Pisos de acogida para extranjeros ex tutelados, un techo después de cumplir los 18
ONG e instituciones ofrecen a jóvenes extranjeros no acompañados un proceso de acompañamiento durante su emancipación en pisos de acogida
La provincia de Málaga dispone de unas 70 plazas, 15 de ellas gestionadas por Málaga Acoge
Málaga/Partió de Burkina Faso hacia Costa de Marfil cuando no tenía ni 17 años. Recorrió Mali, Argelia y Marruecos. Huyó de la policía, durmió en la calle, cruzó el Sáhara y en Tánger se metió en una patera con otras nueve personas y remó más de seis horas para llegar a Tarifa. Alí Guire llegó a España como menor y en un centro de acogida cumplió su mayoría de edad.
La entrada en los 18 supuso, como para los 180 menores extranjeros no acompañados tutelados por la Junta de Andalucía, la desprotección institucional. Por fortuna, existen entidades sociales como MálagaAcoge que trabajan para acompañarlos en su emancipación. Aunque las plazas residenciales siempre sean insuficientes.
En la provincia existen 71 camas en pisos tutelados. Pero los datos hablan de que en 2020 cumplirán la mayoría de edad en Andalucía más de 400 chicos no acompañados. “Hay mucha más demanda que recursos”, indica Genoveva Pérez, coordinadora del Área de Jóvenes de Málaga Acoge.
Esta entidad cuentan con 15 plazas de acogida para jóvenes provenientes del sistema de protección. Uno de los pisos lo comparten con la fundación Hogar Sí. En la actualidad, la campaña Cobijando sueños pretende recaudar fondos para poner en marcha la cuarta casa.
Todos varones de entre 18 y 21 años y en un 85% de nacionalidad marroquí son los usuarios de estas plazas. Algunos ya trabajan, pero su función principal es estudiar, sacarse el graduado o realizar estudios postobligatorios, al tiempo que hacen una formación ocupacional para buscarse una salida profesional.
Un permiso para residir pero no para trabajar
La mayoría obtuvieron el desamparo antes de los 18, es decir, que se demostró que eran menores de edad a su llegada, que no tenían a ningún adulto cerca para hacerse cargo de ellos y fue la administración la que asumió su tutela. Así que es ésta la que está capacitada para tramitar sus pasaportes y su documentación.
Cuando el sistema de protección acaba pueden salir con el permiso de residencia o sin él, expuestos a la expulsión. El de residencia les permite vivir pero no trabajar aunque, fuera de toda lógica, para renovarlo tengan que demostrar que tienen medios de vida.
“La primera renovación tras la mayoría de edad la tramitamos las entidades sociales si viven en nuestros recursos porque garantizamos el 100% del Iprem”, comenta Genoveva Pérez. “A los cinco años de residencia legal ya tienen permiso de larga duración que les posibilita tener un empleo”, agrega la coordinadora del Área de Jóvenes de Málaga Acoge.
Hasta ese momento no pueden acceder a ningún puesto salvo que se modifique el permiso de residencia por el de trabajo y esto es posible si consiguen un contrato de un año a jornada completa. “Pero estos chicos no tienen formación ni experiencia laboral, es muy difícil que consigan este tipo de contrato”, añade Pérez.
Un modelo que busca acompañarlos en su emancipación
Señala que la Junta de Andalucía cuenta con el programa P+18 que cuenta con 16 plazas en recursos residenciales de alta intensidad en la provincia de Málaga. A las que se le han sumado en 2019 25 plazas de IRPF. Estas funcionan junto a las de Málaga Acoge, Fundación Don Bosco y la Asociación Marroquí.
“El modelo de Málaga Acoge busca acompañar a los jóvenes en su emancipación, en su autonomía económica gracias a formación, prácticas e intermediación laboral”, señala Genoveva Pérez. Y para conseguirlo es necesario “el retorno educativo a la formación reglada”, añade. Un total de 36 jóvenes estudian Secundaria de Adultos en el IES Vicente Espinel, en la calle Gaona, otro Bachillerato, dos están en un Grado Medio de FP y uno en la Universidad de Málaga.
También es importante que adquieran autonomía personal, que sepan gestionar su documentación, sacar una cita médica, abrir una cuenta bancaria, cocinar y hacer el resto de tareas del hogar. “Trabajamos con la figura del referente, es un técnico que les hace de guía y juntos marcan unos objetivos que tienen que cumplir, si no lo hace se tiene que ir”, indica la responsable de Málaga Acoge. “Si cumplen estarán en el recurso hasta que tengan capacidad de emanciparse, no hay una fecha límite”, apunta y subraya que “el piso es una herramienta para el camino, no es el fin”.
En la calle, en el albergue o acogidos por amigos, los jóvenes pasan meses hasta que pueden ingresar en este recurso porque no hay plazas vacantes esperando a que cumplan los 18. “Seis meses antes de que cumplan la mayoría de edad empezamos a trabajar con ellos, pero cuando están en situación de calle es muy difícil cumplir objetivos, aunque al menos aseguramos que se cubren como mínimo sus necesidades básicas”, señala Genoveva Pérez.
Las entidades sociales se coordinan para intentar disminuir el impacto de quedar desprotegidos cuando cumplen los 18. Y es en el control de consumo de tóxicos y la prevención del delito donde se realiza una labor más profunda. “Se les exige un reto que a ningún joven de aquí se les pide”, destaca Pérez.
Y asegura que no se pueden comparar los casos por lo que “se trazan itinerarios individualizados según las necesidades de cada uno”. En 2019 se realizaron 16 modificaciones de permisos de trabajo. “Entre el 80 y el 85% de aquellos a los que se les acompaña se insertan, pagan su alquiler, su Seguridad Social y normalizan su situación en España”, afirma la responsable de Málaga Acoge.
Para Genoveva Pérez está muy claro el porqué estos menores se lanzan a la aventura de viajar solos. “España y Marruecos tienen el diferencial más grande del mundo en el índice de desarrollo humano entre países fronterizos”, relata la coordinadora de jóvenes de la entidad.
“Este índice mide la esperanza de vida al nacer, el nivel de educación y el Producto Interior Bruto por habitante, y Marruecos está 97 puestos por debajo de España”, agrega. Esto supone que cuando arriesgan su vida para saltar la valla están intentando escalar casi un centenar de peldaños hacia una mejor calidad de vida.
Ali Guire
Tras un durísimo viaje que terminó en una patera rescatada por Salvamento Marítimo en Tarifa, Alí Guire llegó a España, donde reside desde hace un año y cuatro meses. En Burkina Faso tiene a su familia, a sus padres y a cuatro hermanos. Pero él tomó la determinación “buscar una vida mejor” en Europa. Alí estudia Secundaria de Adultos en horario de tarde para sacarse el graduado con la esperanza de no tener que volver de nuevo a la calle. Hizo una formación ocupacional de albañilería y está esperando otras dos de cocina y panadería.
“Lo más duro fue hacer el viaje”, afirma y relata que “antes de llegar aquí he visto muchas cosas, fue muy difícil cruzar el desierto, faltaba comida y agua, hubo gente que se quedó por el camino”. Sin conocer a nadie, salvo a los dos amigos con los que viajó, tuvieron que dormir en la calle y escapar de la policía argelina cuando intentaban entrar en Marruecos. Hasta el cuarto intento no pudieron cruzar la frontera. “En Nador también pasé tiempo en la calle”, recuerda el joven de 18 años.
Cuando alcanzaron Tánger su amigo compró sus plazas en la zodiac en la que pasaron la noche navegando hasta llegar a costas españolas. De ese viaje, muchos siguieron hasta Francia pero Alí tuvo y tiene claro que es en España donde quiere hacer su vida. “Hay muchas personas que dicen que cuando tienes 18 años tienes libertad, pero realmente lo que llegan son las responsabilidades y hay que luchar mucho, por ti mismo y para ayudar a tus padres, yo no salí de allí para estar aquí si hacer nada, de fiesta, lo que quiero es trabajar”, explica en un español bastante bueno.
Alí vive en un piso de Málaga Acoge en la calle Jaboneros. Entre todos limpian por turnos y cada uno se prepara su comida. “Cocino muy bien”, sostiene sonriente. Detrás de su mirada resuelta, aunque algo tímida, tiene un punto de nostalgia. Lleva sin ver a su familia unos cuatro años.
Mostafá El Khamlinchi
Mostafá El Khamlinchi nació en Marruecos hace 21 años. Llegó a Ceuta con 17 y estuvo un año en un centro de menores. Se marchó a Madrid cuando cumplió 18 y terminó su viaje en Málaga, aunque ya no se le pudo tramitar el permiso de residencia porque habían transcurrido más de 90 días desde su mayoría de edad. Comparte con otros cuatro compañeros un piso en la calle Parra y estudia Bachillerato mientras intenta regularizar su situación por la vía del arraigo social.
Para eso necesita un contrato de un año, por lo que está en búsqueda trabajo. Le interesa principalmente el sector sociosanitario, el cuidado de personas mayores. Como al resto del piso, es Málaga Acoge quien lo mantiene, paga los recibos de la casa, las compras, la ropa y el autobús, todo. “A cada uno nos asignan un presupuesto, como una beca personal”, apunta.
Mostafá lleva cuatro años sin ver a su familia. “No puedo volver a casa, si lo hago no regreso, así que hablo con ellos por teléfono”, dice. “Mis padres me apoyan pero les echo de menos”, agrega. “El día después de los 18 te vas a encontrar todas las puertas cerradas, te quedas perdido”, dice. Recuerda, sobre todo, cuando vivió debajo de un puente en Bilbao, con una nevada y muerto de frío, protegido por cartones. “Allí no vuelvo”, asegura Mostafá. “La calle es muy dura”, confiesa el joven.
Mohamed El Mahi
Mohamed vive en Málaga desde hace un año y medio y después de pasar otro año en Melilla. Tiene permiso de residencia de dos años pero no puede trabajar. También estudia para sacarse el graduado. El año pasado suspendió y este curso lo está cogiendo con ganas. Ha hecho una formación de ayudante de camarero con la ONG Arrabal-Aid y de albañilería gracias al programa Incorpora de La Caixa.
En el centro de menores también hizo cursos de carpintería, pintura, informática y español. “Me vine para poder cambiar mi vida, para ver cosas nuevas y poder trabajar”, comenta. “Quería cumplir los 18 para salir del centro de menores porque eran muy estrictos”, explica. Pero reconoce que “es un poco triste para todos los chicos como yo”.
En la casa tienen una estabilidad que les ayuda a centrarse en sus estudios, a planificarse su futuro más inmediato. Cada uno se compra y se cocina su comida y limpian por turnos. Desde las cinco a las nueve asiste a clase y por la mañana estudia. “Mi madre cocinaba y sé un poco, me hago ensaladas, patatas, pescado y arroz, algo de comida rápida también”, dice poco antes de sacar el libro de Sociales para estudiar su examen de recuperación.
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