El privilegio y la exclusión

Calle Larios

La exigencia del derecho a la vivienda es transversal, procede de una mayoría social cada vez más amplia que se sabe vulnerable ante la evidencia de que el problema adquiere rasgos de estafa

Málaga: haber estudiado

Lo sentimos: ya no vale con quedarse mirando.
Lo sentimos: ya no vale con quedarse mirando. / Javier Albiñana

Málaga/Un enorme cartelón publicitario cubre ahora las obras del hotel de Piqué en el solar del antiguo cine Andalucía. En la lona, una popular marca cervecera pregona un lema impreso en letras enormes: “Más vecinos a la fresca y menos barrios sin vecinos”. Resulta perturbador, por decirlo de alguna manera, que el cosmos hostelero, principal artífice de la transformación de las ciudades en escenarios gentrificados, decida apropiarse de lo que para mucha gente es un problema serio para convertirlo en un reclamo a la moda. Un poco como cuando durante la crisis de 2008, esa que vino para quedarse, no pocas entidades financieras animaban a quienes ya lo habían perdido todo a que adquirieran más activos tóxicos, porque todavía no se sabía, afirmaban, de qué lado iba a caer la tortilla. No sé a usted, lector, pero a un servidor siempre le ha resultado significativo el patrocinio de las más pujantes marcas de cervezas y bebidas alcohólicas en todos y cada uno de los grandes eventos de la ciudad, del Festival de Cine a la Noche en Blanco. Si algo les gusta a los jefes es recordar quién paga aquí. Seguramente, la asociación ya indisoluble de la cultura y el alcohol en Málaga merecería al menos una reflexión, oiga, ¿estamos totalmente seguros de que eso es lo apropiado, de que lo estamos haciendo bien? Pero quiénes somos usted y yo, lector, para pedir a nadie coherencia y prevención a estas alturas. No se trata, queridos reponedores de grifos y servidores de terrazas, de que haya más vecinos a la fresca, sino de que la gente no se tenga que ir de sus casas. Es lícito saltar a la arena en la que no hay leones para dárselas de gladiador, pero, en cualquier caso, reírse de la gente está muy, muy feo. La cuestión es que el cartel lucía bien visible este sábado en la Plaza de la Merced, de donde partió la tercera manifestación convocada por la plataforma Málaga para Vivir en menos de un año, esta vez de la mano de otras cuarenta ciudades españolas, por el derecho a la vivienda. Y no dejaba de tener su gracia, aunque siempre cabe recordar que también los contratados para tirar las cervezas tienen que buscar su residencia en otro sitio salvo que puedan heredar el techo bajo el que cobijarse.

Mi pancarta favorita la llevaba una pareja ya entrada en años: "No es un partido, es un derecho"

Las manifestaciones por la vivienda en Málaga, como en cualquier otra parte, constituyen un fenómeno transversal. Los que más ruido hacen responden al perfil contestatario al uso, es muy cierto; pero, a poco que indagues entre quienes se desplazan, observas a mayores y jóvenes, a parejas y pandillas, camisetas raídas con mensajes del viejo punk, pantalones bombachos, gorras de pana, polos y camisas perfectamente abrochadas, melenas que piden una ducha a gritos y flequillos de misa de doce, todo junto, porque resulta que el problema cada vez repercute en más vecinos y cada vez parece perderse más el respeto a empujar de lado de quien menos tiene que ver contigo. Quienes se consuelan pensando que esto es cosa de cuatro rojos están muy equivocados, pero ya se sabe que en la reafirmación ideológica la contrastación de los hechos es una criatura en peligro de extinción. Mi pancarta favorita la llevaba una pareja ya entrada en años, él de gorra a cuadros, bigotillo fino y andar fatigoso, ella elegante, con su larga falda blanca y con su perro bien atado a su izquierda. Los dos compartían un sencillo papel blanco en el que uno de los dos había escrito a bolígrafo: “No es un partido, es un derecho”. Y de eso se trata. El lema es susceptible de ser interpretado de muchas formas, pero invita a repensar la manera en que esta Málaga tan competitiva, tan amante de los rankings y las ligas, ha creído ganar los torneos más lustrosos mientras los de verdad, en los que nos lo jugábamos todo, los estábamos perdiendo a espuertas. Sería deseable considerar hasta qué punto el derecho vulnerado en uno solo entraña una derrota para todos, pero ya sabemos que la empatía no es nuestro fuerte. Y, sin embargo, me temo que la solución vendrá de ahí, de reparar en la necesidad del otro. O no vendrá.

Si de cooperar se trata, ¿no deberían ser los especuladores que nos han traído hasta aquí los que más contribuyan?

Una de las corrientes de la antropología de mayor auge en la actualidad es la que se dedica a investigar la cooperación como motor de desarrollo. Desde esta perspectiva, el ser humano ha prevalecido en el medio natural no tanto en virtud de su apogeo intelectual, sino por su habilidad a la hora de gestionar la colaboración entre muchos para transformar ese medio a su antojo. Por lo general se recuerda lo que Darwin afirmó respecto a la capacidad de adaptación por parte de los más fuertes como norma de la evolución de las especies, pero también el mismo Darwin admitió que, en la especie humana, la sensibilidad hacia la cooperación había desplazado a la fuerza bruta como mecanismo evolutivo. El problema de la vivienda es muy grave. Se trata, tal vez, del mayor desafío al que se enfrentan las sociedades avanzadas. Podríamos señalar su origen en una cultura codiciosa que durante demasiado tiempo ha pasado por alto el bien común para un enriquecimiento particular veloz y sustancioso, animada por políticas que creían ver en esta recaudación un impulso financiero (y con acierto, aunque el impulso solo han podido disfrutarlo unos pocos); pero el proceso de recuperación no será tan sencillo. Si partimos de la premisa de que esta codicia ha convertido en un privilegio lo que era un derecho, con la consiguiente exclusión de una mayoría social ya insostenible, solo podemos concluir que la reversión precisa una cooperación igualmente transversal. Y que, por tanto, nadie, ningún agente, ninguna actividad, puede desentenderse de las consecuencias que sus beneficios pueden tener en el acceso a la vivienda, ya sea para bien o para mal. Ahora bien, hagamos justicia: si de cooperar se trata, ¿no deberían ser los mismos especuladores que nos han traído hasta aquí los que más contribuyan? ¿No debería esta colaboración contar entre sus primeras filas con quienes vinieron a hacer su agosto a base de encarecer el precio de la vivienda, los que siguen lavándose las manos como si nada de esto fuera con ellos? Es verdad que Málaga no puede actuar sola, pero sí podría ser pionera a la hora de, por ejemplo, pedir más generosidad al próximo fondo buitre que venga a comprar un edificio para sus apartamentos turísticos. O a la próxima marca cervecera que decida burlarse de la ciudadanía. Hagamos las cuentas de manera equitativa: un alquiler pagado a una familia por cada residencia turística explotada o por cada terraza que vulnere la normativa. Brindaremos, entonces, por la salud de todos.

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