En la plaza interminable
Nada más irse los del 15-M de la Plaza de la Constitución, la Diócesis ha comenzado a instalar la parafernalia acostumbrada para la procesión del Corpus l Todo el mundo que quiere decir algo se planta aquí, como si no hubiera más ciudad l Hay nostalgia por un paseo despreocupado, uno solo
IGUAL lo tenían calculado, pero nada más levantarse el campamento del 15-M en la Plaza de la Constitución aparecieron las tarimas para el altar de la procesión del Corpus. Más de uno suspiraría aliviado, con los plazos apurados in extremis (ayer hice una visita relámpago a Zaragoza y vi a los del movimiento en sus tiendas de campaña todavía montadas en la Plaza del Pilar; si piensan seguir allí hasta el 12 de octubre, a ver cómo se ponen de acuerdo). Algún lector me ha hecho recordar estos días que, en realidad, el 15-M ha venido a completar un calendario por el que la Plaza de la Constitución está siempre ocupada: cuando no es la tribuna de la Semana Santa es el Carnaval, o la Feria, o el árbol gigante de Navidad, o la Semana del Mayor, o la Noche en Blanco, o el Festival de Teatro, o el de Cine, o desfiles de modelos, o demostraciones de cha-cha-chá para turistas, o las más diversas exposiciones, o rodajes de películas, o las campañas electorales con sus mítines, o certámenes de monólogos o cualquiera de las actividades que ciertamente se celebran en el mismo corazón de la ciudad de manera continua, como un perpetuum mobile que se muerde la cola. Quedan para el recuerdo propuestas fallidas como los conciertos de la Orquesta Filarmónica o la presentación de las camisetas del Málaga que precisamente impidieron los del 15-M. Pero tampoco faltan iniciativas privadas: hemos visto en los últimos a la Plaza de la Constitución y a la calle Larios convertidas en concesionarios de automóviles, plataformas para la promoción de empresas de telecomunicaciones , expositores de refrescos y cervezas y otras muchas posibilidades. Resulta curioso el modo en que la peatonalización del centro (todavía en marcha; ya veremos en qué emplean el Parque y la Alameda) representó una meritoria conquista ciudadana, la de una urbe sustraída al tráfico y devuelta al público. Pero como no siempre lo público es tan público, al mismo tiempo el mismo milagro sirvió en bandeja un escaparate por el que todo el mundo quiere pasar a toda costa, como si no hubiera más ciudad (cierto, los del 15-M ahora van a hacer lo suyo en los barrios, pero después de más de un mes de presencia ininterrumpida en la plaza) y a menudo a costa de la libre circulación de peatones. Por supuesto, se trata de un fenómeno absolutamente común: por más que más de un alcalde lo haya intentado, intuyo que nadie tendrá las definitivas narices de sacar la Feria (por ejemplo) de la Plaza de la Constitución y mandarla enterita a Teatinos (imaginen la Semana Santa), por mucha o ninguna gracia que le haga a los vecinos del barrio. Claro, el lugar tiene su miga, y su precio. Tanta gente empeñada en exhibirse bien vale el castigo al rincón de la fuente de Génova. Recuerden el empeño de María Gámez en colgar su cartel a todo lo largo y ancho de la principal fachada en la pasada campaña. La Plaza de la Constitución es el lugar en el que hay que estar. Si no, no sé a qué puñetas quiere alguien venir al mundo.
La cuestión es que uno va ya a la plaza de marras pensando en el show que se va a encontrar. Cualquier día, no sé, montarán una lanzadera espacial, un homenaje a las Mamachicho o una manifestación para pedir que Málaga sea Capital Cultural del Condado de Treviño, a ver si hay más suerte. Para eso, dirán, están las plazas. Pero creo que empiezo a añorar, y eso me preocupa, la posibilidad de pasear por la de la Constitución tranquilamente, sin miedo a tropezar con una tarima o a que un foco se me caiga en la cabeza. Me da la sensación de que la ciudad ha olvidado el placer discreto y anónimo (quizá ahí está la clave: hay demasiadas figuras) de pasear sin más, para tomar el aire, para hacer tiempo con calma. En fin, Málaga es tan puñeteramente barroca que seguirá inventando cosas para instalarlas allí, y habrá que evitarlas para que el paseo transcurra. Para los amantes de la discreción siempre quedará Soliva.
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