Cuando acaba la pesadilla tras 30 años de maltrato machista: "Encuentras una red de apoyo incluso en personas que no creías"

Una víctima de violencia de género comparte con 'Málaga Hoy' una vida marcada por los golpes (físicos y psíquicos) de su pareja, y cómo se plantó para seguir viva

Málaga lidera, un año más, el número de mujeres asesinadas por la violencia machista en Andalucía

Carrmen coloca sus manos tras un cristal opaco.
Carrmen coloca sus manos tras un cristal opaco. / JAVIER ALBIÑANA

-¿Se puede volver a ser feliz tras ser maltratada por tu pareja?

-Por supuesto. Cuando estamos ahí metidas pensamos en los hijos, nos inunda la dependencia emocional, el miedo. Y empiezas a minimizar, a normalizar. Pero, cuando das el paso, encuentras una red de apoyo, incluso en personas que creías que no estarían. Hoy estoy estupendamente. Se fue un demonio y ha aparecido un ángel.

Aunque siempre mantenga la guardia alta, Carmen (el nombre ficticio que ha escogido para preservar su identidad y seguridad porque "es muy común") ha reunido ahora las fuerzas para contar por primera vez su testimonio "por otras mujeres". Porque el pozo de la violencia de género es más profundo si cabe para quien la comenzó a sufrir en los 70 y para quien se prolonga más de dos décadas. Entonces, no se educaba en prevención, no se hablaba de tolerancia cero y tu propia familia te aconsejaba "aguantar"; nadie les había enseñado lo contrario.

Carmen conoció a su agresor con solo 12 años en un barrio de la capital malagueña. Él tenía 16. Recuerda unos años "buenos" hasta que él volvió del servicio militar obligatorio. "Vino ya enganchado al alcohol", cuenta. A los 19 de ella, se casaron y él se mudó a la casa de sus padres. Cuando regresaba de trabajar, casi siempre lo hacía borracho. "Cuando se lo recriminaba, me cogía del brazo y me apretaba. Yo quería evitar cualquier situación desagradable a mi familia y él se aprovechaba de eso". Casi sin darse cuenta, Carmen también redujo su círculo social. Ya no acudía a las reuniones de amigos. Unas, porque su acompañante estaba ebrio; otras, porque se negaba a asistir.

Con 20 años, se queda embarazada, busca un piso de alquiler para los dos y deja de callarse tanto. Trabajaba en una peluquería y en un hospital. La violencia psicológica comienza a mostrar su cara más visible. "Si llegaba un poco más tarde de trabajar, me decía que había estado acostándome con un médico". Carmen se acostumbró a vivir con "un pellizco en el estómago".

La primera vez que le levantó la mano fue en forma de tirón de pelos. “Me agarró y me arrastró por el pasillo”. Todavía continuaba embarazada de su hija. No le importó. Y algo dentro de Carmen hizo clic –aunque por poco tiempo–. “Mi padre llegó a mi casa, me encontró llorando y me dijo que la situación no iba a cambiar. Me animó a que lo dejara y volviera con ellos”. Aceptó. Una bolsa con algunas cosas para la pequeña que venía en camino y tres vestidos premamá era todo lo que quería conservar de aquella vida. Pero, una conversación con su madre la devolvió al infierno. “Me dijo que tenía que volver, que me estaría buscando. También me aconsejó que no le hablara a un hombre cuando estaba bebido”.

Carmen volvió. Y empezó a callar de nuevo. Su calvario solo acababa de comenzar. 

Se mudaron a Torremolinos con su primera hija. Allí tuvieron a la segunda. Allí, se atrevió, por primera vez, a llamar a la Policía y a acudir a una comisaría. Los siguientes días, “estaba muy tranquilo y me parecía que todo estaba en orden, que iba a cambiar para siempre”.

Nunca cambió.

Los malos tratos físicos y psíquicos continuaron. “Me decía ‘cualquier día te voy a poner un traje de leprosa para que cuando salgas a la calle nadie te mire ni se te acerque’”. Corría la década de los 80 y las amigas con las que conseguía compartirlo le respetaban importancia. “Eso son cosas que se dicen cuando se quiere mucho”, llegó a pensar.

En el 92, se quedó embarazada por tercera vez. Terminó perdiendo al niño por dos patadas en la barriga que le propinó su agresor. "Ya había normalizado cualquier barbaridad". Carmen no era de las que solía callar, aunque los golpes los recibiera igual. Pero, en aquel momento, recuerda que "tenía tantas cosas que hacer en el día a día con el trabajo, el cuidado de la casa y de las niñas" que "funcionaba como un autómata". Rezaba para que, un día, él no volviese más a casa. No solo no llegaba, sino que Carmen se hundía, cada vez más, en el pozo.

Pasados los años, las vejaciones y agresiones continuaban. Recuerda con especial dolor un 14 de noviembre, vísperas de la celebración de cumpleaños de sus dos hijas. Pidió a su marido que colgara unas cortinas. Llevaba tiempo con un dolor agudo en el brazo. Cuando llegó por la noche de trabajar, encontró las cortinas en el mismo lugar donde las dejó. Los pequeños (entonces ya había tenido su tercer hijo) sin duchar ni cenar. Él, "borracho". Le recriminó su actitud y se subió a la escalera para hacerlo ella misma. "Recuero aquel episodio como el peor momento de mi vida. Me tiró y empezó a darme patadas en el brazo hasta que me rompió el húmero". En ese momento no lo sabía, horas más tarde, le dijeron que tenía también un tumor en el brazo.

No fue el último golpe. Tampoco el más violento.

El 25 de noviembre de 2008, Carmen decidió comprarle a su hijo un teclado inalámbrico y un ratón. “Cuando él lo vio, empezó a gritar: ‘¿En esto te gastas el dinero?’. Empezamos a discutir. Rompió el teclado y el ratón. Después, vino y me pegó con una botella. Venía a matarme. Empecé a sangrar por el oído y por la nariz”. Él, rápido, pegó un tirón del teléfono fijo y lo desconectó. Pensaba que Carmen avisaría a la Policía. A ella, ya le había dado tiempo a marcar a su hermana y esta, a su vez, alertar a su hermano. A los pocos minutos, se presentó en su casa. Y le salvó la vida. 

"O le pones freno a esto o dejas de tener hermano". Fue un ultimátum. Carmen fue atendida en el Carlos Haya, que alertó a la Policía. Ella también acudió a comisaría para ratificar la denuncia. Esta vez no la retiró. Él no iba a cambiar. "Y ahí empezó otro proceso también muy difícil". Declaraciones en dependencias policiales, en el juzgado, juicios... Pero, ya no dio ni un paso atrás.

-¿Qué le diría a una mujer que esté atravesando lo que usted vivió?

-Que busque ayuda, que no hace falta una sentencia para que te ayuden, que existe el Área de la Mujer. Y que no justifiquen ningún comportamiento violento con el consumo de alcohol o drogas. Se vuelve a sonreír y hasta enamorarse de verdad.

Los años y la terapia sanan. Carmen ha aprendido a no culparse y ha entendido que, del mismo modo que no hay un perfil de agresor, tampoco lo hay de víctima. "Yo siempre he tenido carácter y he sido autosuficiente económicamente. Durante Mucho tiempo me he preguntado por qué no salí de ahí antes".

Ahora, no calla ni cuando presencia en la mesa de al lado del bar cualquier escena que la teletransporta a tiempos pasados. Y recuerda que un día, cuando todavía era adolescente, salía a las calles para exigir las leyes que tantas vidas de mujeres han salvado. A sus 59, ha vuelto a salir a las calles, con los labios morados, para contar su historia: "Con que haya solo una mujer que me lea y pueda ayudarle a salir hacia adelante, habrá valido la pena".

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