La ruta turística de los candados de El Palo y Pedregalejo: "Los vecinos tenemos que poder vivir"
El Ayuntamiento ya no permite inscribir nuevos alojamientos en buena parte de estos barrios, pero los contempla como itinerario alternativo al Centro para descongestionarlo de visitantes
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A una decena de metros, quizá algunos más, del suave romper de las olas una mujer de mediana edad se graba un vídeo, puede que para TikTok, con ganas de enseñar al mundo dónde está. Viste un pantalón pirata blanco, una camiseta negra de tirantas y unas gafas de sol del mismo color. Se le intuye sonreír desde la lejanía. Enfoca primero el mar, que mantiene sus aguas tan azules como calmas, luego a ella misma y a su bicicleta, que permanece en equilibrio sobre la arena, y finalmente el paseo marítimo. Son sobre las once de la mañana, hace algo más de calor que la víspera (o al menos eso parece) y los repartidores más rezagados se entremezclan en los chiringuitos con los extranjeros de piel estólida, rubias cabelleras y esbeltas proporciones más madrugadores, cuyas fuerzas sólo son igualadas en número por los apartamentos turísticos que emergen paralelos al paseo: de los Astilleros Nereo a El Tintero.
“Todo el mundo tiene que comer, pero los vecinos también tenemos que poder vivir. Ahí al lado, en mi casa, el día entero es un entrar y salir de maletas a la hora que sea”, cuenta Teresa Rodríguez, residente de Pedregalejo. “Pero del rebalaje, ¿eh?, que siempre que me preguntan de dónde soy la gente se hace otra idea”, matiza. Su vivienda se encuentra en una de las 43 zonas de la capital que el Ayuntamiento de Málaga ha calificado como tensionadas al superar los alquileres vacacionales el 8% del total del parque residencial, y en las que desde el pasado mes de enero, cuando entró en vigor la norma, no se permite inscribir una sola más. Pero lo cierto es que su proliferación sin freno, como se palpa a pie de calle con decenas de candados que guardan sus llaves, ha ido tan lejos que durante un simple paseo ya es complicado encontrar cualquier otra cosa.
Y es que allí donde antes había viviendas familiares de barrio marinero lo que ahora abundan son los alojamientos de este tipo, tal como muestran, a modo de pequeñas pistas en el camino hacia la turistificación, la multitud de cajas de seguridad en miniatura incrustadas en fachadas o colgadas de puertas y ventanas que posibilitan un acceso flexible a los clientes. En las calles traseras a los restaurantes, con terrazas cerca del lleno a esta hora de la mañana, estos dispositivos, negros o grises, con combinaciones a la vista o sin ellas, se extienden sobre toda superficie propicia en un número inversamente proporcional al de la población autóctona que pasea por la zona. Lo que arroja un trasiego de foráneos que nada más se ve interrumpido por el ir y venir de obreros con cubetas que reforman varios locales de restauración aprovechando la temporada baja y algunos edificios de viviendas. "El otro día me decían que estar sentada en la puerta como ahora es un lujo. Y es verdad. Porque vecinos a partir de aquí quedamos pocos", explica Manuela Berrocal, otra histórica de la zona, interpelando a Rodríguez para que siga hablando.
"De toda la vida ha habido chiringuitos, luego llegaron los bares de copas, luego los pisos vacacionales", prosigue Rodríguez. "El problema es que los que vienen ahora a los apartamentos se creen que están dentro de una película de Hollywood: nada más que hay borracheras y gritos que hacen eco por toda la casa", lamenta. "La semana que viene voy a ser abuela otra vez, y mi nieta y mi hija se van a quedar aquí con este escándalo, que no es sólo por las noches sino durante el día. No se puede ni echar una siesta", agrega antes de que vuelva a intervenir Berrocal. "La pandemia fue para mí la paz porque esto se acabó", afirma. "Mira, nosotras somos tres hermanas y nos turnamos para estar con mi madre, que está enferma. Detrás de esta casa hay un alquiler turístico y una noche, a las tres de la mañana, un guiri con una borrachera de mil demonios saltó y cayó encima de una chapa que tenemos ahí arriba. Claro, mi hermana pegó un bote... Imagínate. Y eso es sólo una", relata Berrocal, que añade con un tono a caballo entre la indignación y la resiliencia que una vez, al transmitir sus problemas a la policía, un agente les dijo que "lo mejor era que vendiéramos la casa". Con todo, rompe una lanza a favor de los que se hospedan aquí atraídos por otro tipo de planes más sosegados, con los que tiene "una buena convivencia".
En Pedregalejo, las calles con más apartamentos turísticos, como deja cristalino el reguero de candados, son la calle Jábega, Cenacheros y Pepote, paralelas al paseo marítimo por un lado, y a la calle Bolivia, es decir, la vía por la que transita el tráfico rodado, por el otro. Instalados en la mayoría de las fachadas de uno en uno, los hay a pares, e incluso a tríos. Una multiplicación que tampoco gusta a Ricardo León, residente de este barrio, que responde escueto a las preguntas en lo que prende un cigarrillo. "Lo veo muy mal. Nos están invadiendo. Mucha marcha por las noches, poco dormir. En fin... ¿Lo dejamos ya?", responde antes de reemprender agitado la marcha.
También hay en este área alojamientos agrupados en un mismo edificio, con sus correspondientes carteles con letras blancas "AT" en fondo azul, por lo que no se circunscriben estos negocios a las casas matas tradicionales, las más de las veces sometidas a lavados de cara para agradar la vista del cliente, con materiales de nueva construcción, colores de revista de decoración y macetas inmaculadas. Lo que no deja de tener presencia casi en ningún instante son los cajetines, que facilitan el trabajo al arrendador, no teniendo que ir a recibir al huésped ni acudir a recoger las llaves: las dejarán en el buzón o en el sitio que se les indique. Tampoco desaparecen estos callejero arriba, en Las Acacias, otra zona en la que el Consistorio ha prohibido que se emitan más licencias, y en la que los extranjeros no sólo encuentran un lugar en el que habitar temporalmente, sino academias para aprender el idioma, más propicias para los que se instalan a largo plazo.
Paseando en familia frente al mar en El Palo, Luis Romero, madrileño de nacimiento que lleva siete años aquí, asegura estar pensando en mudarse, puesto que "el incremento de Airbnb ha elevado los precios" en la medida en que la oferta es menor y el mercado se ha desequilibrado. Aunque dentro del pack de consideraciones que le hacen meditar marcharse incluye además las molestias que causan parte del público de estos apartamentos. "Se nos han caído ya como tres pisos. El último, a 670 euros, se lo alquilaron a otras personas. Es una pena: aquí se está muy a gusto, pero dentro de un tiempo, cuando las cuotas suban más, va a ser muy difícil. Pagar 1.000 al mes no es aceptable. Menos con requisitos tan estrictos como no admitir mascotas o parejas. No puedo compartir piso teniendo un hijo", afirma para después sacar su móvil y mostrar una fotografía que tomó hace poco, cerca de su casa, en la que se ve a un hombre pernoctando en una hamaca amarrada a una barandilla.
De este lado del arroyo Jaboneros el Ayuntamiento también ha declarado zonas tensionadas El Candado, donde sobre todo se anuncian chalets y pisos, uno de ellos con hasta cinco cajetines en la avenida principal al lado de las pistas de tenis, así como El Chanquete y las playas de El Palo, puntos en los que los lockers, además de tener gran presencia, se complementan de multitud de pancartas pidiendo el deslinde y carteles anunciadores. Extendidos a lo largo de las calles Quitapenas y Banda del Mar, por las que en el momento en que se produce esta visita circula un grupo de no menos de 50 nórdicos en bicis de alquiler, se aprovechan del gran tránsito de turistas extranjeros con mensajes en español e inglés en los que pueden leerse frases como "Holiday rental" o "tourist apartments". A las que se suman notas muy claras del tipo "we speak english" (hablamos inglés) junto a números de teléfono, direcciones de correo electrónico y placas con buenas puntuaciones de Booking.com, que dejan el asunto expedito a los interesados. Y que, si todo va según lo planeado, seguirán aumentando en número en estos dos barrios marineros, a los que el Ayuntamiento ha incluido en una serie de rutas para descongestionar el Centro de visitantes, y para cuya promoción tirará de influencers. Como si con sus tiktoks personales no fuera suficiente.
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