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El refugio de los bandoleros

La venta de Alfarnate, considerada la más antigua de Andalucía, constituía una parada obligatoria para las diligencias que transitaban por el camino real entre Málaga y Granada

El refugio de los bandoleros
Raquel Garrido / Málaga

12 de diciembre 2010 - 01:00

Refugio de bandoleros y paso obligado entre la sierra y la costa, la historia de la venta de Alfarnate ha estado siempre rodeada de un halo de misterio y leyenda que aún perdura en la actualidad. Situada a unos dos kilómetros del pueblo que lleva el mismo nombre, junto al antiguo camino real entre Málaga y Granada, data originariamente del siglo XIII aunque la edificación actual fue construida en el siglo XVI, lo que la convierten en la más antigua de toda Andalucía.

Durante mucho tiempo fue un lugar estratégico de paso donde se realizaba el cambio de caballerías y el sitio ideal, aseguró el arqueólogo Javier Noriega, para que los bandoleros se ocultaran tras asaltar las caravanas que se desplazaban por este camino tan transitado en la época.

Pero, según el historiador Víctor Heredia, no fue hasta principios del siglo XIX cuando se convirtió en una parada obligada en el camino real que iba desde Málaga hasta Granada pasando por Colmenar y Loja. Fue en 1799 cuando el arquitecto José Martín de Aldehuela realizó un informe para la reparación y renovación del camino, que en su tramo inicial servía para dar salida a los vinos de los Montes de Málaga.

La realización del camino implicaba una mejora en las comunicaciones con las actuales provincias de Granada y Jaén, y un nuevo enlace con el interior de la Península, conectando con la carretera de Andalucía. Las obras, acometidas por brigadas de presidiarios, se retomaron tras la Guerra de Independencia y se avanzó bastante entre 1815 y 1816 bajo la dirección de Joaquín María Pery. Pero la empresa quedó olvidada hasta 1831, en que fue rematada junto a los caminos de Bailén en Jaén y de Granada a Motril, cuando fue declarada entonces carretera general del Reino.

En 1842 seguía sin terminarse, y la Junta de Comercio encargó al ingeniero Nicolás Contreras que estudiase su finalización. El extenso periodo que medió entre su planteamiento y su conclusión vio como una peligrosa vereda sólo apta para caballerías se acabó transformando en la principal vía de acceso a Málaga desde el interior, aseguró.

A mediados del siglo XIX las empresas de diligencias que hacían los recorridos entre Málaga, Granada y Madrid salían diariamente. El viaje de Málaga a Alfarnate, según el tipo de asiento, costaba entre 28 y 60 reales, hasta Granada entre 70 y 120, y hasta Madrid entre 320 y 550.

Dependiendo del estado del camino y del medio de transporte elegido, y también de la estación del año, se solían hacer entre 40 y 50 kilómetros diarios, lo que obligaba a que los caminos estuvieran jalonados de establecimientos que ofrecieran comida y alojamiento para personas y bestias. La de Alfarnate era una de ellas.

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