Si Picasso se hubiera quedado en Málaga, habría incorporado las medianerías de los edificios a su producción artística”. Y lo cierto es que la intuición del arquitecto malagueño se revela bien cargada de sentido, en primer lugar, por el empeño que mostró Picasso en probarlo todo y pintar o esculpir en cualquier superficie que se le pusiese a tiro; y, en segundo, por la tentación que para cualquier artista que decida mirar un poco más allá entrañan esas medianerías en una Málaga marcada a fuego por una arquitectura tan dispar como irregular y un urbanismo sacado a menudo del realismo mágico. Todo el mundo parece tener más o menos claros los criterios para dar por buena o no hacerla en absoluto la fachada de un edificio, pero ¿qué hacemos con las medianerías? Esa tentación artística ha sido una constante en las últimas décadas, “desde el museo abierto que se probó en Fuengirola en los 80 hasta las intervenciones de Alberto Corazón en Madrid”, apunta Moreno Peralta, quien advierte, sin embargo, de los riesgos al respecto: “Si pintas un edificio, corres el riesgo de que lo que añadas resulte banal y no aporte nada. Tenemos hoy día edificios más pintarrajeados que el brazo de un futbolista. Y se han cometido muchas desgracias con demasiada alegría”. Por el contrario, Moreno Peralta evoca la visita que realizó Eduardo Chillida en su momento para ver de primera mano aquel supuesto milagro del arte urbano que prendió en la Costa del Sol en los 80, ante el que se mostró particularmente crítico; pero, más aún, una estancia del propio arquitecto malagueño en Buenos Aires hace ya algunos años de la mano de varios colegas argentinos: “Me sorprendió comprobar que en edificios de más de veinte plantas de la Avenida 9 de Julio dejaban las medianerías tal cual, sin decorar. Yo les pregunté si no les perturbaba tanta irregularidad, pero ellos no veían ningún problema. Me respondieron que, tal y como ellos lo veían, la vida en las ciudades se hace mirando al frente, no hacia arriba; y que, en todo caso, sería cada cual el que completara la ciudad a su antojo. El arte, me decían, está en la mirada, no en la intervención añadida”.
Viene todo esto a cuento porque muy recientemente ha tenido Moreno Peralta la ocasión de poner a prueba sus criterios respecto a las medianerías con la rehabilitación de un señero edificio de la Alameda Principal, en el número 13, empleado en las últimas décadas como enjambre de oficinas y ahora reconvertido en sede de apartamentos. “Es un edificio de nueve plantas, con una fachada a la que le ha quedado un aire muy de taller, en un sentido industrial. La cuestión es que la fachada está tapada por los árboles de la Alameda, así que no se ve. Es mucho más visible la medianería, y la promotora me encargó que las interviniera de manera notoria. Me pidieron, literalmente, que me atreviera. Yo no dejaba de acordarme de lo que me contaron aquellos arquitectos argentinos. Pensaba todo el rato en esas medianerías habituales en Extremadura y buena parte de Portugal, blancas, tocadas a lo mejor con un elemento solitario, una pequeña ventana, algún saliente que dé sombra, en un orden minimalista maravilloso. Pero, claro, al mismo tiempo se trataba de Málaga. Y, aunque el edificio estuviera en la Alameda, no dejaba de estar en el Soho. Así que algo tenía que hacer”.
Precisamente, Salvador Moreno Peralta pone el conocido como Barrio de las Artes como ejemplo “de horror vacui, de aportaciones banales a los edificios en demasiadas ocasiones”. Tenía claro que su intervención “iría más al detalle que al mural vistoso. Más cerca de Invader que de Banksy”. Y encontró la solución en tres caricaturas que dedicó a su momento a su cómplice y amigo, el recordado poeta y periodista Manuel Alcántara. “Sí, es un homenaje, no se me ocurre a nadie mejor a quién hacérselo”, admite el arquitecto, quien ha reproducido dos de las caricaturas en la medianía del edificio al tamaño suficiente para su admiración desde la Alameda y la Plaza de la Marina pero, al mismo tiempo, en clara renuncia al impacto fácil que por otra parte habría sido previsible. Son dos caricaturas que responden justamente a esa complicidad y los códigos internos que Manuel Alcántara compartió en las orillas de la amistad: en una aparece representado como un búho y en la otra su inconfundible rostro queda delimitado por la forma exacta de una copa, como sumergido en un Dry Martini. La tercera caricatura no se puede ver, de momento, pero podrá ser admirada muy pronto en el mismo acceso del edificio, que reabrirá sus puertas, previsiblemente, en un par de semanas: allí, en el portal, un Manuel Alcántara serigrafiado en un espejo, sentado a su máquina de escribir con guantes de boxeo, recibirá a sus visitantes junto al reflejo de un poema titulado y reproducido justo delante a la inversa para su lectura en el espejo (el poema se titula, por supuesto, El espejo). Si de volver a mirar la ciudad se trata, no está de más recurrir como argumentos a sus emblemas más amables. Diga lo que diga Picasso, por cierto.
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